Nosotros los de entonces, nos dañamos
- Román Sánchez Zamora
Ella esperaba con aires lejanos, y mirada altiva veía a la gente.
Él, quería hablarle, él deseaba hablarle, esos ojos grandes de color azul, eran demasiado bonitos para no verlos.
Y los hizo suyos por un instante, al ver cómo ella lo vio y sintió el frío de su mirada.
-¿Qué debe hacer un caballero para postrarse a sus pies y decirle lo hermosa que es?
Ella sonrió, lo vio, se rió… -Nunca me habían dicho algo así, eres un hombre chistoso.
Ella le dio el número de su trabajo, él tardó días en llamar por el temor a comprobar si era o no el número, nunca le había visto, sólo ese día.
-Por ahora no puedo… Lo siento, debo ver a mis hijos- decía ella. Las compañeras del trabajo le dijeron que sólo saliera una vez y nada perdía, que ya era tiempo de volver a vivir.
Y así salieron, conocieron a sus familias, con el tiempo… comenzaron, hicieron vida.
No es simple cuando hay pasados, hay hijos y no se tiene la madurez de vivir el presente y se estancan en diques del pasado y en remolinos se pierde el amor y dulzura.
Los celos matan amores, relaciones y las noches de placer comenzaron a ser de tormentos hasta que los tormentos se vuelven violentos y lo hermoso comienza a convertirse en temor.
-¿En quién piensas?
Y la intimidad se volvía un fastidio, allí terminaba el encuentro de los amantes.
-Seguro te citas con ellos cuando no estoy, seguro dejas ver a los hijos por unas monedas.
El llanto de los hijos, morder los labios por no dejar que se vaya lo que una vez fue amor.
Una mañana, tomó sus cosas, a sus hijos y no volvió ella.
-Nos robaste cinco años- repetía ella una y otra vez…