Día de las Víctimas de Desapariciones Forzadas

  • Rafael Alfaro Izarraraz
En México, el crimen organizado ha secuestrado su paz donde hoy puedes ser víctima o victimario

Suena el teléfono y lo descuelgo. Soy el encargado de la región de parte del grupo X, si sabes quiénes son los X ¿verdad? Sí sabía, pero mentí. No, no sé, respondí. Siguió explicándome que todas las familias de la región deberían colaborar con ellos. Mientras hablaba otro a un lado de él pegado a la bocina, profería insultos y amenazas. No le des explicaciones, a ese cabrón. Si no colaboras, siguió diciendo el que inició la llamada, ya sabemos que tienes esposa y familia. Tengo gente vigilándolos y si tienes dudas ve al jardín, ahí te dejé un recado.

Sentí que el piso se movía. No salí de inmediato al jardín, sino que hablé a la policía municipal, porque hacían rondines casi todos los días y pensé que ahí podría encontrar protección. No señor, respondieron: “aquí no atendemos llamadas de ese tipo, hable al 069”. Salí al jardín y nada. Igual, nada de gente vigilando, no por lo menos en ese momento. Era ya muy conocido el asunto del secuestro y desaparición de personas porque en la prensa era común ese tipo de noticias. La respuesta de la policía fue muy clara, todo depende de ti, arréglatelas.

Las experiencias de otros lugares en donde no faltaban los colgados en las avenidas, el uso de los taxis para distribuir droga o como vigilantes, halcones observando en las esquinas de la ciudad, que son personas conocidas las que te “ponen” como víctima; que no necesitas ser rico para que te levanten, que vigilan meses y de manera sistemática para que no falle el secuestro o la “petición” del pago de una supuesta “protección”, sobre todo si es un negocio. En todos esos lugares había un destacamento del ejército sin que las cosas cambien.

Se entiende que existe una parte de este asunto que no es militar, pero el ejército andaba en otras cosas. Pues resulta que un cuerpo de élite del ejército se convierte en uno de los grupos criminales que más delitos cometen y se habían extendido por todo el país, Los Zetas. Para no olvidarlo nunca, pues qué sabían del ejército como institución que nada les impidió abandonarlo, y esos destacamentos que recorrían calles qué significado tenían. En apariencia nada amedrentaba a los grupos criminales.

Empecé a mirar con otros ojos a mi alrededor. Sí, así era, había un “mundo” creado a mi alrededor y no me había dado cuenta. Personas con bicicleta parados siempre en un mismo lugar, en las esquinas, que vigilaban salidas y regresos, todo con una aparente discreción. No era un solo lugar, la ciudad estaba plagada de “centinelas” a la luz del día. Autos circulando por las calles con cristales oscurecidos para no mirar a su interior. De igual manera, en áreas en donde la vigilancia de los cuerpos de seguridad era común.

Los expertos recomendaban no caminar solo y siempre ir acompañado. Una idea no me dejaba en paz: recuerda, son personas de tu entorno los que te “ponen” como víctima. Qué extraño ver a adolescentes conocidos hablando por teléfonos “de caseta” de manera constante; fingiendo estar en una tienda o cualquier otro lugar, pero siempre en la ruta de salida y llegada del domicilio; encontrarlos atrás caminando en la misma ruta; otros “conocidos” en la esquina siempre parados registrando entradas y salidas.

El mismo registro hacían otros integrantes de la familia, cuando iban y venían a su trabajo. Nunca más una nueva llamada. Pero infinidad de señales: por las tardes y mientras oscurecía se escuchaban balazos en áreas semiurbanizadas cercanas, alguien había escuchado en algunas tiendas que amenazaban a los propietarios para que pagaran cuotas por la venta de drogas, los antiguos “asaltantes” de las colonias los habían matado, no a todos. El resto, se había integrado a los grupos de la delincuencia de “alta escuela”. Secuestros y personas desaparecidas en la ciudad.

Los que investigaban el tema decían que no era un fenómeno aislado, que ya se trataba de un asunto social. En otras palabras: que los vecinos, amigos, conocidos y familiares (tristemente) podrían ser víctimas o victimarios y no ser ajenos a lo que ocurría, pues el asunto de la violencia se había transformado en social. Que había dejado de ser un deporte de asaltar transeúntes y casas y que, aunque se mantenía como práctica, se había elevado a algo más. Los recursos de ese infame negocio había ya penetrado a la sociedad y que lo mismo que abogados, contadores, arquitectos, empresas, ya había un “mundo” eslabonado en la ruta de la descomposición social.

Había algo que, interiormente, me empujaba a regresar al mundo de la “tranquilidad” anterior. No me pasa a mí –decía-, estoy viendo cosas que no son. Eso que he visto y oído puede ser una circunstancia pasajera. Sin embargo, al poco tiempo evidencias y más evidencias. En alguna ocasión escuchar a un vecino desvalorizar la vida del “otro” que por alguna circunstancia se colocó en su camino, me regresaba el frío, el vacío y la ansiedad por encontrar un punto de seguridad y tratar de eliminar mi circunstancia y mi entorno lleno de incertidumbres cotidianas. En la ciudad, un secuestro aquí, un desaparecido allá…

 “Y no te me quedes mirando cabrón” me dijo alguien mientras yo pacientemente esperaba que su vehículo pasara luego de que un obstáculo cualquiera nos impedía a los dos transitar por el mismo estrecho lugar de la calle. Yo esperaba un agradecimiento y recibí una mentada de madre Algunos taxistas se portaban a veces raros, no querían ir a determinados lugares o al llegar despegaban como si alguien les estuviera avisando que ahí no podían brindar el servicio. Taxis siempre a la entrada de la ciudad, estacionados. Percibía que hasta eran parte de la vigilancia de ciertos desplazamientos.

Algo raro empezó a suceder. En diferentes puntos alguien se atravesaba por el frente y veía hacia el interior del auto. Entonces, no seguir rutas fijas y transitar por las avenidas con mayor flujo vehicular. De pronto, muy temprano una conocida y un desconocido mirando fijamente al interior del auto, sorprendidos de que había podido “regresar”. Eran las 8 y media de la mañana. Otra noticia, empezaron a excavar para sacar cuerpos de una fosa clandestina. Una flecha colocada por desconocidos indicaba la casa en cuyo patio empezó a realizar acciones la excavadora y se encontraron a las víctimas sin vida.

Nadie sobrevivía. Que nunca más se repita la desaparición forzada de personas.

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Rafael Alfaro Izarraraz

Periodista por la UNAM, maestro por la UAEM y doctor en Ciencias por el Colegio de Postgraduados-Campus Puebla. Es profesor del Doctorado en Ciencias Sociales de la UATx y Coeditor de la revista científica Symbolum de la Facultad de Trabajo Social, Sociología y Psicología.