- Sociedad
El más allá terrenal de Jenkins
CAPÍTULO 11
El más allá terrenal de Jenkins
En Estados Unidos, la gente entiende que los ricos
son bendecidos por Dios para administrar
los recursos de la comunidad.
En México, esta visión no existe.
Jorge Villalobos,
director del Centro Mexicano de Filantropía (2007)
El legendario William O. Jenkins
“El legendario William O. Jenkins”, declaró Excélsior.1 El titular encapsulaba el tono de los obituarios: en México, en Puebla, incluso en Estados Unidos. La leyenda de la que hablaban era la de una acumulación de riqueza un tanto oscura y bastante extraordinaria que había hecho un hombre inescrutable. La vida de Jenkins se estaba convirtiendo en un híbrido de romance gótico y fábula de autosuperación.
“Hijo de modestos granjeros, Jenkins llegó a amasar más de tres mil millones de pesos”, repicó La Opinión de Puebla. ¿Era ésa efectivamente la suma? El periódico estaba siguiendo el cálculo de Time, que la había expresado entre 200 y 300 millones de dólares. El Universal proporcionó un valor más modesto, equivalente a 40 millones. El Sol de Puebla, tras consultar con la Fundación Jenkins, reportó la fortuna en alrededor de mil millones de pesos, u 80 millones de dólares. De cualquier modo, como The New York Times señaló, Jenkins “tenía fama de ser el hombre más rico de México.”2
“El señor Jenkins no siempre fue bien comprendido”, dijo Noveda-des, el diario en el que tuvo una participación. “Su vida se desenvolvió en el misterio”, estuvo de acuerdo el Excélsior, que varias veces citó la reticencia de Jenkins para hablar sobre su historia. Al igual que los demás obituaristas, este autor tuvo que depender del recuerdo de sus amigos, como Manuel Espinosa y Gregorio Walerstein, cuya comprensión de los primeros años de Jenkins era propensa a errores. En algunos lugares, la prensa aumentaba la leyenda que afirmaba desmitificar.3
“Sólo él mismo podría relatar la verdadera historia de su vida”, publicó el más honesto de los titulares. Publicado en El Sol de Puebla y firmado por el experimentado reportero Luis Castro, este obituario era el más largo y esmerado. Castro admitió que gran parte de la historia era desconocida y que otra parte sólo eran rumores. Varias veces le dio a Jenkins el beneficio de la duda y lo defendió en contra de la vieja acusación de autosecuestro.
Castro también dio muchos detalles sobre la filantropía local de Jenkins. Quizás haya sido esto lo que convenció al periodista de ser amable, ya que el conjunto de la huella caritativa que Jenkins había dejado era enorme. Había financiado la construcción de los dos hospitales de la Cruz Roja en la ciudad de Puebla, otros hospitales en otras partes del estado y un Instituto de Cáncer que próximamente se inauguraría. Había construido un segundo Club Alpha, ahora la principal instalación deportiva de Puebla, donde la cuota mensual de 15 pesos era suficientemente baja para quienes tenían ingresos medios. Había cofundado el Colegio Americano de Puebla y había pagado por una extensión en el Seminario Palafoxiano. Esto sin decir nada de los cinco centros educativos que había ayudado a construir, otras 17 escuelas más pequeñas que había financiado y las obras hidráulicas y los mercados cubiertos que había subsidiado, y que a Castro se le olvidó mencionar, o quizá le faltó espacio.
El Sol de Puebla pronto reportó que la Fundación Mary Street Jenkins había desembolsado 86.6 millones de pesos, cerca de siete millones de dólares, hasta entonces. La suma era ligeramente mayor que el presupuesto anual del estado de Puebla. A lo largo del próximo cuarto de siglo, empleando el modelo que Jenkins introdujo de donar las utilidades de sus inversiones, la fundación haría donaciones de más de 150 millones de dólares.4
(…)
Mientras el público leía sobre Jenkins en el periódico matutino, cinco de sus amigos se reunieron en su casa y votaron por los nombramientos para el patronato de la fundación.5 El primer nombramiento fue el mejor amigo de Jenkins, el cirujano dentista Sergio Guzmán, que ascendió de miembro suplente a miembro de pleno derecho, y se unió al industrial azucarero Felipe García Eguiño, y el secretario particular de Jenkins, Manuel Cabañas. Al nieto de Jenkins, William Anstead Jenkins, mejor conocido como Bill, lo promovieron a vicepresidente. El que ascendió a la presidencia fue el hombre que fungió como la mano derecha de Jenkins durante 25 años, primero en la industria cinematográfica y luego en la banca, Manuel Espinosa Yglesias.
El que siguió excluido de la fundación fue el otro socio clave de Jenkins; Gabriel Alarcón se estaba reinventando como magnate industrial multimillonario y editor. En 1965 fundaría un periódico que subió el listón de los medios mexicanos, tanto por su calidad técnica a todo color como por su servilismo hacia el pri. Llamado El Heraldo de México, anunció su compromiso con la integridad periodística decorando la primera plana de su primer número con una fotografía del presidente (quien se declaró el “primer lector” del periódico) y un editorial de autoelogio. El Heraldo de México ayudó a Alarcón a recuperar su imagen maltrecha y ciertamente promocionó sus empresas de bienes raíces, pero es improbable que ganara dinero.6
El siguiente paso de la fundación fue un catálogo de los activos de Jenkins. Un inventario no era poca cosa, ya que casi toda su fortuna todavía no se cedía a la fundación y gran parte de ésta estaba en manos de los testaferros. También había una urgencia, puesto que lo que no se había cedido estaba sujeto a impuestos del gobierno estadounidense y, dada la riqueza y la fama de Jenkins, los auditores del irs podían llegar en cualquier momento. Ese mes el patronato se reunió seis veces (más que en todo el año 1962) y hubo más reuniones con el notario de Jenkins, Nicolás Vázquez, cuando los directores se apresuraron para hacer ventas de activos y poner en orden los documentos. Cuando los agentes del irs por fin llegaron, pasaron varios días examinando los libros de Jenkins, pero no encontraron nada que quedara a su nombre. Se fueron con las manos vacías.
Algunos de los testaferros de Jenkins planteaban un problema más grande. Esto no debió haber sido así, ya que además de los registros notariales, Jenkins había anotado todas sus inversiones en el pequeño libro negro que guardaba en la caja fuerte de su oficina. Cada arreglo encubierto estaba registrado. En muchos casos los testaferros eran los mismos miembros del patronato, o sus hijos, y las transferencias a la fundación eran en gran parte sencillas. Pero otros, aunque más o menos leales a Jenkins, sentían poco o nada de vínculo con el patronato. La recuperación de tierras en Michoacán y el valle de Matamoros de Puebla demostró ser particularmente delicada. En el caso anterior, Espinosa reclutó al secretario de Agricultura para presionar a los testaferros recalcitrantes para que devolvieran sus extensiones. En Matamoros gran parte de la tierra estaba en manos de Facundo Sánchez, el antiguo administrador de campo de Atencingo que Jenkins había conservado para labrar sus cultivos de azúcar y melón. Según una versión, cuando la fundación mandó a alguien para hablar con Sánchez, al pobre hombre lo asustaron de regreso a Puebla cuando balearon su automóvil.
Incluso hubo resistencias dentro de la familia. El yerno Robert William había tenido éxito con su fábrica de pasta en Los Ángeles, donde el patrimonio de Jenkins tenía un crédito pendiente de 476 000 dólares. Al morir, Robert valdría 40 millones de dólares. Pero cuando Bill Jenkins intentó rescatar el préstamo de su abuelo, sólo logró recuperar 60 000. Asimismo un préstamo de un millón de dólares a Ronnie Eustace se quedó sin pagar.7
Aunque la fundación le dijo a El Sol de Puebla que la fortuna de Jenkins era de aproximadamente 80 millones de dólares, cuando la historia oficial de la beneficencia se escribió, se dijo que la había dotado con 60 millones. Los activos que los testaferros se negaron a liberar, los préstamos impagados a los socios comerciales y las tierras en disputa que debían venderse por menos del valor del mercado presuntamente explicaban la diferencia.
Pero no hubo resistencia por parte de los descendientes de Jenkins. Hacía mucho tiempo que la familia se había reconciliado con la determinación férrea del patriarca. Cualesquiera que fueran sus sentimientos en privado, en público manifestaron estar de acuerdo con el testamento y su deseo de que se cumpliera sin ningún obstáculo.8
La ciudad de Puebla honró a su hijo adoptivo con estilo. La mañana del 6 de junio, mientras tenía lugar un servicio funerario privado en el hogar familiar, miles de personas se reunieron en el centro para despedirse de William Jenkins.9 A las 11 a. m., cinco horas después de que la gente empezó a salir a las calles, comenzó la procesión. Dirigido por niños del Colegio Americano y ambulancias de la Cruz Roja, flanqueado por motociclistas de la policía estatal de caminos, el cortejo incluyó un centenar de coches, así como el coche fúnebre Cadillac. Tardó más de una hora en atravesar los tres kilómetros hasta el Panteón Francés y, al acercarse, los dolientes pasaron a través de una guardia de honor de niños del Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec.
La multitud superaba las 20 000 personas, coincidieron los informes de la prensa. Uno observó que muchos eran “campesinos vestidos toscamente”. ¿Habían asistido todos por su propia voluntad? En el grupo había representantes de Atencingo, probablemente trasladados en autobús a instancias de Lorenzo Cue, el amigo al que Jenkins le vendió el ingenio. En cuanto a todos los demás: ¿Cuántos de ellos estaban de luto y no solamente tenían curiosidad o estaban presentes bajo las órdenes de los burócratas y los líderes sindicales con deseo de ganarse algún favor? Quizás algunos estaban agradecidos por la educación que habían recibido en las escuelas fundadas por el viejo gringo.
Quizás otros fueron alguna vez empleados de sus fábricas textiles y salas de cine, y sentían que le debían a Jenkins sus empleos. Los periódicos no lo dijeron. Su foco estuvo puesto en el tamaño del espectáculo y los nombres de las personas importantes que asistieron.
Los funerales de los poderosos llenos de gente eran una tradición en México. Con Porfirio Díaz, cuyo régimen organizó 110 funerales de Estado, las manifestaciones de homenaje público se orquestaron para fomentar la unidad nacional entre la población socialmente fragmentada. Aparentemente, las multitudes que acudieron para despedir a Jenkins mostraron una persistencia de las viejas jerarquías de raza y clase que la Revolución no había podido erradicar. Pero el respeto de los trabajadores y los peones ya no era tan profundo como cuando Jenkins puso un pie por primera vez en México.10 El número de personas que asistieron a su procesión (junto con la presencia masiva de la policía para coordinarlos) sugirió que la élite poblana intentaba conservar una antigua pirámide social.
En el Panteón Francés, lugar de descanso de los peces gordos de Puebla, sólo a los miembros de la familia y los más poderosos se les permitió el acceso al recinto de la familia Jenkins. Aquí enterraron a William Jenkins, tal como había sido su voluntad, junto a su esposa. Manuel Espinosa y Gabriel Alarcón estuvieron presentes, así como el gobernador Antonio Nava Castillo. Docenas de ricachones y políticos poblanos, así como empresarios de la Ciudad de México (cuyos nombres la prensa registró diligentemente), tuvieron que esperar afuera.
Durante muchos años, en el aniversario luctuoso de Jenkins, tendría lugar un nuevo ritual. En el Seminario Palafoxiano el arzobispo ofrecía una misa por el reposo del alma de Jenkins, y luego el gobernador, el alcalde y los miembros de la familia se reunían frente a su tumba, acompañados de los representantes de la Fundación Jenkins, el Colegio Americano, los Clubes Alpha, entre otros. Espinosa solía dar un discurso sobre los logros de la fundación (salpicando sus palabras con cifras) y la prensa registraba los actos (probablemente a cambio de un pago). Versiones modestas de este ritual perdurarían durante cuatro décadas. 11
Y así a los poblanos se les impulsaba a pensar que si bien don Guillermo ya no estaba con ellos en persona, permanecía en espíritu. Su fortuna estaba contribuyendo a su progreso. Gracias a esta herencia, y gracias al liderazgo del gobernador y de otros hombres que sabían más, todo estaba bien en el mundo.
(…)
La política de la filantropía, de nuevo
El ascenso de Manuel Espinosa como cabeza de la Fundación Jenkins, la beneficencia privada más grande de México, provocó un cambio inconfesado en su filosofía. Tras la muerte de Mary, las donaciones de Jenkins en términos generales siguieron dos principios: debían mejorar la suerte de los pobres, a través de la construcción de escuelas y hospitales, y debían hacerlo en Puebla. Durante la primera década de la fundación, 90 por ciento de sus donaciones se destinaron a proyectos en el estado.12 Espinosa dejó de lado estos principios. Las donaciones beneficiaron cada vez más la educación de los ricos. Puebla siguió siendo el principal beneficiario de los fondos de la fundación en la década de los sesenta, pero durante los setenta Espinosa dio prioridad a esquemas de perfil alto en la Ciudad de México, a la vez que buscó protección y capital político para su banco.
Espinosa asumió el mando de la fundación en un momento de en-tente cordiale entre la iniciativa privada y el Estado. Aun así, fue menester de Espinosa hacer un gran gesto de apoyo a López Mateos para que les fuera aparente a todos en el gobierno que la fundación era un aliado. De este modo, la primera donación que se hizo durante la guardia de Espinosa fue un compromiso de 1.4 millones de dólares para ayudar a pagar las escuelas técnicas que la Secretaría de Educación Pública estaba implementando en todo el país.13
Si bien la subvención hizo eco del interés de Jenkins en la educación, marcó un cambio de énfasis desde Puebla y una adulación pública al presidente. El 1° de agosto de 1963 Espinosa acompañó a López Mateos en la inauguración de una escuela técnica en México. Se sentó con el presidente y otros dignatarios en un estrado y después de un par de discursos, dio el suyo: la fundación pagaría seis escuelas más, dondequiera que el presidente ordenara construirlas.14 Si bien Espinosa había asumido el control del Banco de Comercio nueve años antes, y si bien había hecho declaraciones sobre política económica, nunca había podido desmentir por completo los rumores de que lo había hecho como marioneta de Jenkins. Los rumores molestaban terriblemente a Espinosa ya que estaba muy orgulloso de haber separado sus intereses y emprendido su camino solo.15 Ese día, ni siquiera dos meses después de la muerte de su mentor, marcó una victoria triple: Espinosa se convirtió en una figura pública por cuenta propia, un amigo visible del presidente y un filántropo famoso.
Por el resto de su vida, Espinosa efectivamente fue la fundación. El patronato simplemente seguía su voluntad. Ninguno de los demás miembros tenía nada parecido a su fuerte personalidad o perspicacia: Bill Jenkins sólo tenía 31 años y confiaba en Espinosa, con quien se había asociado en una compañía de seguros; García Eguiño era un hombre mayor que sólo viviría tres años más; Cabañas había pasado su vida profesional sin hacer preguntas; y Guzmán nunca se había interesado mucho en el dinero.
Una muestra temprana de la voluntad férrea de Espinosa involucró el megaproyecto favorito de Jenkins, el hospital de cáncer. La fundación ya había gastado 1.7 millones de dólares en éste. El edificio estaba casi listo y se había comprado el equipo principal. En agosto de ese año, el secretario de Salud visitó las instalaciones y declaró que sería el mejor hospital de cáncer en Latinoamérica.
En el curso de un año, Espinosa lo congeló. Después lo rechazó por completo. En su opinión, un hospital era demasiado costoso para administrarse como una beneficencia. Sentía lo mismo con respecto al Hospital Latino Americano que Jenkins había subsidiado desde los años veinte; finalmente dejó que el secretario de Salud se hiciera cargo. Sus objeciones no eran arbitrarias. En sus últimos años, Jenkins perdió su toque de Midas y sus grandes ideas filantrópicas, como el orfanato que propuso para mil niños, eran propensas a la fantasía. Si bien un hospital de cáncer en Puebla habría podido ser de gestión conjunta con el gobierno estatal, para la mentalidad de libre mercado de Espinosa las alianzas entre el sector público y privado eran un riesgo. Como casi toda la élite empresarial de México, Espinosa y Jenkins estaban de acuerdo en que los gobiernos estaban llenos de sinvergüenzas. Aun así, al dar carpetazo al hospital de cáncer, estaba ignorando los deseos de su amigo.
La familia Jenkins estaba molesta, y la molestia se convirtió en indignación cuando Espinosa optó finalmente, en 1984, por convertir el edificio inactivo en un hotel Best Western. Jane, para entonces la mayor de las hijas que sobrevivieron a Jenkins, dijo que nunca lo perdonó.16
(…)
Leyendas de Jenkins, blanca y negra
Excepto en Puebla, donde es raro el taxista que no tenga una réplica cuando se hace mención de su nombre, Jenkins ha desaparecido del imaginario colectivo. Pocos, con la salvedad de los historiadores y las élites mayores, lo recuerdan. Pero como un personaje de Cervantes, su nombre aún resurge en la conversación nacional, ya sea como un actor histórico o como una caricatura.
En 2013 sucedió con el estallido de más luchas internas en la Fundación Jenkins, esta vez entre los miembros de la familia; las notas de la prensa sobre el pleito continúan hasta hoy.17 En 2014 el novelista popular Francisco Martín Moreno afirmó en la radio nacional que parte de la violencia de los cárteles de droga en Michoacán tenía sus raíces en el legado de Jenkins: durante el mandato de Cárdenas, Jenkins había adquirido una hacienda llamada Nueva Italia y después se la entregó a Espinosa y Alarcón. Ellos la administraron de manera deficiente y dejaron empobrecidas a sus poblaciones. ¿Qué elección tenían los hijos de estos pobres campesinos sino emigrar a Estados Unidos o quedarse como cultivadores de marihuana y productores de metanfetaminas?18
Como la anécdota espuria de Martín Moreno (que distorsionó varios hilos históricos y explotó una rica tradición al culpar a Estados Unidos por los problemas de México con los cárteles), la mayoría de las historias sobre Jenkins son gringófobas. Pero no todas, puesto que Jenkins siempre ha tenido sus defensores. Desde el día en que murió, los puntos de vista polarizados impregnaron la prensa y la opinión pública. Los observadores imparciales eran pocos.
Los obituarios habían favorecido una leyenda blanca. Se maravillaron ante la fortuna de Jenkins, elogiaron su filantropía y, por lo general, enterraron sus actos más oscuros. El Sol de Puebla lo llamó una “figura genial, un producto típicamente norteamericano, un prodigio intelectual para los negocios, para convertir cada peso que cayera en sus manos en un millón”. Además de insistir en sus donaciones, observó cómo dirigió un imperio con un personal administrativo compuesto de tres miembros y elogió sus modos ahorrativos: “Incluso manda vulcanizar las suelas de sus zapatos tenis”.19
Los pocos obituarios críticos en la prensa de izquierda se mordieron la lengua. “Tenía 85 años y trabajaba como si tuviera 20”, admitió La Opinión. “Nadie cree en su bondad, pero nadie puede confirmar que haya sido un mal hombre”, señaló El Día.20
Puede que la reticencia para hablar mal de la gente que acaba de morir haya sido excepcionalmente fuerte en el caso de Jenkins. Su dotación a la fundación le dio qué pensar a la gente. Marte Gómez, el secretario de Hacienda que había peleado contra Jenkins por su evasión fiscal en la década de los treinta, le escribió a un amigo: “Le es más fácil empobrecerse al rico que enriquecerse al pobre, éste fue exactamente el caso de Jenkins. Hizo muchos sacrificios —el de la virtud, entre otros— para reunir una de las fortunas más grandes de México, si no es que la más grande, pero después no tuvo ninguna dificultad [en legarla] a un fideicomiso que podrá ser la dicha de millares de menesterosos”. 21
Luego vinieron los eventos que Espinosa organizó para conmemorar la muerte de Jenkins. Durante cada uno de los siguientes cinco años, por lo menos, hubo ocasión para recordar públicamente la generosidad del hombre, cuando se colocaban primeras piedras y se inauguraban instalaciones. En 1965 los Clubes Alpha de Puebla empezaron a llevar a cabo los Juegos Conmemorativos de William O. Jenkins, que continúan hasta la fecha. Los estudiantes menos acomodados podían ir a la udla y otras universidades con “becas Jenkins”.22
La leyenda blanca nunca desapareció gracias a las actividades de la fundación. Pero la leyenda negra se hizo preponderante. Es lo que la mayoría de los mexicanos habría deseado escuchar.
(…)
En la esfera pública, las artes y la academia, todo tipo de personas consideraron útil evocar el nombre de Jenkins o reciclar los mitos sobre él. Algunos lo hicieron para expresar un punto de vista político, otros para adornar una novela y otros para consentir su desprecio por los estadounidenses, los capitalistas o ambos.
Una editorial renombrada sentó un precedente en 1964 cuando publicó una enciclopedia nacional; a lo largo de seis ediciones se convirtió en una obra de referencia estándar. Su entrada sobre Jenkins registró sin reservas que su secuestro fue un montaje. Cuando Enrique Cordero y Torres, decano de los cronistas de Puebla, publicó su Diccionario biográfico de Puebla, dedicó la entrada más larga a Jenkins. Cordero le dio mucha importancia al “autosecuestro”, el asesinato de los líderes sindicales de Atencingo y el homicidio de Alfonso Mascarúa. Llamó a la fundación de Jenkins un instrumento de evasión de impuestos y citó mucho rencor del Libro negro del cine mexicano.23
Después de que López Portillo nacionalizara la banca en 1982, muchos legisladores se congratularon por esta medida. Edmundo Jardón, del Partido Comunista, comparó a los banqueros con la mafia siciliana. Atacó a Bancomer, asociándolo con Jenkins, “un delincuente […] que se autosecuestra tratando de crear problemas al gobierno”. Era un acumulador de dinero, el creador de un imperio. Jenkins era el que había mandado matar al activista de Atencingo Porfirio Jaramillo, y Jenkins, junto con Alarcón, había planeado el asesinato de Mascarúa. 24
El discurso de Jardón plasmó el estado de ánimo de la izquierda hacia Jenkins y su afán por resucitarlo para ganar capital político. En 1980, después de que Espinosa anunció el apoyo de la fundación para restaurar el Centro Histórico de la capital, Proceso publicó una semblanza de Jenkins que parecía un compendio de la leyenda negra. Su titular afirmaba que el presidente Abelardo Rodríguez lo había expulsado del país. Su texto ofrecía afirmaciones sustanciosas como hechos y resucitó el mito de la “fortuna del secuestro”: que Jenkins había planeado y fundado su imperio con el rescate.
El artículo era menos una investigación que un catálogo de villanía diseñado para atacar al gobierno de la Ciudad de México por aceptar “dinero sucio”. El regente en esa época (omitido en el artículo) era el notoriamente autoenriquecido Carlos Hank González, un veterano del pri. Corrían todavía los tiempos en que la prensa no podía criticar a los políticos por su nombre a menos que se supiera que el presidente había dejado de respaldarlos. El castigo hacia Jenkins sirvió como un sustituto para la crítica de un político que no sólo era éticamente sospechoso, sino además un conservador del partido gobernante.25
En 1985 Jenkins cobró nueva vida como el arquetipo del gringo malvado gracias a Arráncame la vida, una novela histórica sobre Maximino Ávila Camacho (aquí, Andrés Ascencio). Lo que le otorgó credibilidad fue el hecho de que la autora, Ángeles Mastretta, es nieta de Sergio Guzmán, el alcalde de Puebla durante el gobierno de Maximino y el mejor amigo de Jenkins. Como Mastretta revelaría, las andanzas sexuales y las argucias empresariales de la novela eran material del chisme doméstico cuando ella era joven. Diversas fechorías involucran a un socio estadounidense de Ascencio, un tal Mike Heiss. Los paralelos entre Heiss y Jenkins son obvios. Uno de los “socios y protegidos” de Ascencio, Heiss es un “gringo llamativo” que “durante la época carrancista tramó un plan para autosecuestrarse”; procedió para usar “el dinero que su gobierno pagó para rescatarlo de sí mismo” para empezar un negocio. La novela de Mastretta les pareció a los críticos y los lectores como notablemente auténtica. Vendió un millón de copias y se tradujo a varios idiomas.26
Arráncame la vida se filmó en 2008, en una producción fastuosa de la que se dijo que había sido la más cara de México hasta esa fecha. Fue un éxito de taquilla y la cobertura mediática les recordó a los lectores que Heiss era Jenkins. En 2012 Jenkins volvió a aparecer en la pantalla grande, en El fantástico mundo de Juan Orol, una película biográfica sobre un director de cine serie B de la Época de Oro. El principal financiero con el que Orol trata es un petulante y siniestro estadounidense que se llama don Guillermo. Y en 2016 se estrenó un documental basado en el Libro negro del cine mexicano de Contreras Torres, que una vez más argumentó que Jenkins había matado la Época de Oro.27
La novela de Mastretta no fue ni la primera ni la última que involucró a Jenkins. Una historia fantasiosa de Atencingo apareció en 1980: Zafra de odios, azúcar amargo. Escrito por un antiguo contador del ingenio, el libro embellece en su representación de Jenkins como señor cruel y ofrece una cronología poco fiable. Aun así, la Universidad Autónoma de Puebla lo publicó como un documento primario y algunos historiadores consideraron conveniente citarlo y dar por hecho las invenciones de su autor. En 1993 Rafael Ruiz Harrell ofreció su recreación minuciosamente investigada, El secuestro de William Jenkins, con su lectura heterodoxa del famoso episodio como un plagio genuino. El secuestro fue después el punto de partida para una novela de 2003, Conjura en La Arcadia. La historia, que tiene lugar en un mundo sucio de la alta política mexicana, da por sentada la tesis tradicional del “autosecuestro”.28El Jenkins de la leyenda negra también apareció en los libros de historia. El Estado mexicano estableció que la Revolución, independientemente de sus complejidades facciosas, debía recordarse en términos nacionalistas.29 Jenkins servía para tal fin, ya que se adaptaba bastante bien a la narrativa del nacionalismo económico. Su personaje también se ajustaba a la narrativa de la teoría de la dependencia, que responsabiliza a la España y el Portugal del periodo colonial, la Gran Bretaña del siglo xix y Estados Unidos del siglo xx (cuyos gobiernos a menudo servían los intereses de sus comerciantes) de muchos de los males de Latinoamérica. Popular en los círculos políticos a partir de la década de los sesenta, sobre todo en la izquierda, la teoría de la dependencia se filtró en las academias mexicana y estadounidense, y durante décadas coloreó muchos de los escritos sobre las relaciones entre México y Estados Unidos.30
El interés histórico de México en Jenkins se ocupó principalmente del secuestro. El tono se marcó en 1960 con una de las primeras historias oficiales de la Revolución. Dirigida a las universidades, dedicó cuatro páginas al secuestro y su veredicto inequívoco fue que Jenkins lo tramó. Como argumento central, el relato citaba una carta publicada de la confesión del jefe secuestrador, Federico Córdoba, donde alegaba que Jenkins había sugerido el plan. De hecho, Córdoba denunció que la carta era falsa y que el gobierno de Puebla la había plantado, pero el libro omitió esa parte. La mayoría de las historias posteriores hicieron lo mismo, con un ordenamiento de las pruebas igualmente unilateral.31
Un político prominente luego se embarcó en un gigantesco registro documental de la Revolución. El volumen 18 incluía el secuestro y en vez de fomentar el debate, ofrecía un solo documento: un resumen del caso de un órgano de propaganda del régimen de Carranza. Desde la década de los setenta millones de estudiantes han usado como libro de texto la Historia general de México. Al principio describía el secuestro de Jenkins de forma neutral, pero en 1981 el secuestro se convirtió en un “autosecuestro” y se añadió (falsamente) que Jenkins nunca pudo demostrar su inocencia.32En la Universidad Autónoma de Puebla, principal guardián académico de la leyenda negra de Jenkins, un caso completo en contra del estadounidense apareció en una delgada biografía de 2004. Su autora, Teresa Bonilla, había estado oscureciendo la narrativa durante años: artículos sobre Jenkins en Proceso y la prensa poblana la citaban con una facilidad sospechosa. Para Bonilla, Jenkins procedía de una nación marcada por “el apego fanático a las nuevas formas religiosas, el racismo y el gran complejo de superioridad”; se trataba de las “religiones protestantes que juzgan el valor humano con relación a la posesión de bienes materiales”. A través de una narrativa repleta de juicios excesivos, Jenkins es menos un ser humano que una fuerza maligna. Sus préstamos predatorios y sus amistades políticas se tratan como si los mexicanos rara vez o nunca actuaran igual. En un triunfo de la ideología sobre las pruebas, la bibliografía de Bonilla incluye escasas fuentes primarias, pero cinco obras de Karl Marx.33
Los investigadores estadounidenses también supusieron lo peor. En su estudio sociológico, Atencingo, David Ronfeldt menciona la historia de la “fortuna del secuestro”, que probablemente escuchó de sus informantes trabajadores azucareros. Ronfeldt también dice que la venta de Jenkins de Atencingo fue una simulación, afirmación que parece estar basada en sospechas locales y que ignora el deseo de Jenkins de invertir en el sector cinematográfico más lucrativo. Ambos casos ejemplifican las dificultades de escribir sobre los desposeídos de México: se ignora cómo su testimonio podría ser convenenciero y no se logra explorar las motivaciones de las élites.34
El historiador Stephen Niblo fue aún más descuidado, como cuando acusa a Jenkins de haberse negado a exhibir propaganda de los aliados en sus cines de la Ciudad de México, en 1940. En primer lugar, al insinuar que esto se debió en parte a su amistad con Maximino (que simpatizaba con el Eje), tacha a Jenkins de fascista por asociación. En segundo lugar, fabrica las pruebas, ya que Jenkins no tuvo ningún circuito de cines en la capital hasta que nació la cadena cotsa, en 1943. Niblo, cuya opinión general de la influencia estadounidense en México es alegremente negativa, también afirma que Jenkins sostenía “las opiniones políticas más reaccionarias que existían en México”, las cuales no ilustra. Llama a Jenkins “una caricatura del explotador extranjero rapaz”, ignorando que él es cómplice de la caricaturización.35
Las historias del cine muestran una disposición semejante a vilipendiar. Muchos se basan en el Libro negro del cine mexicano o en obras posteriores que repiten sus afirmaciones. De ahí que Jenkins a menudo se parezca a uno de los villanos de las películas de serie B que él financiaba. Una historia del cine popular incluye una fotografía sacada de contexto de Jenkins en la noche, de expresión pétrea, sosteniendo una vela alta, como el mayordomo siniestro de una película de terror. La ocasión era de hecho el servicio de bendición en un hospital de la Cruz Roja que había financiado.36
1 Excélsior, 5 de junio de 1963, p. 5.
2 La Opinión, 5 de junio de 1963, p. 1; El Universal, 5 de junio, p. 1; El Sol de Puebla, 6 de junio, p. 1; New York Times, 5 de junio, p. 39; cf. Time, 26 de diciembre de 1960, p. 25; Nashville Banner, 5 de junio de 1963, p. 1; Nashville Tennessean, 5 de junio, p. 1
3 Novedades, 5 de junio de 1963, p. 1; Excélsior, 5 de junio, p. 5.
4 El Sol de Puebla, 5-6 de junio de 1963, p. 1; La Opinión, 1° de febrero, p. 1; B. Trueblood (coord.), Mary Street Jenkins Foundation, Fundación Mary Street Jenkins, México, 1988, pp. 7, 11.
5 Libros de Actas, vol. 1, 5 de junio de 1963, fmsj.
6 Fátima Fernández Christlieb, Los medios de difusión masiva en México, Juan Pablos, México, 1996, pp. 31s, 51-54, 69-73; Rafael Rodríguez Castañeda, Prensa Vendida, Grijalbo, México, 1993, pp. 93, 101s; Josué Villavicencio Rojas, Industria y empresarios en Puebla, 1940-1970, Universidad Autónoma de Puebla, 2013, pp. 51s, 81s; Síntesis (Puebla), 18 de junio de 2007, p. 10.
7 El Sol de Puebla, 7 de junio de 1963, p. 1; Libros de Actas, vol. 1, 4 de septiembre, 5 y 18 de diciembre de 1963, fmsj; entrevistas con W. A. Jenkins, 29 de marzoy 27 de junio de 2001, 18 de junio de 2003, 11 de noviembre de 2005; R. Eustace, 15 de agosto de 2001; Heflinger, 18 de agosto de 2002; Guzmán Ramos, 2 de agosto de 2007.8 Novedades, 8 de junio de 1963, p. 12; Espinosa Yglesias, “Introduction”, pp. 7, 11.
9 El Sol de Puebla, 7 de junio de 1963, p. 1; Novedades, 7 de junio, p. 1; El Universal, 7 de junio, p. 7; Nashville Banner, 7 de junio.
10 Matthew Esposito, Funerals, Festivals, and Cultural Politics in Porfirian Mexico, University of New Mexico Press, Albuquerque, 2010; Alan Knight, The Mexican Revolution, University of Nebraska Press, Lincoln, 1986, tomo II, p. 519s.
11 El Universal, 5 de junio de 1968, p. 6; 5 de junio de 1971, p. 7; entrevista con Arthur Chaffee, Puebla, 11 de agosto de 2009.
12 Palma Gutiérrez, 9 de junio de 1964, agn dfs, exp. 100-19-4-64, leg. 1, 12; Joseph C. Kiger (coord.), International Encyclopedia of Foundations, Greenwood, Nueva York, 1990, pp. 169-174.
13 Carlos Tello, Estado y desarrollo económico. México 1920-2006, unam, México, 2011, pp. 361-367, 383-385, 401-417; Libros de Actas, vol. 1, 7 de agosto de 1963, fmsj; entrevista con W. A. Jenkins, 15 de julio de 2003.
14 Blas García Hernández al director, México, 1° de agosto de 1963, agn dfs, Manuel Espinosa Yglesias, versión pública.
15 El Popular, 15 de noviembre de 1956; Espinosa, “Introduction”, p. 23s; entrevista con Ramón Pieza Rugarcía (sobrino de Espinosa), Puebla, 24 de agosto de 2006; entrevista con Artasánchez Villar, 23 de julio de 2005.
16 El Sol de Puebla, 5 de junio de 1963, pp. 1, 4; La Opinión, 28 de agosto, p. 1; Palma Gutiérrez, 9 de junio de 1964, agn dfs, exp. 100-19-4-64, leg. 1, 12; B. Trueblood (coord.), Mary Street Jenkins Foundation, pp. 30, 81; entrevista con J. Jenkins Eustace, 2 de abril de 2001; entrevista con Chaffee, 11 de agosto de 2009.
17 Por ejemplo: Cambio (Puebla), 12 de junio de 2013; Reforma, 11 de diciembre de 2013, Neg. 10; Proceso, 29 de junio de 2014, pp. 36-38; Reforma, 9 de diciembre de 2015, Neg. 1; Proceso, 17 de abril de 2016, pp. 35-37.
18 “La Otra Opinión”, Imagen Radio, 15 de enero de 2014; cf. Susan Glantz, El ejido colectivo de Nueva Italia, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1974.
19 El Sol de Puebla, 5 de junio de 1963, pp. 3 y 4.
20 La Opinión, 5 de junio de 1963, p. 1; El Día, 6 de junio, p. 3.
21 Gómez a Antonio Hidalgo, 24 de julio de 1963, en Marte R. Gómez, Vida política contemporánea, Fondo de Cultura Económica, México, 1978, vol. II, pp. 516s. Cf. Cándido Gadea Pineda, 74 años de historia en la vida real de Atencingo, Atencingo, Puebla, 1995, p. 137s.
22 La Jornada de Oriente, 21 de agosto de 2002, p. 7
23 Diccionario Porrúa, Porrúa, México, 1964, p. 778s (y cinco ediciones posteriores hasta 1995); Enrique Cordero y Torres, Diccionario biográfico de Puebla, Centro de Estudios Históricos, Puebla, 1972, pp. 346-352.
24 New York Times, 1° de octubre de 1982; Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, 5 de octubre de 1982, pp. 85-87.
25 Proceso, 11 de agosto de 1980, pp. 16-18; José Martínez, Las enseñanzas del profesor, Océano, México, 1999.
26 Ángeles Mastretta, Arráncame la vida, Cal y arena, México, 1985, pp. 28s, 50-52, 72, 75-79, 83-87, 109-112, 270; La Jornada, 11 de junio de 1985, p. 25; Nexos, abril de 1987, p. 5; Vuelta, agosto de 1987, p. 59; Bárbara Mújica, “Angeles Mastretta: Women of Will in Love and War”, Américas, núm. 4, 1997, pp. 36-43.
27 La Quinta Columna (Puebla), septiembre de 2008 (laquintacolumna.com.mx); Milenio, 25 de noviembre de 2008; Arráncame la vida, consúltese: <www. imdb.com/title/tt1130981>; El fantástico mundo de Juan Orol, consúltese: <www.imdb.com/ti tle/tt2122443>. El documental se titula La historia negra del cine mexicano; consúltese: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/05/13/actualidad/1463093939_51 9814.html.
28 Espinosa M., Zafra de odios, citado como historia en Horacio Crespo (coord.), Historia del azúcar en México, Fondo de Cultura Económica, México, 1988, tomo I, p. 111; Donald Hodges, Mexican Anarchism After the Revolution, University of Texas Press, Austin, 1995, p. 36; María Teresa Bonilla Fernández, El secuestrodel poder. El caso William O. Jenkins, Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 2004, pp. 51s, 55, 103, 119, 130-134; Ruiz Harrell, El secuestro de William Jenkins, Planeta, México, 1992; Sealtiel Alatriste, Conjura en La Arcadia, Tusquets, México, 2003.
29 Thomas Benjamin, La Revolución: Mexico’s Great Revolution as Memory, Myth, & History, University of Texas Press, Austin, 2000, cap. 6.
30 Fernando Cardoso y Enzo Faletto, Dependency and Development in Latin America, University of California Press, Berkeley, 1979.
Para una popularización, véase Eduardo Galeano, Open Veins of Latin America, Monthly Review Press, Nueva York, 1975; para una crítica, véase S. Haber, “Introduction”, en Stephen Haber (coord.), How Latin America Fell Behind, Stanford University Press, Stanford, 1997.
31 Manuel González Ramírez, La revolución social de México, Fondo de Cultura Económica, México, 1960, tomo I, pp. 662-666. Cf. Luis Zorrilla, Historia de las relaciones entre México y E. U. A., Porrúa, México, 1966, tomo II, p. 343s; Daniel Cosío Villegas (coord.), Historia general de México, El Colegio de México, México, 1976, vol. 2, pp. 1178-1180; Álvaro Matute, Historia de la Revolución Mexicana (v. 7). Las dificultades del nuevo Estado, El Colegio de México, México, 1995, pp. 60-71.
32 Isidro Fabela (coord.), Documentos históricos de la Revolución Mexicana, Jus, México, 1970, vol. 18, pp. 316-330; Bertha Ulloa, “La lucha armada”, en D. Cosío Villegas (coord.), Historia General de México, pp. 95, 108; véase también la edición de 1981, pp. 1171, 1178-1180; la edición de 2000 utiliza el mismo lenguaje: p. 819s.
33 María Teresa Bonilla Fernández, El secuestro del poder, en particular, pp. 23, 49, 82s, 117-123. Cf. Proceso, 4 de noviembre de 1991, p. 22s; Intolerancia, 17 de noviembre de 2002, Semanario 8-13.
34 David Ronfeldt, Atencingo: The Politics of Agrarian Struggle in a Mexican Ejido, Stanford University Press, Stanford, 1973, pp. 9, 88.
35 Stephen Niblo, Mexico in the 1940s: Modernity, Politics, and Corruption, Scholarly Resources Books, Wilmington, 1999, pp. 52, 283, 326; cf. también la referencia espuria en p. 230.
36 Véase el capítulo 9, nota 26. Foto de Jenkins: García y Aviña, Época de oro, p. 32s; cf. Ambiance (Puebla), enero de 2006, p. 88.