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Miguel Maldonado habla de El libro de los oficios tristes

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El escritor mexicano publica un poemario donde reflexiona sobre el trabajo a partir de la experiencia individual
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¿Qué tienen de poético los trabajos del herrero, el globero, el velador o el archivista? El escritor y poeta mexicano Miguel Maldonado, nos lo dice en, El libro de los oficios tristes (Ediciones Monte Carmelo), un volumen de “poesía sencilla, pero no simple”, como él mismo advierte.

En entrevista, el escritor cuestiona y se cuestiona así mismo sobre la forma en que nuestra actividad diaria nos define como individuos. “¿Hasta dónde estamos ocupando el lugar que merecemos?”, cuestiona.

¿De dónde viene la idea de recopilar oficios y hacer poesía a partir de ellos?

La idea surge de cuando vivía en Montreal y era estudiante de Ciencias Políticas. Allá fui cocinero, obrero, campesino, reparador de ventanas, recogedor de nieve. Aquel periodo me invitó a reflexionar sobre los distintos trabajos y las condiciones laborales. Finalmente en Nairobi, donde fui agregado cultural, emprendí la escritura del libro.

Salvador Novo realizó ejercicios similares. En cierto sentido hay una tradición literaria sobre este tema.  

Salvador Novo tuvo una mirada más inusual con respecto a oficios como el de ferrocarrilero, chofer o mecánico. Incluso el mismo Arreola habló sobre el panadero y zapatero, recordemos que él mismo fue vendedor de aguas y de nieves, por eso su aproximación fue más íntima. En mi caso me interesó abordarlo desde la perspectiva de las tradiciones sociales.

Sin hacer a un lado la crítica, pienso los versos que dedica a las personas que se rentan para probar medicamentos. 

Esos son oficios marginales y poco regulados. Durante un periodo apremiante en Canadá, casi me pruebo como conejillo de indias. En el poema, más allá de irme al asunto social que es importante, me voy al problema personal: la angustia que te causa probar un medicamento y no saber si te sientes mal por haber ingerido tal sustancia o saber si tú estás mal. Son tristes dilemas, por eso el libro se llama El libro de los oficios tristes. 

¿Cómo cuidar que la palabra triste no le dé una connotación moral al libro?

Al trabajar con la tristeza puedes caer en la lágrima fácil, en la emoción o en el juicio moral o salomónico. Lo que quise hacer es ponerme en los zapatos del trabajador y a partir de ello dar una valoración personal y existencial.

También está la cuestión de la poética de lo cotidiano. 

Sí, por eso escribí verso libre. Quise hacer algo sencillo pero no simple, para darle mayor libertar a este coloquialismo.

¿Cuáles fueron los criterios que usó para seleccionar los oficios? 

En principio inicié con lo que yo había sido: lavaplatos, asistente, obrero. Una vez agotados los míos, escribí sobre los que me rodean, sobre los que había conocido y eran cercanos a mí. Después empecé a buscar más lejanos, los de las personas invisibles pero que gracias a ellos muchas cosas nos marchan bien en nuestra vida diaria.

Es un libro que conecta con la cultura popular, ¿fue premeditada ésta búsqueda por una poesía abierta en términos de público?

El trabajo y su división es un tema universal. Si bien todos tenemos derecho y nos merecemos un trabajo remunerado, no todas las personas hacen lo que desean o laboran en las condiciones óptimas. Regularmente tenemos curiosidad de hacer otras cosas o hemos pensado en cambiar de giro, sin embargo, socialmente no podemos. La cuestión del trabajo es un asunto que sigue en el día a día.

De forma subyacente, el trabajo se vuelve un elemento de identidad. 

Así es, en eso se ha convertido el trabajo. Pero hasta dónde es justo socialmente o hasta dónde desarrollas la competencia que realmente deseas. Alguna vez le preguntaron a Platón qué era la justicia y bien dijo, que era que cada quién ocupe el lugar que se merece. ¿Hasta dónde estamos ocupando el lugar que merecemos?

Dos poemas de Miguel Maldonado:

Los que se rentan para probar medicamentos

Ignora si enfermó

por los efectos secundarios

o esa enfermedad

es del todo suya

Si fraguó su cuerpo

su propia purulencia

o fue una dosis de ponzoña

Perdió el derecho a saber

si se pudre por sí solo

La tremenda libertad

de joderse a propia cuenta

de chingarse uno la vida

se ha vuelto ahora

un defecto secundario.

Los invisibles

A quien corresponda:

Dar mantenimiento a monumentos

fumigar de noche las ciudades

revisar el rojo en la etiqueta

supervisar niveles de clorato

calibrar resistencias en los tanques

procurar que no llegue lo caduco

asegurar los tornillos del ensamble

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