- Sociedad
Los cibercafés, el ocaso de un negocio joven y prometedor
“En la modernidad no hay nada que este hecho para durar.”
Pierre Sansot
Frente a su computadora y recargado en una sólida barra de concreto, Alfredo espera la llegada de algún joven que le pida una impresión, una copia, un folder, un dulce o quizá, muy poco probable, una de las cuatro computadoras que renta por siete pesos la hora. Su establecimiento está sobre la calle San Claudio y la 22 sur, justo enfrente de la Facultad de Derecho de la BUAP en Ciudad Universitaria, una ubicación envidiable si consideramos los miles de estudiantes universitarios que a diario transitan, comen y consumen en los alrededores del campus universitario.
Sin embargo, aun cuando la “hora fuerte” se aproxima, no se ven posibilidades de que la afluencia a su lugar aumente, apenas un señor no menor a los 50 años ocupa uno de los equipos absorto en un trabajo pendiente, un texto o quizá un formato. Durante toda nuestra charla, cercana a la hora de la comida, nadie más se acerca al lugar; al menos parece que le he hecho pasadero el rato a mi interlocutor.
Los cibercafés llegaron a México a finales de la década de los 90´s, cuando una conexión de internet en casa no sólo era algo costoso, sino complicado, y el internet en los teléfonos celulares no sólo era impensable, era cercano a la ciencia-ficción.
Muy pocas familias mexicanas contaron en aquellos años de tener con una computadora personal en casa –de acuerdo al INEGI, en el año 2000 apenas dos millones de viviendas contaban con computadora, en contraste con los más de 14 millones de hogares que en 2016 cuentan con al menos un ordenador
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Así, el espacio donde los jóvenes, los universitarios, los profesionistas, accedieran a internet, consultaran su correo electrónico, investigaran e hicieran la tarea por una cuota entre 10 y 12 pesos la hora resultó no sólo atractivo y útil para el usuario, sino que se convirtió en un negocio rentable para el micro-empresario, el emprendedor, en la época de los “changarros” de Vicente Fox.
Sin reflejar abandono o descuido, el Cibercafé Ricks –nombrado así por compartir predio con un famoso bar universitario muy concurrido al inicio del milenio-- muestra las huellas de la paulatina desolación. La mitad del local amplio y profundo, no es de acceso total al público; al fondo se ven en una pequeña oficina algunas computadoras descompuestas, archiveros, una bicicleta y varias impresoras; en medio, cinco de las llamadas “maquinitas” de videojuegos ocupan otra parte importante del local a la espera de algún estudiante aburrido o nostálgico que quiera hacer uso de ellas. Cerca de la puerta un par de baños aún con los letreros de hombres y mujeres, se esconde detrás de una columna con un letrero que sentencia firmemente “No hay baño público”. En la mitad frontal, una barra, un estante con golosinas, un pizarrón, 4 computadoras y una vitrina ocupan el reducido y ahora suficiente espacio del local donde Alfredo despacha todos los días de 10 de la mañana a 9 de la noche.
Alfredo señala que el negocio lleva no menos de 15 años de existir como cibercafé, que el actual es el tercer dueño y que su familiaridad y cercanía con el negocio le han permitido ver su desarrollo. Recuerda que el primer dueño habría empezado con unas 15 computadoras, escritorios y una impresora, que día a día recibían a cientos de jóvenes en busca de realizar una tarea en internet, un trabajo de investigación, bajar música, jugar videojuegos en red o simplemente participar del entretenimiento que una conexión de 128 kbps podía darles por la módica cantidad de 10 o 12 pesos.
Recuerda que en sus mejores tiempos el cibercafé llegó a ocupar todo el predio, con cerca de 35 computadoras, baños, servicio de impresión, captura y demás. “Era un buen negocio, esto estaba lleno de chavos y pues el dueño sí le ganaba bien… Aquí en la Buap para que alguien tuviera una laptop era muy difícil, siempre había alguien que tenía que terminar la tarea”, dice y enfatiza que lo que no ha cambiado es el servicio de impresión. “La gente necesita imprimir, ni modo que se compren una impresora portátil.”
En el año 2000, el 15% de los usuarios de internet se conectaba desde un cibercafé, según revelan estadísticas de la Asociación Mexicana de Internet, sin importar el género, edad u ocupación de los usuarios; sin embargo, fue en el año 2006 cuando alcanzó su pico máximo pues el 39% de los internautas accedían a la red desde uno de estos establecimientos, lo que supuso la “Época Dorada” de los cibercafés. Su decadencia inició desde el año 2014 cuando los usuarios de cibercafés comenzaron a reducirse estrepitosamente con 30%. Para el 2017 no más del 5% de los usuarios de internet se conecta desde estos lugares.
“Llegaron las laptops, los celulares, el internet más barato y el negocio dejó de ser lo que era” narra Alfredo mientras observo un gran pizarrón que ofrece una gran diversidad de servicios que va desde impresiones, copias, venta de golosinas, hasta empastados, diseño de tesis y engargolados.
Explica que incluso ahora algunos jóvenes sólo llegan a su local a conectar su laptop o dispositivos móviles a internet en caso de alguna eventualidad o tarea de último minuto.
“Nos hemos tenido que adaptar, el local es muy bueno, ahora el dueño está metiendo recarga de tonners y tinta de impresoras, y bueno, las impresiones, lo que la gente no deja de necesitar son las impresiones”, concluye resignado Alfredo.
El sueño de un negocio prometedor para los jóvenes.
En 2004, David, Gonzalo y Víctor se asociaron para levantar juntos un cibercafé en el sur de la ciudad, ahí, cerca de donde se había instalado la transnacional francesa Carrefour en su breve paso por la capital poblana. Con la intención de tener un espacio independiente propio y más cercano a la universidad que sus casas, rentaron una casa en una calle secundaria del rumbo de San Bartolo, se hicieron de unas computadoras provenientes de una escuela que se las dio en concesión a cambio de un pago mensual fijo, lo que significó una gran oportunidad para los tres jóvenes estudiantes de los primeros semestres de Ingeniería en Computación en la Buap.
David Bárcenas rememora cómo en aquellos tiempos el principal gasto fue la renta de toda la casa que además del cibercafé utilizaban para vivir; cuenta que instalaron el equipo con cable reciclado de muchos lugares, se hicieron de impresora, escáner y todo lo necesario para montar un negocio atractivo para los estudiantes de la preparatoria cercana y los chicos que diario pasaban por ahí de camino a una secundaria de la zona.
De acuerdo al Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática INEGI, en 2017 se tienen contabilizados 68,341 establecimientos dedicados al servicio de acceso a computadoras (Cibercafés) en todo el territorio nacional, 4,852 de ellos localizados en el Estado de Puebla, cifras que cada año desde 2014 se ven reducidas en el ocaso de este prometedor negocio de la frontera del milenio.
“Las ganancias nos daban para ir saliendo, porque pagábamos la renta de la casa en la que vivíamos. Por las tardes, cuando ya nos conocía, se nos ocupaban todas las máquinas, además reparábamos computadoras y vendíamos equipos ensamblados, e incluso uno de nuestros compañeros cobraba a los estudiantes por hacer tareas e investigaciones.”
Muchos cibercafés nunca existieron como negocios formales debido a la inexperiencia de los jóvenes propietarios, quienes nunca tramitaron la licencia correspondiente para ejercer en lo que para muchos fue su primer empleo y fuente de recursos.
“Desde que lo abrimos los del censo económico nunca pasaron, ni los de ayuntamiento ni nadie, si acaso una vez unos supervisores de protección civil nos obligaron a poner un extintor y un letrero de salida de emergencia.”
Bárcenas cuenta que para ellos fue más económico instalar su negocio porque no tuvieron que invertir mucho en seguridad.
“No invertías en seguridad porque los equipos eran complicados de robar, por el peso y el volumen; los monitores y gabinetes eran muy pesados para que alguien se los llevara”. Sin embargo cuando la tecnología fue reduciendo el tamaño de las computadoras y aumentando su capacidad, los locales eran presa fácil de la delincuencia. “Se tuvieron que poner candados, muebles especiales, arneses, canceles, rejas y demás elementos para evitar los robos” comenta David, quien también nos contó como a uno de sus amigos una noche le robaron todo su equipo. “Había puesto puros monitores planos que en aquellos tiempos eran caros y todos se los robaron”.
El presente y el futuro de los cibercafés.
En 2005, Pedro Hernández, Propietario de la cadena de cybercafés: Javachat Cafés Internet, en la Ciudad de México y socio fundador de la Alianza Mexicana de Cybercafés, A.C. afirmaba:
“El cybercafé llegó para quedarse. Es un negocio insertado en la mente del consumidor. En el presente la demanda sigue superando a la oferta. Cientos de usuarios se quejan de no encontrar servicios de internet adecuados en muchas partes del país. En más de siete años de existir cybercafés en México no ha habido ninguna empresa que haya podido abarcar gran parte del mercado. En este momento se ve difícil la toma del mercado por algún actor en particular. Es un negocio destinado a crecer al estilo mexicano. Un cybercafé y una miscelánea en cada esquina. En el futuro es probable que algún empresario innovador pueda establecer un sistema de cadena o de franquicia comparable a los negocios que han sustituido a la tiendita o a la farmacia pequeña. Las franquicias de tiendas de conveniencia y de farmacias de genéricos son una realidad del siglo XXI.”
Sin embargo, 12 años después la realidad es otra. Alfredo, David, Gonzalo, Víctor y muchos propietarios de cibercafés vieron como aquellos negocios del futuro, se fueron transformando paulatinamente en papelerías, centros de impresión o de copiado, espacios para renta de videojuegos, talleres de computadoras y hasta en clubes de tareas escolares.
Los pocos que aún sobreviven como un negocio rentable, a decir de David Bárcenas, son aquellos que se adaptaron a los tiempos; algunos dejaron de lado las computadoras y se transformaron efectivamente en cafeterías, ofreciendo conectividad gratuita a sus clientes. Otros sobreviven brindando espacios y cabinas, muy privadas a sus usuarios, para conectarse a internet en sitios de contenido explícito sexual, violento o privado.
En boga al principio del milenio, los cibercafés fueron el primer autoempleo de muchos jóvenes esperanzados en salir adelante en un negocio “de moda y con futuro”. Casi todos los barrios y colonias de la urbe tuvieron al menos uno a la mano. Lejos quedaron las añoranzas de aquella época dorada, estos negocios como viejos animales moribundos se resignan a esperar su extinción, los ha doblegado la modernidad, esa que sin miramientos a diario derriba un gigante que también fue moderno.
Alfredo, consciente de todo esto y en la desolación del Cibercafé Ricks, se mantiene frente a su computadora, a la espera de que alguno de los miles de estudiantes y profesores que diario transitan frente a su local, entre y solicite algún servicio.