Imágenes

  • Fidencio Aguilar Víquez
Ruiz Zafón. Haruki Murakami. El fuego de cada día de Octavio Paz es una delicia. Xirau, poema.

Abro la computadora y no puedo escribir. Poco antes de hacerlo estaba seguro de la idea que iba a anotar, a desarrollar, a exponer, a detallar. Y de repente, ante la pantalla en blanco, sigue el desvanecimiento de la idea, de la imagen. Trato de recordar. Estoy leyendo un libro de Carlos Ruiz Zafón, El laberinto de los espíritus, casi lo termino, unas noventa páginas de las más de 900. Una historia que ya venía conociendo desde La sombra del viento, de unos libreros y unos escritores, en medio de loa aciagos años primero de la guerra civil española y luego de la dictadura franquista, todo ello en la bella y misteriosa Barcelona. Una historia que comencé a conocer cuando iba yo con mi familia a dar mis clases al Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos, en algún momento, mientras veíamos libros, una señora al ver que mi vista se detenía en las novedades, me sugirió: Lea ese (La sombra del viento) y no se va a arrepentir. Y en verdad, lo leí y no me arrepentí, una historia que, ahora con esta nueva (la del Laberinto de los espíritus) se cierra, cuando menos en sus ejes centrales o en la vida de los personajes centrales. Ya llego al final, cuando menos al final de la historia de esas historias vinculadas, porque toda historia es también un nudo donde convergen, donde culminan y donde también comienzan otras historias.

Ya después de un largo párrafo el lector sin duda piensa en pasar a otro tema. Y yo también. Porque al mismo tiempo que busco terminar la mencionada novela, leo otra que tiene más carácter de reportaje: se trata de otro autor contemporáneo famoso, un japonés llamado Haruki Murakami, y el libro se llama Underground, sobre un atentado en marzo de 1995 en el metro de Tokio por un grupo radical que mató a varias personas y dejó cientos de heridos y con ulteriores secuelas. Es la historia del atentado de la secta Aum con gas sarín en esa mañana en que muchos pasajeros del metro, en algunos vagones, vieron esas extrañas bolsas de plástico con un contenido similar al agua o al aceite, que es la forma física del mencionado gas. El libro es el testimonio de los afectados y de algunos de sus familiares. Son varias historias, una de ellas, la última que leí es de una mujer que acababa de tener a su bebé, una niña, y a quien en ese atentado el destino le arrebató a su marido. La vida le cambió de un momento a otro, radicalmente, en todo, y a pesar de ello, tanto la familia –suya y de su marido- como su pequeña hija, le hicieron revalorar y reconsiderar lo que a partir de ahí iba a realizar.

En medio de la revisión de entrevistas, textos, artículos, libros y más artículos, leer también El fuego de cada día de Octavio Paz es una delicia. Es una colección de poemas del Nobel mexicano desde sus años iniciales hasta los últimos. Mi inclinación natural es ir a los poemas más clásicos, primero a “Piedra de sol”, veo casi de inmediato el chopo de cristal. Pero también “Pasado en claro” y “Árbol adentro”, son de los últimos cuando ya Paz era mayor y, aun así, logró una renovación como poeta. No, me grito a mí mismo, mejor los orientales: “Blanco” y “El mono gramático”. Pienso en el cimiento y en la simiente, en el inicio, en la palabra. Pero curiosamente mis manos abren el libro y aparece el pequeño poema: “Niña”, y en su lectura, en todos los actos del poeta, la niña, el motivo de su escritura, de su palabra, hace que todo cobre un nuevo cariz, un nuevo tono, un nuevo motivo para mirar las cosas de otra manera; ya se mire el cielo, ya se mire el día, cualquier cosa, el motivo, dice el poeta, eres tú, niña. Es la musa entrevista en cada verso y en el conjunto de palabras que componen ese breve poema.

Y de nuevo dejados al azar mis manos abren el “Soneto” con que inicia toda la colección de este libro: ya no es una niña pero sigue siendo una musa, una mujer que, a la vista y a la percepción, es la que anima al poeta a emitir su admiración, su adoración, su percepción. Se me queda en la mente ese movimiento que detiene el instante (¿o será al revés: que el instante detiene al movimiento?). Y el poeta culmina y termina contemplando ese movimiento, ese gesto, ese signo de su amada, la que ha “desatado su cuerpo” y él, al verlo, queda absorto, embelesado, encantado y no es capaz ya de articular más que el poema. Se aprecia aquí –y caigo en la cuenta de ello en este momento de escribir estas líneas- que el amor ha suscitado al poema. Aunque quizá en el fondo haya sido el poema el primero, el que haya suscitado el amor. El poeta oscila entre una cosa y otra y, como siempre, es el lector el que termina escogiendo una cosa o la otra.

A veces es a través de estas oscilaciones –como un río cuya corriente busca su propio cauce- como vamos encontrando trozos de nosotros mismos, partes de ese yo que, día a día, vamos si no construyendo sí descubriendo, porque cada pedazo de lectura es un espejo que nos refleja: no es nuestro yo, o al menos no es el verdadero, pero sí su imagen. Si no fuera por esas imágenes no podríamos conocernos, cuando menos algo de lo que somos.

[Al terminar estas líneas, leo una nota que publica El Universal sobre la muerte de Ramón Xirau, filósofo y poeta. No conocía algún poema hasta que Rodrigo Guerra nos compartió Tiempo II:

No sé si el tiempo nos busca

anillo de luz

no sé si las naves azules

ven olas de luz en el camino

del templo. No sé si las

miradas de las olas

renacen en las hojas, en las

yedras,

en las arenas.

Las encrucijadas del viento, las

ferias de la mañana

encienden, noche adentro,

las zarzamoras del fuego.

Mundo: ejercicio de los

equilibrios leves

cae y no cae en el atardecer

encendido,

no sé si nos ve en las yedras

del templo.

¿Nos mira, nos mira, nos mira

Sinnombre?

Sé que el silencio estalla

en las fresas vivas

de la tarde.

Descanse en paz este filósofo-poeta mientras nosotros seguimos nadando en el río de la existencia].

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).