¡Y vieras cómo se extraña..!
- Alejandra Fonseca
Le dolió… y mucho. Estaba lacerado. Abatido. No quiso ir a su casa, su esposa lo notaria. A su mujer no la quiere como quiere a “la otra”, por lo que tomó rumbo a donde se reúne con los amigos quienes saben de ella, a quien conocen, tratan y frecuentan. Además, era el único lugar donde se podía desahogar.
No sabía cómo explicarle a su vida que el sentido se había terminado, que ya no era ni sería lo que fue. No lograba comprender pa’ dónde jalar, qué rumbo tomar después de ella. No alcanzaba a vislumbrar cómo iba a romper la rutina que ¡de ya!, sin vivirla nuevamente, lo asfixiaba. Y no lograba disimular el inmenso pesar que cargaba a cuestas. Estaba deshecho…
Al verlo llegar los amigos lo notaron inmediatamente. Imaginaron de dónde procedía tanto dolor, por tan profunda penumbra del rostro y tanta opacidad en su rictus. La mirada se le había vuelto hacia adentro donde el vacío, absorbe, y la incertidumbre, carcome.
Guardaron silencio en su presencia. Después de un rato, disimuladamente, continuaron con la plática conservando cierto pudor al evitar risas y bromas como era costumbre. Entre ellos se hacían señas para que alguien se animara a dirigirse a él para integrarlo al grupo.
Uno de ellos, un señor mayor, lo miraba… y lo miraba. Los demás, a la expectativa, se preguntaban si el viejo sería quien lo abordaría y así pudiera hablar de su desconsuelo.
Después de un rato, otro fue el que inició el acercamiento: “Ahora tú, ¿qué traes?” Por toda respuesta escucharon un murmullo desolador: “Se acabó…”
El viejo, con cierta aflicción, no le quitaba la vista de encima. En minutos empezaron a escuchar el relato. El viejo, con pesar, le preguntó:
--¿Sufres?
Dijo que sí.
--Pues sufre… y gózala, porque a mi edad, ya no se sufre… ¡y vieras cómo se extraña…!