¿Quién ordenó su asesinato? (Segunda y última parte)

  • José Alarcón Hernández
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El que invita desinvita

El invitado acepta  

de cualquier manera

El que invita se libera.

Un día el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Fernando Ortiz Arana me envió como Delegado al estado de Nayarit, de marzo de 1993 a  mayo de 1994, cuyo gobernador era Rigoberto Ochoa Zaragoza, cetemista connotado.

La presentación estuvo a cargo del coordinador regional del CEN, el ahora diputado federal Heriberto Galindo y con la gratísima presencia del presidente de la Gran Comisión del Senado, Don Emilio M. González, a quién yo le había informado del encargo y él generosamente presenció el evento. 

Llegó el 3 de marzo de 1994 y Colosio visitó en campaña esa entidad federativa.

El presidente del PRI, Dr. Lucas Vallarta y todo el equipo preparamos lo necesario.

Luis Donaldo venía de Zacatecas y por la diferencia de uso horario se adelantó una hora.

El presidente y yo nos subimos a su vehículo, azorados porque ya estaba como a cien metros de la salida del aeropuerto, rumbo a Tepic.

En el camino Colosio me dijo: ¿Por qué hay tanta seguridad que no quiero? Había policías en el trayecto y en cada bocacalle. Eran unos 10 kilómetros.

Le contestamos que el gobernador Ochoa no había accedido a suprimirla.

Colosio estaba enojado, contrariado, enfurecido.

Por fin llegamos a la casa de gobierno, después del saludo el gobernador le soltó a Colosio:

“Luis Donaldo, eres como las espinitas, chiquitas pero qué bien chingan”, ante lo cual Colosio expresó disgusto, frunció el seño, no le contestó a Rigoberto.

En seguida me dijo: ¿Cuál es el programa?

Se lo entregué. Me dijo: ¿La entrevista con el obispo? Sí, está programada, a la hora que usted disponga y lo invitará a cenar.

Resulta que el gobernador Rigoberto y el obispo tenían conflicto público, de ahí la importancia de la entrevista. En los medios y en los periódicos tenían bronca pública.

Entonces Colosio cambio de semblante y expresó agrado.

Un día invite al obispo a ir al Comité Directivo Estatal y aceptó, lo cual se publicó en todos los medios a ocho columnas, con fotografías.

¡Un obispo en el PRI!

Eso facilitó la entrevista.

Volviendo a la gira: ésta fue tumultuaria. La gente rebasó a la seguridad de Luis Donaldo.

El evento se realizó  en La Concha, se aseguró que antes no se había reunido tanta gente.

Los priístas estaban felices por el éxito, encabezados por el senador nayarita Emilio M. González y los dirigentes de los sectores y las organizaciones del partido.

Días antes Colosio visitó Puebla, el evento se efectuó en la Plaza de San Pedro Cholula. Era Manuel Bartlett Díaz el gobernador. Me tocó estar en la explanada, no en el presídium.

Cuando terminó el evento tomé rumbo a Puebla, a pie. Pasó Colosio en su camioneta y me gritó: “Alarcón, súbete”, lo cual me hizo sentir muy bien.

En el trayecto me preguntó de la situación político-electoral de Puebla.

Unos días después se realizó el evento en la explanada del edificio del CEN para celebrar el 65 aniversario del partido. Entonces, Colosio pronunció un discurso estremecedor, de reconocimiento de las desviaciones del partido, del gobierno y del estado mexicano y enumeró  las transformaciones que había que emprender con decisión.

Ese día, en la mampara gigantesca que servía de fondo, se advertía con toda claridad una cruz, como si anunciara algún misterio.

El 23 de marzo el Dr. Lucas Vallarta y el delegado fuimos a visitar algunas comunidades y me llevó a conocer la construcción de la gran presa “El Cajón”, en el municipio de Santa María del Oro, inaugurada el 1 de marzo de 2007, que generaría energía para la Comisión Federal de Electricidad.

Regresábamos ya, pero estábamos a una distancia de dos horas de la capital, Tepic, entre las montañas y las cordilleras.

El sol estaba rojo, empezaba a guardarse, el camino era de terracería, aún no había ni un tramo de carretera, solo desfiladeros.

A esa hora, las seis de la tarde, recibimos la noticia de la tragedia: Luis Donaldo había sido baleado en una colonia que había visitado en Tijuana, Baja California, en Lomas Taurinas.

Guardamos silencio, nos tragamos la sorpresa. Alcanzamos a decir: esto pudo haber sucedido en Tepic.

Por fin llegamos a la capital de Nayarit, el estupor era grande y con la impotencia de hacer algo.

Al otro día, por la mañana, el obispo celebró una misa de réquiem por Luis Donaldo Colosio.

Estuvimos presentes, el gobernador del estado, los funcionarios estatales, los diputados federales y estatales, los presidentes municipales, regidores, empresarios, personas del sector privado y gran parte del pueblo que lloraba a su candidato.

Hasta ahora, la mayor parte del pueblo no cree en las investigaciones y en los dictámenes emitidos respecto de su asesinato.

Se conoce quien fue el autor material pero también con dudas.

El o los autores intelectuales permanecen en la obscuridad más espesa, a tal grado que nunca se sabrá quién ordenó su muerte.

Por otro lado la gente imagina y piensa que fue alguien del propio círculo, a quién incomodó la actitud y los discursos del propio Luis Donaldo Colosio.

Este escenario se completa con el asesinato de otro connotado político: Francisco Ruíz Massieu, quién ya siendo legislador encabezaría la cámara de diputados.

La memoria de Colosio obliga a asumir su doctrina y ponerla en práctica. Esa será la mejor forma de honrarlo.  

Mis correos:

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José Alarcón Hernández

Lic. en economía, con mención honorífica. Diputado Local dos veces y diputado federal dos ocasiones. Subsecretario de Educación Superior de la Entidad y Subsecretario de gobernación del Estado. Autor de 8 libros publicados por la Editorial Porrúa. Delegado de la SEP Federal en el Estado. Actualmente Presidente del Colegio de Puebla. A.C.