Don Juan Tenorio
- Atilio Peralta Merino
Existen personajes como “Don Juan”, que nos brindan a cabalidad las llaves de comprensión del poder, del desenvolvimiento de las sociedades, o bien, en su caso, de las incógnitas que nos presenta la vida misma; hayan sido creados de manera indistinta por la leyenda popular o por la inspiración poética de algún escritor, comprenderlos nos resulta de vital importancia si aspiramos a desentrañar los abismos del alma humana.
José Zorrila, con la acuñación de un personaje como “Brígida”, hace intervenir por su cuenta en la trama de “Don Juan” a la “Celestina” del bachiller Fernando de Rojas y a la “monja trotaconventos” que interviene en la seducción de las novicias desde el Siglo XIV, según da cuenta Juan Ruiz Arcipreste de Hita en el “Libro del Buen Amor” , la magna síntesis de la cultura en habla española del paganismo de Ovidio, el saber amatorio safardítico que se deriva del “Cantar” de Salomón y de la erótica árabe de Ibn Hazm plasmada en el “Collar de la Paloma”.
En “El Burlador”, Tirso plasma la decadencia de las “Españas” bajo la postrimerías de los “Austrias” en los períodos de Felipe IV y Carlos II “el hechizado”; no existe en él redención alguna para el protagonista que se hunde irremisiblemente den los infiernos, tal y como acontece en la trama de la versión de Moliére y en la trama de la Ópera de Mozart a cuyo estreno asiste Giacomo Casanova a quién se encuentra dedicada la partitura de “Don Giovanni”; condenación que, por lo demás se encuentra en plena concordancia con las doctrinas que , como clérigo, Tirso habría sostenido en los más diversos “autos sacramentales” de su autoría.
La interpretación en boga en el sentido de que “Don Juan” constituye una pieza misógina, obedece a una visión por demás superficial, el personaje que lo es a no dudarse, ha sido objeto por su parte de las más agudas disquisiciones de la psiquiatría forense en la pluma del médico español Gregorio Marañón; y, es por lo demás, un personaje que no se circunscribe a la misoginia, y no es por ende una figura anacrónica impropia de rememorarse en los días que corren caracterizados por una supuesta liberación sexual.
Juan Tenorio encarna el poder que se deriva del privilegio en una sociedad en decadencia; ante ello, el homicidio, el adulterio , el sacrilegio y el lenocinio puede acarrear consigo la perdida una y otra vez de caudales inconmensurables de fortuna que, a fin de cuentas, el autor de los estropicios recibirá siempre el beneplácito del Emperador , aun cuando hubiese recibidos las maldiciones paternas: “ siempre vive con grandeza quién hecho a grandeza está” , dice “Juan Tenorio” en la versión decimonónica de José Zorrila.
La salvación, se entroniza por Zorrilla bajo la inocultable influencia inmediata del “Fausto” de Goethe, otro de los grandes personajes que desentrañan el alma de los hombres, así como la mediata de Dante quién, en “La Divina Comedia” pretende reconciliar el Amor Cortés heredado de la erótica árabe con la teología católica del Doctor Angélico Santo Tomás de Aquino; y no figura en la trama original de Tirso de Molina , como tampoco en la obra de Moliére o en la Ópera de Mozart; pese a lo cual, el repudio al “Burlador” es claro y contundente en la voz de Don Diego de Ulloa, el “Comendador de la Orden de Calatrava” y “convidado de piedra” al sacrílego convite de Tenorio, quién como voz espectral espeta desde ultratumba en los momentos finales de Don Juan : “he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando están”.
En la cinta “Don Juan”, producida en la Argentina en 1948 y protagonizada por el legendario comediante Luis Sandrini, se lleva a cabo el más acabado y formidable estudio de los caracteres y las situaciones de la trama de Zorilla; el protagonista de la cinta en cuestión, un viejo tramoyista retirado, pide la gracia al responsable de un asilo de ser presentado a sus compañeros de estadía como “primer actor”.
En medio del diálogo entre los personajes centrales , se dilucidan todos los misterios que encierra la acción y el carácter del enigmático personaje forjado en la “Siglo de Oro”, por la imaginación poética del clérigo Tirso de Molina, y que fueran plasmados en la comedia de su autoría llamada “El Burlador de Sevilla”.
El tramoyista protagonizado por Sandrini, es un hombre modesto que amó siempre a la protagonista del papel de “Doña Inés”, con la que finalmente se encuentra en las postrimerías de sus días en el asilo en el que le declara su amor declamando las estrofas del balcón: “¿ no es verdad gacela mía que estás respirando Amor? ”; un hombre sencillo y modesto , del todo alejado a las grandezas de “Don Juan”.
albertoperalta1963@gmail.com
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De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.
Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava