La muerte del Amor

  • Ignacio Esquivel Valdez
Un velorio. El Amor muerto. Desfilan todos los sentimientos. Sepultura. ¿Esperanza?

Amigos, aconteció una tragedia. La tristeza, que es buena para dar malas nuevas, nos notificó que el Amor había fallecido. Al saberlo, la Alegría palideció, sintió que se desmayaba, aunque no dejó de sonreír. La Ira, de puro dolor, maldijo que la vida fuera tan corta, rompió y arrojó lo que se le pusiera enfrente y se tiró al suelo para hacer una rabieta. Por su parte, la Congoja y la Depresión se acomidieron a organizar las exequias, pues sabían que ese día trabajarían horas extras.

 

                La Amistad y el Afecto, parientes cercanos del occiso, hicieron la guardia de honor, mientras la Nostalgia dirigía unas palabras a los concurrentes. Dijo que había sido un ser maravilloso, no obstante causaba olvidos y distracciones en aquellos a quienes también daba motivos para vivir, pues un enamorado piensa en alguien más todo el día. Por supuesto que con esto último el Egoísmo frunció el ceño, pero se quedó callado. Al finalizar el discurso, se presentó la Envidia con un vestido negro, gafas oscuras y un ramo de flores; después de mostrar sus respetos ante el féretro, desde un rincón se le alcanzó a escuchar: "¿Por qué no fui yo el difunto?".

 

                A la media noche llegó la Histeria, quien desde la entrada armó un numerito entre lágrimas y gritos diciendo: "Señor ¿por qué te llevas a los buenos?" Prácticamente a rastras se la llevaron a los baños para que se calmara. Supe que el Miedo no quiso ir ante la sospecha de contagiar a los reunidos con sus distintas, pero igualmente funestas transformaciones a Pánico o Terror. Me sorprendió ver a la Arrogancia tomar café con la Indiferencia, tanto porque tuvo la cortesía de ir al evento, como de charlar con alguien que no le ponía atención.

 

                A la mañana siguiente, cuando terminó el entierro, todos rodeábamos la tumba con solemne y respetuoso silencio, mismo que fue roto por la Esperanza quien dijo con un gran suspiro: "¡Ánimo! mañana será otro día". Justo comenzábamos a irnos cuando un enterrador anciano con pala en mano me dijo: "Dejé la tierra suelta, pues tarde o temprano este compa saldrá y volverá a andar entre los vivos", al ver mi extrañeza me aclaró: "Sí, mi amigo, si aún no lo sabe, esto ha sido siempre así, el amor nunca muere, lo que cambian son las parejas".

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas