Pobre riqueza cultural

  • Patricio Eufracio Solano
En la nueva administración federal, ¿se estimulará al creador o a quienes generan su obra?

El tercer sub apartado de El poder de la Cultura de Alejandra Frausto, aborda la Economía cultural. Como todo lo planteado por ella, lo minimiza a un aspecto de los muchos que contienen los rubros enunciados. En este caso, solo circunscribe la Economía de la cultura a los creadores. Lo justifica afirmando:

La creación es un impulso innato que se extingue por falta de estímulos. Para reactivar nuestra economía cultural tenemos que apoyar a los creadores.

El universo creativo mexicano lo agrupa en cuatro propuestas: Industrias culturales y empresas creativas (que intentará activar estrategias de inversión cultural no gubernamental); Participación creativa (que pretenderá interesar a empresarios culturales a invertir más y mejor en la cultura mediante esquemas fiscales y de financiamiento público privado); Derechos de autor y derechos de propiedad intelectual comunitaria (que buscará fortalecer los mecanismos de protección intelectual y autoral, no solo orientado a las personas, sino también a las comunidades); Financiamiento cultural (que facilitará financiamiento crediticio preferencial a los proyectos culturales).

Como vemos, el quid Alejandrino tiene como coordenadas: economía, cultura y creación. Todo ello como proyecto alimentador (o sustentador)  de la vasta riqueza cultural que nos define en el mundo. Sin embargo y pesar de la limitación enunciativa, este es uno de los rubros cuyo planteamiento discursivo presenta congruencia y reciprocidad entre lo teórico y lo programado: debe apoyarse a los creadores de arte para fortalecer la cultura. Tiene cojeras, asegunes y nebulosidades en otros sentidos, que veremos al final, pero en la primera lectura “suena coherente” como proyecto. Por ello y para iniciar su análisis, comencemos por el principio: la Economía.

En la actualidad, Economía es uno de los conceptos sociales más teóricamente fructíferos. Dedicados investigadores, como Paul Samuelson (Nobel, 1970) y William Nordhaus (Economics Ph. D. MIT) y doctos académicos de la Lengua, como los de la RAE, le han dedicado grandes esfuerzos a definirla. Así, para Samuelson y Nordhaus, es: El estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos; mientras que para la RAE es: 1) la administración eficaz y razonable de los bienes, 2) el conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo, 3) la ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.

Como vemos, los conceptos que se repiten en ambas definiciones son: recursos (en el sentido de materias primas), bienes (en el sentido de productos o mercancías) y, administración eficaz y razonable de estos recursos y bienes, con la finalidad de satisfacer necesidades humanas relacionadas con estos.

A la luz de estas definiciones, los recursos culturales mexicanos son más que amplios y los bienes no van a la zaga. Pero si esto es así ¿dónde se encuentra el problema?; como bien lo señala Alejandra: en los estímulos; siempre parcos y mal administrados.

Durante años y años, los mexicanos hemos sido conminados a agradecer, eternamente, lo rico de nuestra geografía, de nuestro clima, de nuestro ingenio y, por supuesto, de nuestra cultura. De tal suerte, cuando alguien (coterráneo o extranjero) se atreve a señalarnos algún defecto social, alguna tara política, algún esperpento histórico, de inmediato blandimos la cimitarra del orgullo y respondemos que sí, pero que, en compensación a ello, tenemos playas y litorales que miran hacia los dos océanos; que poseemos una luenga historia continental; que gracias a nosotros se cultiva el maíz –uno de los tres granos esenciales de la humanidad-; que el afrodisiaco chocolate endulza el paladar del mundo y el jitomate es la base de las ensaladas terráqueas, la cocina mediterránea y las pizzas. O sea, que nuestra cultura, les guste o no, es un pilar de la humanidad. Y, ¡ni quien lo dude!, pero el orgullo no maquila  dinero; lo produce, en cambio, los recursos culturales accesibles y rentables, y los bienes atractivos y  disponibles. Para aclarar este planteamiento (indigesto y mareador, como buena parte de la Teoría económica), lo práctico es recurrir a un ejemplo que nos permita vislumbrar la intrincada interdependencia del costo beneficio de la creación y la factibilidad de lo planteado por Alejandra Frausto.

Primero una aclaración y después el ejemplo.

Aclaración. Ante todo, es necesario desechar la falacia de que los creadores son inmensamente felices produciendo arte, aunque este no les retribuya ni un peso por su talento y perseverancia creativa. Todos los creativos comen y tienen que vestir y mantener a sus hijos y parejas, y eso solo se puede hacer con dinero. Y si bien se regocijan con el reconocimiento social, este les sienta mejor y pueden disfrutarlo plenamente si ya pagaron la renta de la casa, el refrigerador está lleno y los hijos visten y calzan decentemente. De ahí que la propuesta Fraustiana de mejorar los ingresos de los creadores, a través de lo expuesto en su proyecto de Economía cultural, es más que plausible. Pero –aquí surgen los asegunes y nebulosidades que apunté líneas arriba- ¿cuáles serán los requisitos para ser considerado un creador?; ¿sobre cuáles criterios se asignarán los estímulos?; ¿quién determinará los montos y periodos del estímulo?; ¿los artesanos serán considerados como creadores?, etcétera, etcétera.

Ejemplo. Pedro Zubizarreta, pintor asturiano que conozco hace veinte años – avecindado en México hace muchos más-, ha cultivado una estrecha amistad, trocada hoy en cariño y defensa a ultranza, con una familia de San Pablito Pahuatlán. Su relación comenzó cuando Pedro tuvo la idea de plasmar su obra en monumentales lienzos de papel amate. Largo fue el camino de aprendizaje y mutua comprensión del significado ritual, tanto del papel amate para los sanpableños, como de la pintura para Pedro, para que, al final, le fabricaran esos enormes lienzos que utiliza en su obra. Así, a través de los años Pedro no sólo aprendió y asimiló en su vida y obra la cultura ñañu (o hñähñü), sino que está empeñado en sensibilizar y convencer, a todo aquel con quien se tope, en la imperiosa necesidad de mejorar la vida de esa comunidad a partir de la revaluación de su actividad productiva del papel amate. Este sentir y clamor de Pedro no es nuevo ni original, ni aun reciente, ya que Libertad  Mora  Martínez publicó un artículo en la Revista Cultural del INAH de Morelos, titulado El pueblo del papel amate, mismo que se basa en su tesis de licenciatura sobre Antropología Social: Reconfiguraciones  culturales  y  estrategias de  sobrevivencia  otomí  en  San  Pablito Pahuatlán, cursada en la Universidad Autónoma de Puebla, misma que ganó el premio nacional Noemí  Quezada  al mejor trabajo sobre  pueblos  otopames en el 2010,  el  cual  es otorgado por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, cuyo tema central plantea las dificultades que viven los sanpableños para conservar la cultura del papel amate y su precaria subsistencia a partir de él.

Está por demás decir que la obra pictórica de Pedro Zubizarreta no solo se plasma en el papel que le proveen en San Pablito, sino que además alude a un sincretismo de su recién adquirida y asimilada cultura ñañú, sostenida en sus raíces y formas asturianas. Acorde con sus dos pasiones actuales –pintura y rescate cultural ñañú-, Pedro me mostró un proyecto para crear un gran mural-códice formado por varias hojas monumentales de papel amate, en cuyas superficies se plasme la historia de San Pablito Pahuatlán y su gente. Pretende colocarlo en la plaza principal del poblado mágico.

Pues bien, en esta simbiosis pictórica entre Pedro y “su familia” de San Pablito ¿quién es el creador y quien el artesano? O dicho de otra manera, ¿a quién apoyaría con mayores recursos Alejandra Frausto: a Pedro o a los sampableños? Si es a Pedro por ser un creador con trayectoria, no hay duda que estará bien decidido; si no, es claro que los más de 25 años de obra pictórica de Pedro en México no son suficientes para alcanzar un “estímulo”. Si, por el contrario, se apoya a los sanpableños, es evidente que la Secretaría de Cultura no podría abarcar la dimensión del rescate y sustentación que necesita la tarea cultural ancestral de la producción de papel amate, señalada por Libertad Mora, porque la lenta y agónica desaparición, tanto de la materia prima como de los artesanos del amatl, presagian su muerte cultural. Y, para exorcizar la desaparición de este bien cultural, no parecen suficientes los cuatros sub apartados sobre Economía cultural, enunciados por Alejandra Frausto, pero que, sin duda, tocan algunas fibras reales y sensibles del problema. Ya que, recordando las definiciones, señaladas en el inicio de este texto, la Economía cultural de San Pablito Pahuatlán no hay duda que tiene recursos escasos para la producción de sus valiosas mercancías amatl, pero no cuentan con una administración razonable y eficaz –estatal y nacional- de sus recursos y bienes, por lo que hoy por hoy se haya amenazada la riqueza cultural de su comunidad y, por ende, la de nuestra nacionalidad.

Ante ello, debemos reflexionar –y proponer-, específicas acciones de revitalización de la economía cultural y no solo enunciados –como, por ejemplo, elevar a rango de Patrimonio Cultural de la Humanidad el significado ritual y divino de la elaboración del amatl y su subsecuente comercialización como un bien cultual simbólico y significativo. Todo ello aceptando sin más ambages ni triquiñuelas discursivas y programáticas, que nuestra vasta riqueza cultural es más bien pobre y, en algunos lares patrios, como San Pablito Pahuatlán, famélica, empolvada y agonizante, porque ¿quién querría dedicarse a un oficio que paga tan poco por una hoja de fibra de corteza de árbol que ha perdido su dimensión social, religiosa y ritual y hoy se busca más como “papel exótico” que como símbolo y signo de la cultura otomí?

Como vemos, el asunto es más complejo de lo imaginado, pero, no hay duda, que sin creadores la cultura no existiría y, estos, para continuar su labor, necesitan la certeza del decoro remunerativo y el reconocimiento sólido y eficaz de su quehacer cultural.

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Patricio Eufracio Solano

Es Licenciado en Lenguas y literaturas hispánicas por la UNAM.

Maestro en Letras (Literatura Iberoamericana) por la UNAM.

Y Doctor en Historia por la BUAP.