En memoria de Jesús Kuri Chedraui

  • Alejandra Fonseca
Siempre cariñoso, siempre desprendido… Gracias Chucho por tu existencia en nuestras vidas

Fuimos compañeros en la secundaria y preparatoria del Colegio Americano de Puebla y nuestra amistad perduró intacta hasta el último momento. Su rostro sereno y afable siempre tenía una sonrisa sincera y certera en los labios. Con mirada de águila, veía todo de manera detallada, pero lo procesaba distinto de algunos que éramos sus compañeros que, como chamacos, veníamos desde la secundaria y sobre todo en la prepa, acelerados, encendiendo en llamas todo a nuestro alrededor. Él nunca escatimó palabras dulces y amables para quienes lo rodeábamos, y nos hacía el día a quienes, por la edad o las circunstancias, vivíamos crisis existenciales y búsquedas de respuestas al fuego que nos quemaba por dentro.

Siempre cariñoso, siempre desprendido, fuera para adelantarse a pagar los churritos que vendían afuera del Colegio Americano en la colonia La Paz o para apoyar, junto con mi entrañable Lalo, su hermano, con donativos importantes para sectores más vulnerables de nuestra sociedad. En tantos años de conocerlo y convivir con él, nunca le conocí enojo alguno hacia alguien que tuviera la intención de molestarlo -porque nunca falta-, y tampoco conocí de él palabras duras o amargas dirigidas hacia sí mismo u otra persona.

¿Cómo le hacía? Era su bonhomía… su bondad, su cordialidad, su espontaneidad y el candor con los que veía al mundo. Esa sabiduría la traen consigo algunos, y otros tenemos que encontrarla buscando bajo las piedras y en el profundo lodo en que caminamos. Es algo que en mi madurez he comprendido: es Certeza Interior, la que viene del corazón, la que le da vida a la fe y la esperanza, la que te permite vivir tu día a día, y pararte frente al mundo sabiendo que, en este hogar temporal, podrás salir victorioso de todas las pruebas, hasta que te toque partir.

Hablo por mí ahora, aunque lo que voy a describir lo compartimos algunos de mis hermanos de vida en esa etapa: mientras yo vivía confundida por la guerra intestina entre Dios y el diablo, en seres humanos y el mundo, entre la condición humana total o fragmentada, entre el amor y el desprecio, entre la alegría y el terror, entre mi interior y las circunstancias, entre crisis y resoluciones, entre errores y aprendizajes, entre la búsqueda de mi alma o perderla en la frivolidad, entre gritar o callar, entre pelear o huir, entre la beligerancia o la serenidad, entre el ruido o el silencio, entre la violencia o el dejar ir, entre la culpa y el perdón, entre la mortalidad y la búsqueda de la eternidad, entre la carencia y el don, él se conducía con una claridad y una certeza reflejadas en un rictus lleno de ternura. Y mientras mi vida estaba llena de pasión, intensidad y frenéticas emociones, él siempre, siempre se dirigía a mí con suavidad y entereza.

Cada ser humano tiene una misión que cumplir en esta vida de pruebas; si la cumplimos o no, está en la respuesta que en su momento le damos a Dios y a nosotros mismos, cuando en el silencio en que nos habla, nos pregunta: “¿Qué has hecho con los dones que te di?”

Jesús Kuri Chedraui, conozco la respuesta que tuviste para con Dios: “Desde mi corazón, hice todo lo que más pude. Cumplí. Ya puedo partir…”

Gracias Chucho por tu existencia en nuestras vidas, -y ahora sí hablo por todos mis compañeros del Americano-. Gracias.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes