Esta tierra es el único cielo

  • Ricardo Velázquez Cruz
La brevedad de la vida. La vida del espíritu. Los sentidos como aprensión del espíritu.

Se añade un toque triste, poético, a este intenso amor a la vida, por la comprensión de que esta vida que tenemos es esencialmente mortal. Aunque extrañe decirlo, esta triste conciencia de nuestra mortalidad hace tanto más agudo e intenso el goce de la vida por el estudio. Porque si esta existencia de nuestra mortalidad hace tanto más agudo e intenso tratar de gozarla mientras dura, una vaga esperanza de inmortalidad disminuye el goce cabal de esta existencia terrena.

La creencia de nuestra mortalidad, la sensación de que vamos a quebrarnos y extinguirnos como la llama de un cirio, digo, es algo gloriosamente bello. Nos hace poéticos. Pero sobre todo, nos hace posible preparar nuestro ánimo y arreglar nuestra vida sensatamente, verazmente, y siempre con un sentido de nuestras limitaciones.

Da también paz, porque la verdadera paz del espíritu proviene de la aceptación de lo peor. Psicológicamente, creo, significa una liberación de energías. Cuando los poetas y la gente común de China gozan de la vida, hay siempre en ellos un sentimiento subconsciente de que la energía no va a durar siempre, y los chinos dicen a menudo al terminar una feliz reunión: “Hasta la feria más gloriosa, con cobertizos de esferas tendidos sobre mil millas, debe llegar a su fin más temprano o más tarde”. El festín de la vida es como el festín de Nabucodonosor. Este sentimiento de la calidad de sueño de nuestra existencia inviste al pagano en una especie de espiritualidad. Ve la vida esencialmente como un artista de Sung ve un escenario de montañas al pintar un panorama: envuelto en una niebla de misterio, lleno a veces el aire de humedad.

Privada de la inmortalidad, la proposición de vivir se hace una simple proposición. Es esta: que los seres humanos tenemos un limitado plazo que vivir en esta tierra, rara vez más de  setenta años, y que por lo tanto hemos de concretar nuestras vidas de manera que vivamos lo más felizmente que podamos bajo un fuego dado de circunstancias. Hay algo mundano, algo terriblemente sujeto a la tierra en esto, y el hombre procede a trabajar con empecino sentido común, casi con el espíritu que George Santayana llama “fe animal”. Con esta fe animal, tomando la vida tal como es, hemos adivinado astutamente ya, sin la ayuda de Darwin, nuestra semejanza esencial con los animales. Nos hizo aferrarnos a la vida –la vida del instinto y la vida de los sentidos- en la creencia de que, como todos somos animales, sólo podemos ser verdaderamente felices cuando nuestros instintos normales están normalmente satisfechos.

Esto se aplica al goce de la vida en todos sus aspectos. ¿Somos materialistas, pues? Un chino no sabría cómo responder a esta pregunta. Porque con su espiritualidad basada en una especie de existencia material, sujeta a la tierra, no alcanza a la ver la distinción entre el espíritu y la carne. Indudablemente, ama las comodidades terrenas, pero las comodidades son cuestión de los sentidos. Sólo a través del intelecto alcanza el hombre la diferenciación entre el espíritu y la carne, en tanto que nuestros sentidos dan la puerta a ambos.

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Ricardo Velázquez Cruz

Es abogado notario y actuario egresado BUAP. Diplomado en Análisis Político Escuela Libre de Ciencias Políticas de Puebla. Especialidad en Derecho Agrario UNAM; Maestría en Derecho Constitucional y en Juicio de Amparo UAT.