Como la primavera recién llegada

  • Alejandra Fonseca
El secreto del elixir de su juventud era que gozaba con las cosas más simples de la vida

Siempre se sintió joven, vital, lozano, frondoso. Casi púber, con gran alegría de vivir, feliz, con risas y alborozo. El secreto del elixir de su juventud era que gozaba incansablemente con las cosas más simples de la vida. El tiempo sí pasaba, pero sólo para beneficiarlo en sabiduría, comprensión y júbilo. Nada lo metía en la más mínima dinámica de abandono, lástima, pena o tristeza. Nada perturbaba su bienestar. En un momento dado el ser humano más cercano a él, su hija, pensó que quizá, por su avanzada edad y recién sufrida la pérdida de su pareja de toda la vida padecía algún problema de relación con la realidad, y antes de que empeorara, a consideración de ella, mandó traer un psiquiatra que lo valorara.

El psiquiatra llegó a su casa, lo recibió la hija y lo presentó como un amigo de la universidad. El padre, con memoria privilegiada, no evidenciaba nada que perturbara su paz ni la de los demás, pero no se engañaba tampoco; era discreto, pero no pendejo; su mirada penetrante de lince y aguda como de águila, traslucía que sabía de qué juego se trataba y lo iba a jugar gustoso con la garantía de triunfar al no oponerse a lo que la vida le presentaba. El padre no creía en lo que la psicología o la psiquiatría pudieran decir de la conducta del ser humano, porque él tenía el don de conocerse a sí mismo del que parte toda sabiduría.

El amigo empezó a platicar como si conociera a la hija de tiempo atrás. Hablaron del clima, el calor, las lluvias, los cambios de temperatura, en fin, hasta que entraron en tema de las realidades. El padre le entró al juego como profesional porque nada lo hacía temblar y menos cuando su lucidez e ingenio se ponían en juego.

Hablaron de la muerte; de cuando el tiempo pasa y se van perdiendo las habilidades físicas; de cuando la enfermedad acecha y las fuerzas de las piernas ya no responden como antes; de cuando la artritis gana los bríos a las manos y no se toma el vaso o una taza con la misma distinción; de cuando la osteoporosis vence la elegancia a la columna vertebral… Y el señor con frescura y consciencia respondía a cada pregunta simulando que no se daba cuenta que iban dirigidas a él con precisión. La conversación continuó por el tiempo estipulado por el psiquiatra para su valoración. Hasta que el supuesto amigo se despidió con amabilidad y la hija lo acompañó a la puerta para despedirlo y pagar sus honorarios.

De regreso a dar de cenar a su padre, éste le dijo de una manera muy velada: “Alguna vez, hace mucho tiempo, un amigo mío me dio uno de los consejos más sabios que he recibido jamás, cuando admirado de lo que tenía que soportar, le pregunté cómo le hacía. Me dijo: “Aprende a hacerte pendejo”, guardó silencio y siguió cenando como si la primavera hubiera recién llegado.

alefonse@hotmail.com

 

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes