Aquí estoy y estoy contigo

  • Fidencio Aguilar Víquez
El momento del sacudimiento. ¡Que todos se encuentren bien! La tragedia. ¿Qué nos queda?

Es difícil mirar la hondura de lo que pasó. La tierra se cimbró y nos sacudió. ¿Qué pasaba por nuestra mente en esos segundos interminables en el que oímos el crujir de las estructuras? Por momentos pensé: Esto se viene abajo, o bien: ¿En qué momento se vendrá abajo? Los edificios de la universidad (la UPAEP), a diferencia de hace 32 en que se movían como palmeras sacudidas por los vientos huracanados, ahora se movían como saltando.

 

¡Que todos estén bien! Fue lo primero que deseé. ¡Protégenos, Señor!, exclamé en mi interior. Pensé en mi mujer y mis hijos: ¡Protégelos, Señor! Por fortuna, luego de varias horas de no poderme comunicar con uno de mis hijos, y luego de un día de cierta zozobra, estamos aquí para contarlo, para narrarlo, para testimoniar nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad.

 

No todos corrieron con la misma suerte. Las noticias corrieron veloces y nos daban cuenta de todo, sobre todo de los muertos. La Ciudad de México, Puebla, Morelos y el estado de México. Un amigo de Chihuahua en FB publicó que Paquito –el hijo de unos parientes- era buscado en su escuela que había colapsado en la CDMX. Esta madrugada confirmó: lo encontraron muerto. ¡Qué tragedia para sus padres (Francisco y Laura). Y como ellos, ¡qué tragedia para los padres y madres de los niños que murieron bajo toneladas de concreto y varillas torcidas!

 

El dolor vuelve a azotar a buen número de mexicanos que, en unos segundos, han perdido todo. Todo, menos el deseo de ayudar, todo menos la esperanza de encontrar vidas humanas que salvar, todo menos el deseo de solidarizarse con quien se encuentra atrapado. Esa voluntad de que dos manos, dos pies y un esfuerzo es capaz de mover toneladas de escombros de estructuras caídas para ir por quienes están ahí, incluso para sacar los cadáveres. Esa voluntad de sacar la voluntad es algo propio de los mexicanos y normalmente se muestra en momentos de tragedia.

 

Apenas el lunes acudíamos a la manifestación por Mara Fernanda, otro rostro de la tragedia provocada por el crimen, y en que escuchábamos a los rectores y a los estudiantes de las principales universidades (incluyendo a algunos estudiantes de la universidad pública) para ir cobrando conciencia de las amenazas que como sociedad nos carcomen (sobre todo la corrupción y la impunidad que siempre encuentran víctimas inocentes), cuando viene una desgracia que nadie esperaba.

 

Desde luego, hay de todo, también gente insensible, bárbara, que se aprovecha de la situación para robar, para asaltar y salirse con la suya. Pero en general, lo que prevalece son esos miles de voluntarios que están dispuestos a rescatar vidas y cuerpos para verificar que vale la pena consolidar la humanidad, compartir la humanidad, fundirse con otros seres humanos en un abrazo fraterno y solidario: Aquí estoy y estoy contigo.

 

También están esos otros que llevan agua embotellada y toda una serie de productos que –sabe bien- son necesarios para la gente que está en situación de vulnerabilidad, que ha perdido familiares o que ha perdido su patrimonio y que apenas comerá por hoy un poco de alimento. Esas manos invisibles pero efectivas también se tienden para decir: Aquí estoy y estoy contigo.

 

¿Qué podemos aprender los mexicanos de todo esto? ¿Qué podemos aprender los poblanos de esta trágica situación? Hay dos elementos que veo con toda claridad en medio de la tragedia. Uno lo vi el lunes en la manifestación por Mara Fernanda: la energía juvenil. Es una de las marchas en que los jóvenes son capaces de mostrar a la sociedad que no son indiferentes ni ajenos al dolor. Y el otro es esa voluntad de ayuda y de solidaridad.

 

Se está pidiendo –de un cada vez más creciente número de personas- que los partidos políticos y sus dirigentes donen el 20% de sus prerrogativas para reconstruir al país. Vamos a ver si en ellos también hay esa energía y esa voluntad de ayuda y solidaridad. Y vamos a ver quiénes de los que se mueven para lograr una candidatura son capaces de hacerlo.

 

No me queda más que retomar este epigrama que un amigo me hizo favor de enviar esta mañana y que –pienso- recoge el sentir de muchas personas:

 

Habrá días de lluvia y días de sol,

Días oscuros y días de luz,

Días de tristeza y días de felicidad,

Días que quisiéramos olvidar

Y días que nunca olvidaremos.

Pero siempre habrá un mañana

Para volver a empezar.

 

¡Sursum corda!

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).