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Dylan en tiempos de Trump

Es el orgullo norteamericano, tan natural para un país como para reconocer al paisano nativo pero que ya de por sí había trascendido
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Nueva York.— Alan Lomax fue un coleccionista de música e historias musicales. El gusto lo había heredado de su padre quien le consiguió un empleo como archivista auxiliar del área de Música Popular en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Viajó, aprendió y estudio lo suficiente para que en los sesenta fuera el creador del concepto World Music, refiriéndose a los cantos y sonidos alternativos que inspiraban las nuevas propuestas musicales, especialmente en el folk y el rock.

Activista creyente de las etnias urbanas, decía que los poetas eran sus voceros. En uno de sus neoyorkinos paseos nocturnos por Greenwich Village descubrió a uno, y se hizo su amigo y, meses después, en su principal impulsor.

Veinte años después de ese encuentro atrevió a escribir: “este hombre algún día será reconocido como uno de los grandes poetas de todos los tiempos”.

La frase hoy demuestra dos verdades: que un etnomusicólogo puede ser profeta, y que Bob Dylan es un gran poeta.

Los lectores estadunidenses asumieron con festivo respeto el premio Nobel anunciado para Robert Allen Zimmerman.

Conocida la noticia, David Remnick, del The New Yorker, apuró a escribir:

“Bob Dylan, uno de nuestros mejores, gloria del país y de nuestro idioma, ha ganado el Premio Nobel de Literatura. ¡Que repiquen las campanas! (…) Hay novelistas que aún merecen ganar (sí, señor Roth, la lista comienza con usted), y hay muchos otros que debieron de haberlo ganado (Tolstoi, Proust, Joyce, Woolf, Nabokov, Auden, Levi, Achebe, Borges, Baldwin... ¿cuántos más?), pero, por todas las omisiones del premio y su comité de selección, ¿podemos hoy simplemente celebrar a Dylan?”

Es el orgullo norteamericano, tan natural para un país como para reconocer al paisano nativo pero que ya de por sí había trascendido.

Christopher Hitchens, en Amor, Pobreza y Guerra, dedica una docena de páginas a la inteligencia con la que Bob Dylan toma “valores” del establishment para cuestionarlos y convertirlos en pacifismo o amor, en el mejor de los casos. “La poesía que transforma tiene una fuerza más humana y racional que sentimental”, concluye el periodista inglés.

Y sí. Una prueba lo fue Christopher Ricks, un académico inglés conservador quien dedicó más de 500 páginas para criticar cada una de las letras escritas por el hoy Nobel en su inefable Dylan Poeta: Visones del Pecado (2003).

Es en este punto donde surge la valoración de Zimmerman más allá de su presencia en las letras.

El juglar, el pacifista, el trovador, el activista, el hijo de inmigrantes, el vagabundo religioso, el poeta… es el activo literario que hoy nos recuerda cómo cuestionar lo más grotesco de las sociedades impensables.

Poesía y bofetada en tiempos de Trump.

© Adolfo Flores Fragoso

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