La vida cuesta
- Juan Martín López Calva
Vivimos una época en la que se tiende a patologizar cualquier complicación de la vida cotidiana. Es momento de reivindicar la utilidad del sufrimiento y de que este se puede afrontar de una manera más adaptativa. El individuo contemporáneo tiene dificultades para ser consciente de que la vida cuesta y no siempre es fácil. Se le olvida que puede imponerse ante las dificultades y que hemos sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad; además de que superar los problemas por uno mismo aporta nuevas habilidades y mejora el autoconcepto. Tratar de evitar el sufrimiento por querer mantenerse en una felicidad permanente le debilita y también a la sociedad si este comportamiento se generaliza.
Patricia Fernández Martín. No patologizar la vida. Ethic, 19 de agosto de 2024.
Seguramente mis cinco lectores han escuchado la exhortación a vivir con “positivismo”, a ser “positivistas”. Sin duda Augusto Comte, el padre del positivismo que tuvo y sigue teniendo una enorme influencia en las concepciones y métodos de las ciencias, se revuelva en su tumba cada vez que se usa este concepto como equivalente a ver las cosas positivamente, a encontrar lo positivo en todos los momentos de la vida y a evitar los pensamientos o ambientes negativos o “tóxicos”, como suele la moda llamar hoy a todo lo que nos cuesta trabajo, nos requiere un esfuerzo o nos interpela.
A este fenómeno muy propio del mundo actual, la autora del texto del que tomo el epígrafe de hoy y otros autores le llaman “la tiranía de la positividad” y está íntimamente ligada a la llamada “happycracia” o dictadura de la felicidad.
Se trata de dos fenómenos articulados que se retroalimentan mutuamente como en un bucle, como diría Morin, en el que la causa genera el efecto, pero el efecto a su vez regenera la causa, de tal manera que se nos dice por un lado que tenemos la obligación de ser felices -desde una visión superficial y artificial de la felicidad- y por otra parte se nos vende la idea de que para lograr cumplir con este deber, basta con cambiar de actitud para ver y pensar todo de forma positiva.
Es así que la mercadotecnia, la publicidad, el “coaching existencial” nos presentan como ideal una vida indolora en la que no exista sufrimiento, una vida cómoda en la que se evite todo esfuerzo, una vida fácil en la que se le dé la vuelta a cualquier dificultad, una vida sin contratiempos en los que se evite cualquier frustración. En síntesis, se nos vende como una vida buena una vida fácil, como si fuera un equivalente genérico intercambiable.
Por ello, cualquier eventualidad o situación existencial que nos implique esfuerzo, cualquier experiencia dolorosa, cualquier contacto con el sufrimiento o la injusticia se nos vuelve cuesta arriba y nos genera una sensación de estar fuera de la normalidad, de pasar por un momento que está fuera del guión de nuestra vida perfecta, controlada, totalmente planeada desde nuestros deseos y caprichos.
En el artículo de Fernández Martín se plantea que esta incapacidad para ver como parte de la vida los momentos de sufrimiento, dolor, dificultad o desajuste está haciendo que crezca exponencialmente el número de personas que consideran los sentimientos, sensaciones, ideas o imágenes que surgen a raíz de estos eventos vitales, como una patología y acuden a los consultorios psicoterapéuticos o psiquiátricos para atender eso que consideran anormal y solicitar apoyo para adquirir las herramientas necesarias para asumir estas realidades y enfrentar sus desafíos. De aquí el gran negocio de muchos que hoy se autonombran terapeutas, acompañantes, coaches de vida, etc. y pretenden sustituir a los profesionales de la educación mental y emocional.
“Vivimos en una época que tiende a patologizar cualquier complicación de la vida cotidiana…” dice la autora con razón. Esta patologización surge de la tiranía de la positividad y de la happycracia que inundan nuestras vidas a través de los medios de comunicación, las redes sociales y otros espacios que desafortunadamente incluyen también los espacios escolares y universitarios. En efecto, conozco muchos docentes que han comprado esta idea de la vida indolora e insípida que marca nuestra época de crisis de humanidad.
En el artículo que refiero me parece que hay dos pasos muy importantes que tendríamos que adoptar a nivel personal y si somos educadores o educadoras, trasladar después a nuestras prácticas formativas. El primero de ellos es el de la normalización del sufrimiento, de la dificultad y del esfuerzo como parte natural de toda vida humana. Esta normalización nos fortalecerá y hará que eduquemos seres humanos con mayor fortaleza, autoconcepto y autoestima.
Como dice el mismo texto: “…Atravesar experiencias intensas de dolor sin huir de las dificultades refuerza el carácter y el propio proceso de vivir. Y serviría también para cambiar los parámetros irreales de felicidad que favorecen el eterno bucle narcisista…” Por el contrario, ver el sufrimiento y la dificultad como parte de la vida y asumirnos como seres que llevan millones de años superando los problemas por sí mismos y en cooperación con otros aporta nuevas habilidades y nos da mayor confianza en nuestras posibilidades y en el potencial de la humanidad para transformar este mundo en un lugar más habitable para todos.
El segundo elemento consiste en revisar nuestras estrategias de afrontamiento ante las dificultades y el dolor que conlleva toda vida humana de forma inevitable. Las estrategias de afrontamiento predominantes son de tipo pasivo y evitativo o evasivo, es decir, invisibilizar, minimizar o no enfrentar las dificultades y los procesos de sufrimiento o duelo a través de la negación, la resignación como mecanismo de defensa, el recurrir al uso abusivo de sustancias como el alcohol o las drogas, la autoniculpación e incluso la desconexión casi total de las realidades que nos confrontan.
Como el mismo artículo recomienda, hay que trabajar en nosotros como educadores y promover en los educandos a nuestro cargo, estrategias de afrontamiento activas y responsables, que lleven a formas de comprensión, aceptación y decisión que resulten en formas concretas de hacerse cargo de esas realidades de dificultad, de encargarse de los problemas y no solamente de cargar con ellos.
Para lograr el trabajo en ambos pasos -la normalización del sufrimiento y las dificultades y la revisión de las estrategias de afrontamiento- resulta indispensable una colaboración efectiva y corresponsable entre los docentes, la escuela y la familia. Porque muchos de los padres de las (mal) llamadas generaciones de cristal, que no son capaces de ver como naturales los sufrimientos, las dificultades y las injusticias de la vida y que no cuentan con estrategias activas de afrontamiento de estas dimensiones de la vida, perciben como maltrato o bullying –¡cómo se abusa de este concepto y se le distorsiona! – cualquier intento de los docentes y de la escuela de generar esta mirada normalizadora y de desarrollar estrategias activas de afrontamiento de las dificultades.
Sin duda una de las cuestiones centrales a educar hoy es la convicción de que la vida cuesta, de que la vida implica esfuerzo y lucha si realmente es una vida humana y no ese tránsito indoloro, incoloro e insípido que hoy nos venden como felicidad.
Opinion para Interiores:
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Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).