Y sin embargo, se puede

  • Juan Martín López Calva
La educación debe optar por la formación de ciudadanos para la democracia y humanizar el mundo

(…) todos los sistemas educativos se mantienen y justifican sobre la base de líneas de argumentación que tienden a oscilar entre dos polos discursivos; por una parte las que defienden que la educación es una de las vías privilegiadas para paliar y corregir las disfunciones de las que se resiente el modelo socioeconómico y cultural vigente y, por otra, las que sostienen que las instituciones educativas pueden ejercer un papel decisivo en la transformación y el cambio de los modelos de sociedad de los que venimos participando (Torres, 1998: 12) citado por: Luis Herrera Vázquez. Reflexión sobre los propósitos de la sociedad y la educación actual, pp. 89-90.

El retorno a las aulas escolares y universitarias en la mal llamada “nueva normalidad” que en general ha sido en los hechos una vuelta a lo de siempre, con todas sus virtudes y defectos, posibilidades y limitaciones, ha significado también el regreso de las actividades presenciales de formación y reflexión para la formación inicial o permanente de los docentes o de los futuros educadores.

De manera que este semestre he recibido -con mucho gusto y agradecimiento- un gran número de invitaciones a impartir conferencias, participar en paneles o mesas de conversación y espacios de reflexión en distintas instituciones de diversos lugares y a exponer o enviar contribuciones a los congresos nacionales e internacionales que detuvieron su recurrencia habitual debido al confinamiento obligado por la pandemia.

Un elemento que me parece positivo es que la experiencia de la pandemia -aunque no ha sido explorada suficientemente para analizar todos los aprendizajes que nos aportó- ha incrementado la conciencia acerca de la necesidad de cambiar la educación para transformar la sociedad que vive hoy, pero vivía ya antes de la pandemia, en una crisis global generalizada y multidimensional y requiere por ello de una profunda transformación.

En el contexto nacional, además de la experiencia de la pandemia, vivimos un contexto de propuestas de cambio curricular en la educación básica y media superior, así como en las instituciones formadoras de docentes. Las universidades también se encuentran en un gran porcentaje, tratando de repensarse y de buscar una mayor pertinencia social para cumplir con su tarea de formación de profesionales al servicio del país y del mundo.

Estas reflexiones oscilan, como bien apunta la cita de Jurjo Torres que abre estas líneas, entre las visiones que buscan hacer mejor su tarea para paliar los defectos y disfunciones del sistema económico, político y cultural que predomina hoy en el planeta -una visión que podríamos llamar con Morin, de cambio programático- y las que se sitúan en el polo opuesto y tratan de buscar una reforma profunda que las lleve a contribuir de una manera eficaz a la transformación de esta sociedad que muestra claramente señales de  agotamiento. Esta segunda perspectiva podría identificarse con lo que el mismo pensador llama el cambio paradigmático.

Los educadores, directivos y autoridades educativas que plantean la primera opción, podrían argumentar con cierta razón, que se sitúan en un horizonte realista, puesto que el sistema socio-económico, político y cultural actual se ha impuesto con tal fuerza y ha penetrado a tal profundidad en nuestras conciencias y en las instituciones nacionales e internacionales, que es imposible de transformar y que más bien hay que buscar las formas de combatir y vencer sus efectos perversos de desigualdad, pobreza, violencia, exclusión y predominio de la llamada civilización del espectáculo.

Quienes por el contrario se ubican en la perspectiva del cambio paradigmático pueden argüir también con muchas razones, que esos efectos perversos del status quo actual no pueden ser desarticulados porque la forma de organización y el fundamento en el que se sostiene el sistema de mercadización de la vida humana y de consumismo como fin de la existencia, son en sí mismos, generadores de esos daños que se pretende combatir.

Uno de los filósofos de moda, Slavoj Žižek señala -según cita el artículo de Herrera del que tomo las citas de hoy- que el sistema actual de mercado que se presenta como no ideologizado, representa sin duda una ideología y que esta ideología debería discutirse, argumentarse y reflexionarse a fondo para poder generar los cambios indispensables para no acabar con el planeta y para construir una sociedad más justa y humana.

Porque si continuamos en el camino actual que va del ser hacia el tener y hacia el aparentar que se tiene -cultura de la imagen y la apariencia-, entonces la educación se concretaría a responder a formar esclavos del consumismo y renunciaría al desarrollo de la capacidad de pensar, cuestionar críticamente y producir transformaciones en nuestra sociedad.

Mi postura ante estos dos polos respecto a las finalidades de la educación es clara y puede constatarse en otros artículos publicados aquí y también en mis productos de investigación. No es una respuesta simple sino compleja. Por un lado, plantea claramente que no basta con un cambio programático, sino que hace falta situarse en un cambio paradigmático, porque como dice la frase atribuida a Einstein: el principio de la locura es pretender alcanzar resultados diferentes, haciendo lo mismo que se ha venido haciendo.

En ese sentido, la educación debe claramente optar por la formación de ciudadanos para la democracia. Personas integralmente formadas, capaces de pensar creativa y críticamente, de deliberar y decidir éticamente, de actuar de manera socialmente comprometida con el cambio de estructuras y de cultura, con el cambio de vía que propone Morin en su libro sobre las lecciones de la pandemia publicado en el 2020.

Pero, por otro lado, desde una mirada compleja, resulta necesario evitar la dicotomía y la disyunción entre estos dos polos y como afirma el mismo autor, cambiar la O por una Y. No se trata entonces de tirar por la borda todos los elementos positivos que sin duda tiene el modelo actual, todas las enormes oportunidades que nos plantea el mundo con sus desarrollos científicos, tecnológicos, artísticos, culturales y de organización social, sino de aprovechar este potencial, pero orientarlo hacia la otra vía, que nos lleve a humanizar el mundo.

¿Es posible construir una sociedad distinta si la escuela y el sistema educativo está inmerso y es producto del status quo que se beneficia de la educación para la renta como la llama Martha Nussbaum? ¿Es posible educar para la paz en un mundo en el que los niños y jóvenes viven violencia intrafamiliar, comunitaria, social y planetaria? ¿Es viable educar para la justicia y la equidad en un mundo en el que predomina la injusticia y la inequidad? ¿Podemos contribuir desde la educación a la construcción de otro mundo posible en el que quepan todos, si las escuelas y universidades reflejan el sistema excluyente que tiene la hegemonía en el mundo actual?

Creo que definitivamente es posible. Una pista para lograrlo es la que nos aporta Žižek: analizar, cuestionar, argumentar en las aulas los rasgos deshumanizantes del sistema para formar pensadores críticos y agentes comprometidos con el cambio. Se trata de una tarea que parece inalcanzable, pero había que contestarnos con convicción, parafraseando a Galileo: Y sin embargo, se puede.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).