El coraje de vivir y las virtudes

  • Ricardo Velázquez Cruz
Vivir requiere lucha y esfuerzo, riesgo. También generosidad para convivir con los demás.

Ninguna virtud puede desligarse del deseo de tener más fuerza vital; en cambio, los vicios son llamados también debilidades, se tienen porque no es posible remediarlos pero se desea tener la virtud, pues esta es una forma de excelencia.

Vivir no es fácil, es algo que exige aceptar el reto. Hace falta un cierto coraje para vivir; la mayoría de las formas fracasadas o malas de la vida es por falta de valor, porque no se tiene el valor suficiente para arriesgarse, por eso se busca tener dinero y protección para sentirse seguros; sin embargo hay que aceptar el riesgo de la vida. Nadie puede prevenirlo todo.

La cobardía es fruto de muchos males morales. Muchas veces traicionamos, mentimos, engañamos e incluso dañamos a otros, por miedo. Ya lo decía el poeta romano Tito Lucrecio Caro, en De rerum natura (sobre la naturaleza de las cosas), que la mayoría de las personas son malas por miedo a la muerte, lo que produce angustia; porque nos parece que nada es suficiente para defendernos frente a la muerte, ante la cual, por supuesto, no podemos defendernos. Por ello el coraje para vivir es un primer condicionamiento que todas las morales elogian.

Otra virtud importante es la generosidad, la que nos permite convivir; sin embargo, implica una renuncia. En la infancia creemos que somos omnipotentes pero a veces no nos reponemos nunca del todo de esa época en la que creíamos que el mundo giraba en torno a nosotros. La madre atiende de manera inmediata al bebé ante sus necesidades, pero poco a poco nos damos cuenta de que no somos los únicos y que existen otros con sus propias necesidades y que debemos aprender a someter nuestros deseos ante los demás.

Sófocles, que es el gran trágico de la democracia griega, se dio cuenta de que la convivencia democrática, es decir, igualitaria entre las personas, produce dolor porque hay que renunciar a muchas cosas. En la tragedia griega cuando los personajes se enfrentan entre sí, son buenos, es decir, tiene su propia razón. Sin embargo, prevalece un aspecto social en relación a los demás. Antígona pide el cuerpo de su hermano para enterrarlo, pero Créente dice: “Si empezamos a tratar al que se rebela contra la ciudad, igual que al que no la ha defendido; esto no puede ser. No importa el parentesco, aquí lo que cuentan son los buenos ciudadanos y los malos ciudadanos no; por ello no se va a permitir que se les haga el mismo entierro.”

Ante la tragedia, Aristóteles dice que despierta en nosotros una especie de piedad, de identificación con el personaje; sin embargo, luego esa situación despierta pavor, miedo cuando nos hacemos la pregunta: “¿Qué pasaría si todos fuéramos así?”, la ciudad no duraría, estallaría. Debemos tener razones para poder intercambiarlas con los demás. Los personajes trágicos tienen una gran razón, pero no tienen razones para intercambiar con los otros; y sin razones, la vida de la convivencia se hace imposible, trágica. Los personajes de la tragedia acaban mal, no por malos sino por no escuchar; por querer tener una razón excluyente. Además de un coraje para vivir, hay que tener generosidad para convivir. Es decir, tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

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Ricardo Velázquez Cruz

Es abogado notario y actuario egresado BUAP. Diplomado en Análisis Político Escuela Libre de Ciencias Políticas de Puebla. Especialidad en Derecho Agrario UNAM; Maestría en Derecho Constitucional y en Juicio de Amparo UAT.