¿Qué pasa con la democracia en el mundo?

  • Herminio Sánchez de la Barquera
Los acontecimientos en el archipiélago de las Filipinas, una historia entrelazada con la nuestra

Mis cuatro fieles y amables lectores, todos ellos cultos, preparados, curiosos, aspiracionistas y de profundas convicciones democráticas, habrán leído sobre los recientes acontecimientos en el archipiélago de las Filipinas, ese país aparentemente tan lejano de México pero que tiene una historia muy entrelazada con la nuestra (que podría ser próximamente tema de esta columna).

En efecto: en las elecciones presidenciales llevadas a cabo en mayo pasado, ganó, con un amplio margen, Ferdinand Marcos Jr. (Ferdinand Marcos y Romuáldez, 1957), hijo del dictador de triste memoria Ferdinand Emmanuel Marcos y Edralín (1917-1989). Conocido por su apodo “Bongbong” Marcos, este político y empresario filipino supo desprenderse de la mala fama que aún rodea a la familia Marcos (menos en Ilocos Norte, la provincia bastión de los Marcos, en donde siempre han adorado al dictador). Se impuso de manera contundente en las elecciones a una de las personalidades políticas más sólidas, decentes y reconocidas de Filipinas, a María Leonor Gerona y Santo Tomás, viuda de Robredo (*1964), popularmente conocida como Leni Robredo, quien ya lo había derrotado en anteriores procesos electorales. Esta representante de las tendencias democráticas, defensora de los derechos humanos y de los derechos de las mujeres recibió menos de la mitad de los votos que obtuvo Bongbong.

Ferdinand Marcos, el dictador que mantuvo un férreo control sobre las Filipinas de 1965 a 1986, amasó una enorme fortuna, aún en manos de su familia. Tanto en el saqueo a las arcas nacionales como en la construcción y consolidación de su régimen dictatorial contó con la activa y entusiasta participación de su esposa, la tristemente célebre Imelda Marcos, quien ahora jugó un papel importantísimo en la campaña electoral que llevó al poder a su hijo. Cuando la revolución popular derribó al matrimonio del poder en 1986, se hicieron célebres las imágenes del palacio que habitaban los marcos: lujos impresionantes para un pueblo tan empobrecido, más de 500 vestidos de diseñador en el guardarropa de Imelda, muchos de ellos aún sin estrenar, 15 abrigos de visón y más de 3 000 pares de zapatos de diseñador. Los informes judiciales e independientes han dado constancia del robo descarado a las arcas públicas filipinas. Se cree que los Marcos acumularon más de 100 millones de dólares, entre otras muchas riquezas.

Así que el poder político en este pobre país transita de las manos de un autócrata, como lo fue el Presidente Rodrigo Duterte (1945), a las del hijo de un dictador. El pasado jueves fue la ceremonia en la que Bongbong fue investido como el nuevo Presidente de las Filipinas. Esto es, sin duda, algo lamentable, pero que ya parece estar extendiéndose por el mundo entero: aumenta el número de los regímenes no democráticos y disminuye el de los democráticos; los pueblos están concediendo el voto a autócratas que ya no llegan al poder por medio de golpes de Estado o de asonadas, sino por caminos democráticos, para después desmantelar las estructuras que los llevaron al poder. Pareciera que los electores prefieren a dirigentes de mano dura, que asuman toda la responsabilidad por lo que suceda en la cosa pública, a votar por políticos comprometidos con los valores democráticos pero que requieren de la corresponsabilidad de todos. Casi pudiese uno pensar que la gente prefiere el camino fácil, a veces sin retorno, de las dictaduras.

Incluso vemos que países que en el papel son democracias, como India, Argentina, Brasil o México se colocan al lado de países abiertamente agresores, como Rusia, en momentos en los que es imprescindible la definición clara, decidida y comprometida por la democracia, la paz y el Estado de Derecho. La gente está tomando el camino por la autocracia, la guerra y el Estado opresor. Lo malo es que pareciera no darse cuenta de esto. El ejemplo de las Filipinas es claro: a pesar del saqueo brutal y de las descaradas violaciones a los derechos humanos que cometieron los Marcos en épocas de la dictadura, el elector no solamente otorgó su voto al hijo del dictador, sino que parece admirar a Imelda Marcos, una de las figuras políticas más influyentes en ese archipiélago, a pesar de todo lo que ella y su esposo perpetraron cuando estuvieron en el poder. Hay incluso una corriente, cada vez más fuerte, de personas que están decididas a reivindicar el “legado” de la dictadura de Marcos a las Filipinas, llamado a esa época una “era dorada” en la historia del país.

Y para colmo: la nueva vicepresidente del país es nada menos que la hija de Duterte, Sara (1978), también conocida por sus inclinaciones nada democráticas. Sin embargo, ambos autócratas, Rodrigo Duterte y Bongbong, no se llevan: en la ceremonia de cambio de mando en las fuerzas armadas, hace unos días, aún sentados uno al lado del otro y siendo célebre la incontinencia verbal de Duterte, este casi no abrió la boca y prácticamente no le dirigió la palabra al entonces ya presidente electo. Duterte había apostado todo para que su hija Sara fuese quien lo sucediera; pero los votos sólo le alcazaron para la vicepresidencia.

Ahora, como dijo ayer un comentarista local, Marcos “regresa a casa, al Palacio”. O como dijo la impresentable Imelda Marcos: “Este es el día por el que tanto tiempo estuvimos esperando … Estoy muy agradecida por esta segunda oportunidad”. Muchos consideran que Imelda es el cerebro detrás de la exitosa campaña electoral, pues Bongbong no pasa por ser alguien intelectualmente bien dotado: se sabe que, aunque estudió en Oxford, nunca se pudo graduar, pues reprobó los exámenes en dos ocasiones, lo que provocó, en esos años, un incidente diplomático, debido a que el gobierno de su papá ejerció presiones para que por lo menos le dieran un diplomita que en algo justificara su paso por tan célebre institución. Su papá, por cierto, lo tenía por alguien flojo y despreocupado. De todas maneras, el clan Marcos está de regreso, buscando afianzar el poder y el reconocimiento.

Esa “segunda oportunidad” a la que se refería la Sra. Marcos puede ser que se refiera a la oportunidad de servir al pueblo; esperamos que no se refiera a una segunda oportunidad para volver a servirse de los tesoros nacionales o a despreciar los derechos humanos. Muchos críticos temen, seguramente con razón, que ahora, con la familia Marcos de vuelta al poder, la autocracia, que se reforzó considerablemente por las prácticas antidemocráticas de Duterte, adquiera mucho mayor fuerza en la política filipina.

En lo que respecta a las relaciones con China y EE. UU., es probable que Marcos siga el ejemplo de su predecesor, pero con algunas diferencias. Duterte había puesto en peligro los vínculos históricamente estrechos con los Estados Unidos y buscaba la proximidad de China con la esperanza de atraer inversiones de Pekín. Pasó por alto en parte las violentas disputas territoriales que han existido en el Mar de China Meridional durante mucho tiempo; es la zona del mar, muy rica en recursos biológico-pesqueros y en materias primas, parte de la cual reclaman todos los países vecinos, incluyendo a las Filipinas, y que China reclama casi en su totalidad para sí misma. A diferencia de Duterte, Marcos enfatizó que quería ser un presidente de la unidad. Seguirá una política exterior en la línea de "amigos para todos, enemigos para ninguno", sin describir exactamente lo que eso podría significar. A diferencia de Duterte, Marcos tiene la intención de reconocer y hacer valer un fallo de la Corte Internacional de Arbitraje de La Haya que rechazó los reclamos de China en 2016.

Bongbong dijo ayer que él quisiera que se le juzgue por sus propios hechos, no por los de su padre. Tiene razón, pero primero tiene que probarlo. En un país duramente golpeado por la pandemia, por la desastrosa política económica de su antecesor Duterte, por la inflación y las consecuencias de la guerra en Ucrania, Marcos Jr. ha dicho que sus objetivos son combatir la inflación, recuperar el desarrollo de la economía y aumentar la producción de alimentos. Para eso se nombró a sí mismo Ministro de Agricultura. Obviamente, no explicó exactamente cómo quiere lograr estos objetivos, limitándose a repetir una y otra vez su sesudo y profundo lema de campaña: “Make the Philippines great again”…

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Herminio Sánchez de la Barquera

Originario de Puebla de los Ángeles, estudió Ciencia Política, música, historia y musicología en Núremberg, Leipzig, Essen y Heidelberg (Alemania). Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg.