El tren y ave fénix

  • Rodrigo Rosales Escalona
Pueblo que no conoce su historia no comprende su presente y, por lo tanto, no lo domina

“Hay derechos que no se conceden [...] sino con la única finalidad de que no sean empleados”
André Malraux

Para poder ir reflexionando sobre la necesidad de la historia, como también su utilidad para ir adquiriendo su valor de identificar las raíces de múltiples problemas que aquejan a la humanidad, imaginemos a un convoy de tren, así como una persona que lo ve pasar velozmente en sus vías conductoras.

El tren y cada uno de sus vagones es un momento de la historia. Dentro, los acontecimientos sociales y políticos que ubican y no su grado de pertenencia a cada momento, ya sea porque los viajeros no se identifican ni conocen como su indiferencia a su compañero de viaje; otros, meditando que su destino inicia con necesidades y problemas vivientes, que el viaje lo conduce a la incertidumbre, anhelando soluciones o esperanzas para encontrar una vida digna o una razón de su coraje acumulado.

Otros pasajeros que viajan en vagón de primera se concretan a paladear o degustar vinos espumosos y ricas viandas. También intercambian ideas, ambiciones y experiencias sobre su mundo de los negocios, y lujos, quienes ignoran a la larga fila de vagones donde es otro mundo.

Conforme viaja el tren, una persona lo observa, antes, escucha el lamento de advertencia de la locomotora que avanza con su carga.

El espectador siente cómo vibra la tierra ante el peso del convoy. Observa que cada uno de ellos es un universo distinto, como también identifica que uno sólo es distinto y de mejor calidad a diferencia de los otros. Simplemente se imagina ese interior ignorando quiénes son los viajeros, pero reflexiona que él también es testigo indirecto de ese acontecer. La escala de medición de ese tiempo que transita y se va alejando, es una amalgama de contradicciones.

Esa historia interna, nos remite a describir que cada vagón está conectado por conflictos, luchas políticas, inconformidades sociales, protestas y luchas por y para el poder.

Esas historias las podemos rastrear desde la consigna “libertad, igualdad y fraternidad” con la que se identifica la Revolución Francesa, resultando más provechosa para la burguesía que para las masas populares, que también contribuirán a la caída del Antiguo Régimen. La nueva clase dominante, la burguesía, enriquecida con la Revolución Industrial, se hace con el poder político y niega a las clases trabajadoras la participación en los asuntos públicos. Sirva como ejemplo que en el siglo XIX aún se lucha por el sufragio universal, que empezará a hacerse realidad en las últimas décadas de aquel siglo para los hombres; las mujeres aún tendrán que esperar hasta bien entrado el siglo XX, incluso al final de la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso, el derecho a voto no es más que una de las múltiples reclamaciones que las masas populares hacen al nuevo orden social. Habría que recordar que, en el proceso que tiene lugar en el transcurso de la Revolución Industrial, son desarraigados de sus hábitats tradicionales millones de personas y reasentados en las ciudades. Lejos de ser pacífica, esta transición tuvo lugar con duras resistencias, hasta el punto de que hicieron falta medidas fuertemente coercitivas para obligar a los campesinos y artesanos a incorporarse a las fábricas: primero, privándolos de posibilidades de subsistencia y destruyendo sus formas de vida tradicionales; después, cuando estas medidas no fueron suficientes, mediante castigos corporales, internamiento en cárceles y psiquiátricos, trabajos forzados y esclavitud, o incluso la ejecución.

Las resistencias no eran para menos, pues las condiciones de trabajo resultaban inhumanas: amontonamiento en edificios insalubres, largas jornadas de trabajo, salarios de miseria, menor esperanza de vida y, lo que es tan importante, la exclusión de toda actividad cívica, como la educación, la cultura y la política. Por lo tanto, la mejora de las condiciones materiales, por fuerza, habría de estar asociada a la participación de las clases trabajadoras en la actividad política. Por esta razón, el ‘Estado del Bienestar’ debemos entenderlo no sólo como la conquista de prestaciones sociales de carácter universal, sino también como la entrada en la esfera pública de grupos populares organizados que, a través de la acción política, fueron capaces de ampliar progresivamente sus derechos civiles.

Desde el primer momento, las élites no se conformaron con la nueva situación, e iniciaron el desarrollo de una estrategia dirigida: 1) a reducir la participación de las clases populares en la vida pública; 2) a convertir a las masas en meros espectadores de la política; y 3) a conformar modos de pensamiento consonantes con el capitalismo. Incluso más que las prestaciones sociales conquistadas, lo que despertaba temor y recelo entre las élites era el poder y la participación política de las clases populares. Esta desconfianza fue bien expresada por un pionero del periodismo moderno (paradójicamente progresista demócrata), Walter Lippmann, quien en los años veinte escribió:

“Hay que poner al público en su lugar, de modo que podamos vivir libres de los pisotones y del rugido de una multitud desconcertada, cuya función es la de ser espectadores interesados de la acción, no participantes” (citado en Chomsky, 1991).

Lippmann no estaba más que haciéndose eco del temor de las élites financieras y empresariales, que advertían de los riesgos que habían de encarar en el contexto del poder político de las masas, recientemente adquirido. La recuperación del control, se dijo, pasa por ganar la eterna

«...batalla por las mentes de los hombres, adoctrinándolos “en el cuento del capitalismo, hasta que sean capaces de repetir el cuento con notable fidelidad”» (Chomsky, 1999 pág. 103).

Esta batalla no se iba a librar con el tradicional recurso a la violencia, sino mediante la utilización de los medios de comunicación. Relata Chomsky (1994) que, a partir de los años treinta, las élites empresariales utilizaron estos medios para la propaganda política con el fin de “impedir que las multitudes ignorantes e incapaces dominasen la tierra” (Chomsky (1994).

Con la finalidad de modelar a los individuos para someterlos a las disciplinas, ya sea el capitalismo y su forma moderna neoliberal, se imprime como un sistema de montaje, donde la mecanización del pensamiento es básico para que la sociedad adquiera “disciplina y orden” en cada actividad a desempeñar, sin que busque explicación alguna sobre su condición laboral, salarial ni social.

Cada vagón, donde esa masa social disciplinada se reduce a ir meditando sobre su inmediatez y sobrevivencia, impedido de buscar respuestas sobre ella, en cuanto a que su preocupación diaria es trabajar para llevar pan a la casa, nada más.

Entes alienados que, con la finalidad de modelar a los individuos para someterlos a las disciplinas de las fábricas, la escuela asumió un modelo de organización y funcionamiento análogo al modelo de organización y funcionamiento del trabajo en las fábricas. Todo está programado: las entradas, las salidas, las actividades que hay que desenvolver, las formas de interacción entre los alumnos y sus maestros. En las aulas, como en las cadenas de montaje, ristras de pupitres alineados frente a la tarima en la que se levanta la mesa del profesor, se sientan decenas de niños que, en silencio escuchan los dictados del maestro, responden a sus órdenes con precisión y desarrollan con rigor las actividades que aquel les demanda. Aquí, en las escuelas, aprenden la puntualidad, la disciplina, la compostura, a prestar atención, a obedecer las órdenes de los superiores, a ocupar la propia posición en el contexto de la organización, a ajustar las actividades a ritmos temporales preestablecidos, hábitos que permitirán a los futuros trabajadores ocupar sus puestos en las fábricas.

He ahí cómo en el primer vagón solamente sus viajeros se sienten seguros de que los otros están disciplinados, concentrados y puntuales a seguir obedeciendo y ordenados. Individualizados.

En los parámetros ideológicos conservadores se desarrolló un sistema educativo clasista, más interesado en reproducir las clases sociales, en modelar el carácter y el comportamiento de los alumnos y en responder a las demandas productivas de la sociedad industrial que en la formación e instrucción de la ciudadanía, los ideales progresistas no fueron abandonados. Desde estas posiciones se sigue viendo a la escuela y a la educación escolar como un instrumento para conformar una sociedad más justa y más igualitaria, de ahí que se reclame la igualdad de oportunidades en el acceso a una educación común para todos los ciudadanos. Estas reclamaciones, aunque sólo en parte, serán atendidas en el contexto de cambios sociales y económicos que tienen lugar en las primeras décadas del siglo XX, sobre todo en el siglo XXI, donde algo ya no encaja con el dogma neoliberal, porque ese individualismo alienante empieza a reflexionar sobre su papel histórico contra ese dogma.

El maquinista historia, acelera o baja velocidad conforme los viajeros exigen mejores condiciones del viaje: algunos, los pocos, exigen velocidad sin cambio, la mayoría exige revisar si los durmientes, rieles y la misma locomotora no tienen defectos, para que no se detenga. Sin embargo, el maquinista historia, comprende que en ocasiones la locomotora debe descarrilar para sacudirse del primer vagón.

En tanto, el observador analiza que algo no encaja en el convoy, porque la mayoría de los pasajeros intentan tomar el control de la locomotora. Los pasajeros del dogma neoliberal se sienten inquietos y molestos porque toda la instrucción educativa de moldear a su antojo, no responde y sí exigen cambiar de vías a otra historia que les pertenece.

La velocidad del convoy con nuevos vagones, los guía a su quehacer y papel de construir nuevos trenes, que respondan a sus necesidades de nuevos viajes que cubran un aspecto tan simple como es dignidad y democracia desde los hogares. En sentido opuesto, los de la minoría, les angustia cómo esa masa amorfa ya tiene sentido de unidad y que ya no está dispuesta a que el tren no lo dirijan ellos.

La minoría se agita y realiza intentos por dinamitar vías, a quitar durmientes, hasta dinamitar la locomotora para arrebatarla y recuperar su historia comodina, oligarca y cleptócrata.

De momento, añoran como el ave fénix, resurgir de las cenizas con nuevo plumaje. Empero, ignoran o no quieren aceptar que no son esa ave y sí otra de especie carroñera, que ya no cabe ni siquiera en el cabús, porque ésta, es otra historia, donde el observador también quiere incorporarse.

La recuperación del control, se dijo, pasa por ganar la eterna «...batalla por las mentes de los hombres, adoctrinándolos “en el cuento del capitalismo, hasta que sean capaces de repetir el cuento con notable fidelidad”» (Chomsky, 1999 pág. 103).

Fuentes
Bowles, S. e Gintis, H.: La instrucción escolar en la América capitalista. Madrid: Siglo XXI (vers. cast. 1981)
Castells, M. (1996): La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. 1 La sociedad red. Madrid: Alianza Editorial (vers. cast. 1997)
Castells, M. (1997a): La insidiosa globalización. El País, 29 de julio de 1997
Chomsky, N. (1991): El miedo a la democracia. Barcelona: Crítica – Grijalbo Mondadori(vers. cast. 1992)
Chomsky, N.: El nuevo orden mundial (y el viejo). Barcelona: Crítica, 1996)
Chomsky, N. (1999): El beneficio es lo que cuenta. Neoliberalismo y orden global. Barcelona: Crítica (vers. cast. 2000)
Chomsky, N. e Herman, E.S. (1988): Los guardianes de la libertad. Propaganda, desinformación y consenso en los medios de comunicación de masas. Barcelona: Grijalbo Mondadori (Vers. cast. 1990)
Freire,  P.: La educación como práctica de la libertad: Siglo XXI, México, 1980
Gutiérrez, Francisco: Educación como praxis política: Siglo XXI, México, 1991

rodrigo.ivan@yahoo.com.mx

 

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Rodrigo Rosales Escalona

Periodista y analista político en medios locales y nacional, filósofo, docente en nivel superior, activista social, comprometido con la justicia.