Fiestas patrias y desmoralización social.
- Juan Martín López Calva
Más que personas y sociedades morales o inmorales, existen personas y sociedades con alta moral o desmoralizadas, dice la filósofa española Adela Cortina siguiendo a Ortega y Gasset.
Porque la moral tiene que ver con el deseo de vivir humanamente. Cuando este deseo disminuye o se pierde, las personas y las sociedades optan por sobrevivir a costa de lo que sea, asumiendo que no existen posibilidades de ser mejor o que no vale la pena el esfuerzo por actuar humanamente.
No cabe duda que un problema fundamental en el México de 2013 –y quizá de todo lo que va del siglo XXI- es la desmoralización social imperante. Se vive hoy en el país un desánimo ante cualquier cosa que implique aspiración a una situación más equitativa, pacífica, justa, democrática, solidaria. Vivimos en la creencia de que, contrario a lo que dice la popular porra futbolística: “no se puede”.
Uno de los rasgos que distinguen a la llamada sociedad posmoderna es la de vivir encerrados en el presente. El pasado ya no existe y se trata además de borrar puesto que significa el tiempo de las promesas incumplidas. El orden y el progreso que prometió la modernidad a partir de la ciencia y la técnica no llegó o al menos no llegó para la mayoría y la felicidad completa que este proyecto de civilización ofreció para los seres humanos se tradujo más bien en el infierno de guerras mundiales, holocausto, armas atómicas, pandemias, explotación y pobreza.
El futuro es incierto y oscuro puesto que estamos en un riesgo permanente por todas las amenazas de autodestrucción que ha creado la misma especie humana que buscando ese mundo perfecto –por el lado del capitalismo o del socialismo- generó las condiciones de posibilidad de una catástrofe planetaria.
De manera que se vive en el presente y se trata de buscar el beneficio inmediato, el placer y la satisfacción en el día a día –“carpe diem” propagaba al maestro en “La sociedad de los poetas muertos”- y en el terreno de los cambios políticos y sociales, la revolución que produzca resultados también inmediatos. Vivimos en la creencia de que “sino se puede aquí y ahora, no se puede”.
Por otra parte ha sido muy analizada desde hace décadas la postura de los grupos de izquierda y en general de todas las posturas autodenominadas progresistas, respecto a que los cambios sociales implican una cuestión de “todo o nada” y que cualquier negociación o solución parcial hacia lo posible, todo lo que queda debajo del ideal o la utopía, es una traición o una derrota. Vivimos en la creencia social de que lo que sólo la perfección es aceptable en lo relativo al cambio social y político, de modo que “si no se puede al cien por ciento, no se puede”.
Tanto el presentismo o inmediatismo de la cultura posmoderna que nos invade como el perfeccionismo o “utopismo” de la cultura “progresista” refuerzan constantemente la desmoralización social.
Porque cada vez que se intenta un cambio y no se logra de inmediato, aunque se siembren las condiciones y se inicien procesos que vistos y trabajados con persistencia y paciencia histórica van a provocar su realización tarde o temprano, la opinión pública y publicada expresan una total desilusión y contagian a la sociedad de un desánimo respecto a las posibilidades de construir una mejor sociedad.
Del mismo modo, cada vez que se promueven cambios sociales, políticos o económicos que no se realizan totalmente, aunque se logren avances parciales significativos que apuntan hacia la realización futura de estas transformaciones, el fenómeno de la desilusión, la crítica destructiva feroz y la consecuente pérdida de energía y ánimo social se repiten.
En este contexto de desmoralización creciente resulta casi natural que año con año se repitan y se multipliquen las expresiones en la prensa y en las redes sociales que manifiestan desde una visión pseudocrítica la oposición a la celebración de las fiestas patrias, bajo el argumento de que “no hay nada que celebrar” dadas las condiciones económicas, políticas y sociales que se viven en nuestro país.
Estas expresiones manifiestan claramente una negación del pasado como fuente de lo que hoy somos como país y absolutizan el presente como criterio único: no importa lo que haya pasado en 1810, no importan los héroes que lucharon por la independencia, como hoy tenemos muchos problemas como nación, entonces no debemos celebrar.
En estas posturas se refleja también el falso dilema de perfección o negación de cualquier avance social: si no hemos logrado que ya no existan pobres, si todavía tenemos violencia, si sigue habiendo corrupción, entonces no importa que hayamos avanzado en la creación y consolidación de instituciones, en la emergencia y participación de la sociedad civil en los asuntos nacionales, en una mayor transparencia y exigencia social a las autoridades, etc. No hay nada que celebrar.
Paradójicamente, el antídoto contra la desmoralización social que vivimos está en la revaloración de nuestro pasado, en la celebración de los héroes nacionales –seres humanos con virtudes y defectos que dieron la vida por un mejor país-, en la revaloración de los símbolos que nos unen por compartir una misma herencia y en la auténtica conciencia histórica que nos permita valorar críticamente los avances y retrocesos que la historia nacional, como todo proceso humano, ha tenido.
De ahí la necesidad de celebrar el pasado para comprender el presente y elevar la moral colectiva para enfrentar los retos del futuro.
Opinion para Interiores:
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Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).