El resurgir de las revoluciones pacíficas (V)

  • Rafael Alfaro Izarraraz
El actor de las revoluciones noviolentas es diferente al clásico en función de estructuras sociales

Antes de la caída del Muro de Berlín en plena Guerra Fría, dice Elidia que: “La posibilidad de una revolución pacífica o incruenta ha recibido pocos adeptos. Una estadística que nos da Pitirim Sorokin pretende convencernos que la violencia es inherente a la revolución. Sorokin afirma que sólo alrededor del 5 por 100 de todas las 1.622 perturbaciones sociales estudiadas se produjeron sin violencia y aproximadamente el 23 por 100 con escasa violencia. Más del 70 por 100 se hicieron y fueron seguidas por violencia y derramamiento de sangre en escala considerable. Esto significa, según afirma el autor, que aquellos que sueñan con una revolución incruenta, cuentan con escasas posibilidades (aproximadamente un 5 por 100) de realizar su sueño. El que intenta una perturbación debe estar dispuesto a presenciar y ser testigo, víctima o perpetrador de ella”.

Pero todo ha cambiado después de la caída del Muro de Berlín. La desaparición de la ex Unión Soviética no sólo fue resultado de las políticas proclives a regresar a la sociedad capitalista sino también de un potente movimiento que reubicaba a los países de aquel bloque en el capitalismo, salvo la honrosa resistencia de Cuba. Le hayan llamado a esas revoluciones contra la ex URSS como le hayan llamado, lo cierto es que se trató de una multiplicidad de revoluciones pacíficas ante las cuales la desintegración del poder soviético no pudo hacer nada. Del otro lado, y esto es muy importante, estas revoluciones no encontraron resistencia porque del lado de Estados Unidos, lo que esperaba era precisamente el colapso del bloque comunista. Aquí no encontramos una resistencia como en el caso de las revoluciones clásicas de corte marxista en donde la burguesía que se opone a abandonar sus privilegios y hace uso de la violencia que encuentra a su alcance.

El concepto de revolución, tomando en cuenta las definiciones de las revoluciones clásicas, incluida la marxista (en el contexto del fracaso de la experiencia comunista liderada por la ex Unión Soviética), se ha renovado con las ideas que han aportado las nuevas experiencias que vienen desde la periferia y no del centro de Europa y Estados Unidos, aunque por supuesto que ahí existen experiencias nada despreciables que actualmente enriquecen el nuevo pensamiento revolucionario. Lo que caracteriza a estas nuevas ideas de cómo hacer una revolución no es un conocimiento prefijado (aunque existen teóricos que al viejo estilo han establecido quién es digno de las revoluciones no violentas si sigue tal o cual camino) sino una visión abierta a nuevas experiencias que emergen en contexto distintos a los de las revoluciones clásicas.

Sin duda que cuando hablamos de las revoluciones noviolentas estamos ante un fenómeno totalmente distinto al que representan las revoluciones clásicas, pero no opuesto radicalmente salvo en los aspectos de método que ya hemos referido. Las fuentes de inspiración de algunos de los principales promotores de este tipo de magnos eventos tienen sus raíces en creencias religiosas, pero no exclusivamente en ellas como veremos más adelante. Cómo no pensar en el “tiempo axial” de Karl Jaspers (ver: Origen y meta de la historia). Es el tiempo en que, sin tener contacto entre sí, en diversas regiones del planeta aparecieron (entre los 800 y 200 años antes de la era cristiana) Confucio, Laotsé (China); Palestina, los profetas; Buda en la India; Zoroastro en Irán; y en Grecia, Homero, Heráclito, Platón, entre otros. Todos ellos, en opinión de Jaspers, conformaron por sus aportaciones filosóficas, religiosas, políticas, un antes y un después de la historia del género humano.

No es el mismo lenguaje ni los mismos valores de violencia o de la ganancia, cuando escuchamos hablar a Boetié, Gandhi, Tolstoi, Luther King o al mismísimo Obrador, entre otros. En todos ellos, las creencias religiosas han sido resignificadas sin que ninguno de ellos necesariamente siga el guion de su fuente misma: ya sea dios o un líder hindú, chino, palestino o de alguna divinidad africana o latinoamericana. Lo que se observa es un inquebrantable deseo de mejorar la condición del prójimo representando valores personales alejados de los ideales que emergieron de la sociedad mercantil o capitalista actual. Cuando decimos el prójimo, no nos referimos a una palabra arraigada en creencias religiosas sino políticas. Es el “otro” pero entendido como los empobrecidos, los campesinos, los negros, los indígenas, los sometidos a poderes externos de naciones dominadas desde el exterior.

La manera en cómo se construye el actor de las revoluciones noviolentas es diferente al clásico preconcebido en función de determinadas estructuras sociales como ocurrió con el marxismo y la clase obrera. Sus mensajes son contextualizados, por supuesto, arraigados en realidades locales como puede ser la población de color en Estados Unidos, una nación sometida como la India al imperio inglés (el siglo pasado) o bien una población empobrecida por políticas neoliberales, como ocurrió en México. Lo que observamos es un rescate de las ideas de filósofos, ascetas, revolucionarios de naciones que lucharon por la independencia o profetas afines las religiones tradicionales. Es verdad que una buena parte de estas ideas han sido sometidas a políticas desde el Estado y anuladas, pero mañana vuelven a ser rescatadas.

Los guías de estas revoluciones pacíficas son distintos a los clásicos, revolucionarios de tiempo completo. Giuliano Pontara (ver: Pontara, Giuliano. (2016). Gandhi: el político y su pensamiento), habla de Gandhi, al citar líder hindú refiere que:

“Entre todas estas opiniones impacta por su ponderación la caracterización que Gandhi a menudo ha dado de sí mismo como “apasionado estudioso de la Verdad” que no posee “otros intereses en la vida” sino el de “realizar la misión” de practicar y difundir la noviolencia en el mundo...  “La única virtud que procuro reivindicar es la verdad y la noviolencia. No pretendo asumir ningún poder sobrehumano. No sabría qué hacer con él. Soy de carne y hueso como el más pequeño de mis semejantes; débil y falible como cualquier hombre. Los servicios que practico están muy lejos de ser perfectos; pero hasta ahora, Dios ha querido bendecirlos, pese a sus deficiencias”.

Para comprender las revoluciones pacíficas es importante entender que, actualmente, existe un contexto en el que prevalece un orden mundial capitalista colonial, en el que ocurren las revoluciones actuales.

Continuará…

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Rafael Alfaro Izarraraz

Periodista por la UNAM, maestro por la UAEM y doctor en Ciencias por el Colegio de Postgraduados-Campus Puebla. Es profesor del Doctorado en Ciencias Sociales de la UATx y Coeditor de la revista científica Symbolum de la Facultad de Trabajo Social, Sociología y Psicología.