Se anuncia la muerte

  • Fidencio Aguilar Víquez
Una historia de Irvin D. Yalom. La muerte se anuncia. Schopenhauer. El sexo. La otra vida. Guardini

Me encuentro revisando algunas notas. Una de ellas, del 20 de abril de 2007, me recuerda que estaba yo leyendo el libro de Irvin D. Yalom, Un año con Schopenhauer (Emecé, 2005). Y comienza la historia cuando el terapeuta –un psiquiatra agnóstico- se entera que tiene un melanoma. Yo había subrayado lo siguiente:

He aquí que por fin aparece la muerte en el escenario, pensó. Pero qué entrada banal: el telón lo abrió torpemente un dermatólogo gordito con nariz de pepino, con una lupa en la mano, vestido de guardapolvo blanco con su nombre bordado en letras azules en el bolsillo superior. (pp. 10 y 11)

Julius, que era el nombre de nuestro personaje, comienza entonces su ultimo año de vida. Sabe que morirá, la muerte se ha anunciado, si se quiere de manera torpe, como dice el texto, de manera banal. Desde luego, banal el anuncio, no la muerte misma que debe ser cosa seria.

¿Qué haría usted, amable lector, lectora, si hoy mismo se enterara que le queda más o menos un año de vida? En rigor no me lo había preguntado en cuanto a un lapso de tiempo que quedara por delante, sí me lo había formulado en cuanto a imaginar mis funerales, mi encuentro con mis seres queridos y amigos en el más allá y el juicio de Dios que me esperaba. Hasta ahí terminaba mi historia. Pero no me había yo formulado qué haría en un año al enterarme que debía yo morir. ¿Qué se puede hacer en un año? ¿Para qué? Probablemente seguiría haciendo lo mismo, sería una respuesta dentro de las varias que hay, pero, entonces, ¿no tendría significado, no le inyectaría una dosis de tensión, apresuramiento, energía o algo, la noticia irremediable de que, en doce meses, la vida se agotaría?

Yo, ¿seguiría igual que ahora, pensando lo mismo, sintiendo y haciendo lo mismo? No lo creo. No creo que nadie lo hiciera. Quizá me pondría a escribir un libro, a planear las cosas, a hacer tantas cosas, no lo sé. O a abrumarme, a lamentarme, a ir por acá y por allá ahogando mis penas. O a gozar esta vida con todas sus penas y alegrías, tratando de aprovechar éstas como si se tratara de beber las últimas gotas de agua en el desierto.

¿Qué hizo Julius el personaje del libro? Siguió dando sus terapias. Por cierto a ellas, a las terapias, acudía Philip, un professor de filosofía, quien ante la noticia del anuncio de la muerte de Julius, acude a Schopenhauer y, en especial, a su definición del sexo, como si su respuesta ante nuestra pregunta fuera: haría que se desbordara el sexo. Su respuesta está aquí:

-No se me oculta -respondió Philip rápidamente- que lo revelado hoy aquí, lo que ha causado tanto sufrimiento innecesario, surge del poder supremo y universal del sexo que, según mi otro terapeuta, Schopenhanuer, es inherente a nosotros o, como diríamos hoy, lo traemos de fábrica. Recuerdo buena parte de lo que dijo Schopernhauer al respecto porque a menudo lo cito en mis clases. Permítanme repetir aquí algunas de sus palabras: "El sexo es el más poderoso de los móviles humanos. El fin último de casi todo empeño humano. Interrumpe a toda hora los menesteres más serios, y muchas veces causa perplejidad a las más notables mentes humanas. No vacila en enredarse con la escoria ni en inmiscuirse en las investigaciones de los sabios..." (...) Todos los días genera polémicas desconcertantes, destruye las relaciones más valiosas, destroza los lazos más firmes y arrebata la conciencia a los que antes eran honorables.

No estoy seguro de que alguien, con la muerte declarada, de que no otorgará más que un año de vida, pueda salir con el argumento o la convicción del sexo schopenhaueriano, o del sexo simplemente. La idea de la finitud, su conciencia, su visualización seguramente no nos llenaría de energía para decir o tomar esta postura: quiero sexo. Siempre habrá sus excepciones, desde luego.

Pero si la muerte se ha anunciado ¿es major prepararse para la otra vida o para despedirse lo major que se pueda de esta vida? ¿O daría tiempo para las dos cosas, para despedirse bien de esta vida y prepararse bien para la otra vida? ¿Qué podríamos hacer para despedirnos bien de esta vida y qué para prepararnos lo major posible para la otra?

¿Nos iríamos a despedir de las personas que queremos y les diríamos lo que consideráramos relevante decirles? De ser así seguramente entonces también podríamos atrevernos a decir y a realizar algunas cosas que habitualmente o de ordinario no hemos hecho. Nos atreveríamos a muchas cosas, o a algunas que requirieran una cierta valentía, una cierta fuerza o potencia, un arriesgue mayor, algo. ¿Qué nos atreveríamos a hacer en este sentido? Y desde luego, arreglar muchas cosas con la familia, con los familiars cercanos, con los amigos, con algunas otra personas. Y hasta con el estado, hacienda (no creo que nos preocupara pagar impuestos de ultimo momento), o cuando menos cuestiones testamentarias para no dejar en desorden algo que pueda generar  problemas ulteriores.

Y si decidiéramos prepararnos para la otra vida, ¿qué haríamos? ¿Con qué comenzaríamos? ¿Con una buena dirección espiritual? ¿O nosotros mismos en solitario? Desde luego, habría momentos de soledad y momentos de acompañamiento, a final de cuentas, se supone, estaríamos preparándonos para esos momentos determinantes de nuestra propia muerte.

Y si debemos prepararnos para todo ello, ¿significa que no estamos preparados ahora mismo? Pero, ¿puede alguien prepararse para morir si la muerte no se le anunciara de alguna manera? Habitualmente no es que no pensemos en la muerte en algún momento, sino que, aquí y ahora, incluso al escribir estas líneas, no estoy listo para suponer que caeré fulminado por una muerte súbita. De hecho una muerte inesperada no es problema, aquí el asunto es cuando la muerte se anuncia y nos hace saber que no tenemos más que 365 días para respirar.

En resumidas cuentas, salvo Julius –nuestro personaje-, ni estamos preparados ni pensamos que a nosotros nos pudiera advenir el anuncia de la muerte que nos dijera (o en lo personal me dijera): Fidencio, te llegó la hora, no te queda más que un año de vida. Dentro de nuestros planes no suele estar ese anuncio, por eso es que no pensamos ni planeamos nuestro futuro en función de la muerte. Cosa distinta para alguien a quien se le anuncia que en determinado tiempo la muerte le ocurrirá.

Quizá por eso lo mejor es no saber cuándo vamos a morir ni cómo ni dónde ni las circunstancias. Claro esa no es la problemática, y pore so volvemos al inicio, el asunto –y por tanto el problema se presenta- es cuando la muerte se anuncia: aquí estoy, y en un año nos vamos, te llevo o lo que sea, pero no sigues vivito y coleando.

Dice Romano Guardini en alguno de sus textos (si mal no recuerdo en “La libertad viviente”) que sólo el hombre de fe, el hombre religioso, ante la muerte, es decir, ante la finitud, la irremediable finitud de nuestro ser histórico y temporal, se puede presentar con tota libertad y decir: adelante, que así sea. Porque confía en el ser superior en el que siempre ha creído y confiado. De eso depende su libertad.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).