Nuevo año, nuevo yo

  • Fernando Gabriel García Teruel
Se acerca otro año, no debo esperar, no hay tiempo para pensar, nada que reflexionar

Despierto. Otro día empieza, ¿de qué me perdí mientras dormía?, ¿qué noticias o mensajes velaron mi sueño? Dime teléfono, ¿qué debo hacer?, ¿estudiar o trabajar?, ¿ir aquí o allá? Se acerca otro año, no debo esperar, no hay tiempo para pensar, nada que reflexionar. “Aprovecha el instante”, dijo mi mamá. El presente es mío. “Báñate, jala la cadena, no olvides los dientes, vas tarde ¡apúrate!”. Me vuelvo a regañar. No hay tiempo para café, en el camino lo compraré. ¡Es tardísimo! ¿Dónde tiro este vaso? Me empiezo a incomodar. “Ahí hay un basurero, rápido, ya deberías trabajar”. No me paro de atormentar

Estamos inmersos en el momento, en un momento múltiple, donde todo sucede a la vez. Las noticias de México, las del mundo, Ómicron aquí, otra variante allá. “Nuevo año, nuevo yo”, ¿quién salió con esa mentira?, ¿quién la creyó? Es un mundo cambiante pero no tanto, nadie se transforma de un instante a otro, nadie ni nada, todo tiene un principio de razón, una causa, y un número de año no es suficiente.

Vivimos tan sumidos en la inmediatez que detenerse suena estúpido. Consumimos información y productos de forma tan instantánea que lo pensamos directo, dando todo por sentado como accidente. El mensaje, la noticia, la electricidad, la comida, la ropa… todo surge de la nada para nosotros, personalizado sin ser personal. El pedazo de carne fue siempre un pedazo, aquella playera que nos gustó siempre estuvo ahí, esperándonos.

En un arranque de desesperación compramos la idea de ser protagonistas, no sólo de nuestra vida sino de la vida misma sin antes reflexionar en ella, y en lo poco que le importamos. Por ver unos cuántos árboles perdimos el bosque, nos encerramos en una pequeña y opaca burbuja donde lo que entra, más que entrar, aparece y lo que sale, simplemente desaparece. Estamos completamente enajenados del mundo y sus objetos, consumimos y desechamos dando por hecho que más allá de nosotros sólo la nada existe. Qué importa prolongar el baño, el agua está ahí. Qué importa la industria ganadera sus emisiones y deforestaciones, la carne tiene un gran sabor. Qué más da de dónde venga esta prenda y las posibles manos púberes que la confeccionaron en Bangladesh, es de mi talla y mi gusto.

Nos vendieron la mentira bíblica de que la creación está a nuestra disposición como si ella y nosotros fuéramos eternos. El agua escasea, los rellenos sanitarios se saturan, los bosques desaparecen, la biodiversidad disminuye. ¡Qué cara es la eternidad cuando no existe!

Hace falta ser muy cobarde o muy orgulloso, que viene siendo lo mismo, para no querer ver más allá de nuestros placeres y protagonismos; para no querer ver el mundo al que nuestros antojos nos arrojan. ¿En verdad estamos tan inmersos en el presente que el pasado y futuro son inexistentes? ¿Acaso no tenemos un momento para pensar el origen de los productos que consumimos? ¿Ni siquiera un instante para imaginar dónde termina el agua o la basura que tiramos?

Vivimos en una paradoja de estar en todo y en nada. Vemos, o bien, vivimos las elecciones de Chile, los encierros de Europa, la pasarela en Estados Unidos, el chisme de tal o cual amigo, la historia del pariente. Y a la vez, no conocemos ni lo que comemos, no estamos en ninguna parte. Queremos vivir sin asumir el impacto de nuestra existencia y consumo.

No somos más que farsantes hedonistas. Nos indignamos cual mojigatos de la explotación en Asia y compramos todos sus baratos productos, nos aterramos de la inseguridad en Michoacán y que no falte el aguacate en la mesa. Los mismos que le dicen retrógrada al Presidente por no invertir en energías limpias son los que diariamente tienen res en su plato porque si no, no quedan satisfechos. Los ejemplos son casi tantos como nuestra falta de interés para con el mundo.

Meros hipócritas, eso somos, así que no. Este nuevo año no hay un nuevo yo. En 2022 no hemos de ser otros sino los mismos. Meros egocéntricos, acurrucados en una pequeña burbuja. Uva tras uva hemos de pedir más placeres, más viajes, amor, salud, dinero, que nada nos falte para que al planeta le falte todo. No nos engañemos, antes hemos de desear que se acabe el mundo a tomarnos la molestia de pensarlo, antes su fin, que antojos insatisfechos.

Que el año siguiente sea uno sin reflexión para que podamos seguir sintiendo inocencia ante la catástrofe que hemos provocado desde nuestra cómoda burbuja. La ignorancia trae felicidad y sin más, deseamos un feliz año nuevo.

 

@fgabrielgt

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Fernando Gabriel García Teruel

Nacido en Puebla en 1996, estudió la licenciatura en Ingeniería Industrial en la Ibero Puebla. Actualmente estudia la maestría en Biosistemas en Wageningen University and Research. Apasionado por la ciencia y artes