¡Anda, que esto también pasará!

  • Alejandra Fonseca
Hace tiempo le detectaron un tumor canceroso en el vientre que era maligno, inoperable

Hace tiempo le detectaron un tumor canceroso en el vientre. Para confirmar lo que los estudios señalaban, la operaron y descubrieron que era maligno, inoperable, por estar cerca de órganos vitales, y así como la abrieron, la cerraron. Le dijeron que la única manera de tratárselo eran quimios y radioterapias, agresivas y combinadas. Las inició con convicción y fortaleza, nunca se quejó y mucho menos pensó en suspender o posponer los tratamientos a pesar de los efectos adversos.

Su distintivo era su cabellera larga color negro azabache, con bucles que al natural parecía todavía más frondosa y hermosa, y al brillo del sol, relucía como mineral sólido. Durante los tratamientos, nadie quiso tocar el tema del cabello y menos asegurarle que sus bellos rizos regresarían, pero todos le aseguraban que el cabello ¡volvía porque volvía!, aún cejas y pestañas.

Después de varios meses de quimios y radioterapias, en la soledad de su cuarto, sin miradas ajenas que le hicieran dar cuenta del atisbo del ‘otro’, sentada frente tocador, viéndose en el enorme espejo después de salir de la ducha cubierta con bata rosa, tomó con la mano derecha el cepillo de cerdas finas, naturales y blandas para alisar su larga mata de cabello mojado.

En cada pulso de cepillaje, con la mano izquierda quitaba copiosas madejas de cabellos largos, y espesos mechones de pelo enredados en el cepillo, que fue juntando con parsimonia y templanza y acomodándolos sobre el tocador junto al joyero. Al ver el volumen de pelo no pudo evitar se le cortara la respiración sin saber de dónde asirse para seguir inhalando y exhalando; era dura para llorar, pero le salió una lágrima densa que rodó salvaje sobre su mejilla. Se le había quebrado el espíritu al punto que nunca ni en sus más salvajes sueños, pensó llegar a ese quiebre, y menos sabría ahora dónde aferrarse para enfrentar al mundo. Sabía que en algún momento quedaría sin cabello en cabeza, pestañas y cejas, se lo advirtió el doctor, pero no la vio venir así, por lo que, rendida, dejó caer su cabeza, brazos y torso sobre el tocador.

No quería ver a nadie, pero la realidad es una ruleta rusa necia y sabia: escuchó un toque suave en la puerta que había cerrado por dentro. Reponiéndose un poco, levantó el cuerpo del tocador y con un grito ahogado de enojo, tristeza y desazón a la vez, preguntó: ¿Quién?

-¡Soy yo, Beth!, ¿puedo pasar?

-¡Pasa! -soltó sin pensar. Era su mejor amiga, hermana de vida. La vio entrar bella, arreglada, bien maquillada, con aretes largos y lucidores. Y pelona. Por lo que admirada preguntó: ¿Qué le pasó a tu cabellera y todo tu glamur?

-No preguntes. Me rapé porque siempre hemos sido solidarias la una con la otra, ¡y ahora me toca a mí!  Con paso firme con maquinita de peluquear en mano, le dijo: ¡Anda, siéntate para que salgamos de este encierro!

No pudo más que abrazarla y soltar el llanto franco.

-Anda ven, te rapo para que estemos igual. Vístete, píntate cejas, chapitas, encrémate, perfúmate y ¡vámonos de compras! Así, sin turbantes ni mascadas. ¡Nuestros cráneos son perfectos! ¡Anda, que esto también pasará!

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes