Peña Nieto: crítico literario experto en Gabo

  • Juan Pablo Proal
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Si alguien se atreve a aseverar que Gabriel García Márquez es el mejor escritor que ha dado Latinoamérica es porque ha leído a la mayoría de los narradores del continente, tiene una sólida formación literaria y una vida cercanísima a las letras. De lo contrario, sería un mentiroso, un impostor, un simulador.

Durante el homenaje póstumo al escritor colombiano en el Palacio de Bellas Artes, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, osó declarar: “Gabriel García Márquez es el más grande novelista de América Latina de todos los tiempos”.

También añadió: “Con su obra, llevó el realismo mágico a su máxima expresión. Asumió que ficción y realidad son inseparables en los seres humanos y de forma especial en nuestra América Latina, por la que luchó con ideas y obras”. Antes, el 17 de abril, día de la muerte del Premio Nobel de Literatura, Peña Nieto expresó en su cuenta de Twitter: “Con su obra, García Márquez hizo universal el realismo mágico latinoamericano, marcando la cultura de nuestro tiempo”.

Si Enrique Peña Nieto tuvo la seguridad para sostener lo anterior quiere decir que es un lector hambriento, que no ha omitido estudiar a fondo no sólo la obra de García Márquez, sino de Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Roberto Bolaño, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar,  Rosario Castellanos, José Revueltas, Ernesto Sábato  y un larguísimo etcétera.

Dado sus antecedentes, resulta difícil (por no escribir imposible) de creer que Peña Nieto siquiera leyó “Cien años de Soledad”, la obra más popular de García Márquez.  Un hombre que no puede citar correctamente tres libros que lo hayan influido, que cree que “suscribido” es el participio del verbo suscrito, que confunde el nombre de instituciones públicas cotidianamente, que ha sostenido que Boca del Río es la capital de Veracruz y Tijuana y Monterrey estados de la República, no puede reflexionar con tanta soltura sobre el realismo mágico y la literatura latinoamericana.  No de manera genuina.

Si Peña Nieto simuló en el homenaje póstumo a García Márquez, ¿en cuántos aspectos de la vida pública lo hará también?, ¿cuánto de lo que expresa es falsedad?, ¿qué parte de su palabra es verdad?, ¿podemos confiar en él?

Nuestros impuestos auspician el engaño. Los “tuits” del presidente de México se pagan del erario. También sus discursos, sus actos protocolarios, su telepromter (aparato electrónico para leer textos), su “chicharito” (audífono), sus redes sociales…

Tres funcionarios de la presidencia de la República conforman el equipo responsable de redactar los “tuits” del presidente (periódico 24 horas, 13 de marzo de 2014). Se trata de un equipo adherido al proyecto de Estrategia Digital Nacional, plan con un costo estimado en 100 millones de dólares, según ha documentado el periodista Jenaro Villamil.

Desde su campaña presidencial, Peña destinó recursos e infraestructura para consolidar un equipo de “bots”, tuiteros que promocionaban sus acciones e intentaban neutralizar a los cibernautas críticos con el priista.

Y esta es sólo una parte del despilfarro del mandatario para apuntalar su imagen. En 2013 se destinaron mil 22 millones de pesos para difusión de las actividades del mexiquense, y para 2014 la presidencia pidió aumentar esta cifra en casi 90 millones de pesos. En paralelo, se ha vuelto cotidiano leer noticias de convalecientes que mueren a lo largo del país por la deficiencia de los servicios de salud pública.  

Para promover las reformas educativa y energética, la presidencia de la República gastó al menos 186 millones de pesos el año pasado, de acuerdo con un reportaje del portal Animal Político. Incluso Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad solicitaron a Estudios Churubusco la producción de los spots de la reforma energética.

Mención aparte merece el desborde de recursos públicos utilizados por Peña Nieto para promocionarse cuando era gobernador del Estado de México, que tan sólo en su primer año de gobierno representó 742 millones de pesos (Proceso 1898).

A pesar del dispendio de recursos, la mayoría de los ciudadanos reprueba la gestión del presidente. En su tercera encuesta anual publicada al cierre de 2013, Reforma advirtió que, en promedio, los gobernados le daban una calificación de 5 a su gobierno. Con todo y el derroche de recursos, prevalecen las dudas de cuáles serán los beneficios reales de las reformas impulsadas por el gobierno, como ejemplificaron los cuestionamientos del cineasta Alfonso Cuarón a la reforma energética, posición que encontró eco social y orilló a la presidencia a desplegar más esfuerzos en persuadir de las supuestas bondades de la iniciativa. 

La simulación no sólo tiene un costo económico, también social. En su libro “Comunicación y Poder”, el investigador Manuel Castells, titular de la cátedra Wallis Annenberg de Tecnología de la Comunicación y Sociedad de la Universidad de California del Sur, alerta: “Cuando los ciudadanos piensan que el gobierno y las instituciones públicas engañan de manera habitual, todo mundo se siente con derecho a engañar”.

Advierte también: “(…) Los periodos prolongados de desconfianza en el gobierno alimentan la insatisfacción con el sistema político y pueden tener graves consecuencias para el gobierno democrático”.

El discurso de Enrique Peña Nieto durante el homenaje póstumo a García Márquez refleja las prácticas de su gobierno. El protocolo vacío, antes que la honestidad. La falta de compromiso con la palabra empeñada. Parecer, antes que ser. Privilegiar la manipulación mediática y no la verdad. 

Mantener este espectáculo sangra las arcas de un país donde el hambre aún es causa de muerte. Perpetúa la cultura del cinismo, la corrupción y el engaño. Si las autoridades hacen de la simulación su declaración de principios, los gobernados se sienten con el derecho de violar las leyes que de ellos emanan.

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