Trueque generacional
- Alejandra Fonseca
Desde niña nunca hice caso de los consejos de los adultos por más cercanos que éstos fueran. Mi inexperiencia y la energía intensa de la adolescencia y juventud me hicieron querer beberme el mar de un buche, a la vez que intuía que las exhortaciones de los mayores seguían más sus propios prejuicios sociales y religiosos (que nunca entendí, mucho menos practiqué ni fui aleccionada al respecto, -y no me equivoqué-), que mi bienestar, por lo que hacía más caso de mis compañeros. Ahora pienso que, de haber habido en mi circunstancia, algún adulto verdaderamente sabio, que mereciera mi admiración y captara mi atención interior, quizá me hubiera equivocado igual, pero la lección hubiera sido aprendida más rapidito y de diferente manera.
A lo largo de los años he tenido aciertos y errores que me han cultivado y pulido por la buena y por la mala, permitiéndome un mejor conocimiento de mí misma, de lo que significa la vida para mí, de lo que no volvería a hacer nunca y de lo que volvería a hacer mil veces más con más enjundia.
Hoy me toca estar -¡otra vez!- del lado de necesitar consejo y orientación de los más duchos, de los que nacieron con el chip en el cerebro, de los que le entienden a lo digital por default: de los jóvenes con mi compromiso y la obligación de aprender y someterme de manera absoluta y rápida. Hoy sí haré caso de manera total, sin miramientos, sin cuestionar, sin debatir, sin dudar, sin ser contestataria, sin preguntarle a la computadora si me ama y sin llorar o reír porque guarda silencio o me dice que no entiende.
De un tiempo para acá, y de manera obligada, he descubierto el maravilloso y amplio mundo digital que hace años desprecié. En ese entonces me decía a mí misma: “¿Cómo crees que voy a estar contactando gente por internet si la mirada del ‘otro’ le da sentido a la vida y me hace brillar?” Pues la mirada del otro ha cambiado. Y esto me ha demostrado que soy una total analfabeta funcional porque sé usar la computadora pero no sé hablar su idioma para cubrir mis necesidades, realizar mis actividades y expandir mis tentáculos a través de sus casi infinitas aplicaciones para conocer el metauniverso, ese entorno donde los humanos interactuamos e intercambiamos experiencias virtuales mediante uso de avatares, a través de un soporte lógico en un ciberespacio, el cual actúa como una metáfora del mundo real, pero sin tener necesariamente sus limitaciones, que está compuesto generalmente por múltiples espacios virtuales tridimensionales, compartidos y persistentes, vinculados a un universo virtual percibido. En sentido más amplio, el metaverso puede referirse no solo a los mundos virtuales, sino a las experiencias multidimensionales de uso y aplicación de internet en su conjunto.
Yo adulta, me considero obsoleta en el uso del mundo digital con todo y su metaverso: hoy requiero de la sapiencia de los jóvenes para integrarme a este mundo que cada día abarca más con mayor profundidad. Y para que sea un trato justo, y no sea sólo pedir, ofrezco un honorable trueque que nos favorezca a ambas generaciones: Dicen que los adultos tenemos experiencia de vida, ojalá les sea útil la mía que les ofrezco de corazón; así que tengo que apurarme a aprender y ustedes a enseñarme, para que el trueque sea justo, equitativo y eficiente.
¡Nos vemos en el metaverso!