Un pueblo llamado Honey

  • Antonio Madrid
Un niño que soñaba en el Mar Céltico, nunca esperó que un pueblo mexicano llevara su nombre

- Quiero conocer el mundo -le dijo Richard Honey a su padre cuando, tomado por él de la mano, lo llevó a conocer por primera vez el mar.

- Algún día lo harás, Rich. Algún día.

Estaban en Cornwall, su tierra natal, uno de tantos pintorescos pueblos portuarios, ubicados en la escarpada punta suroccidental de Inglaterra.

De cabellos rubios y mirada decidida, esta, sin embargo, contrastaba con su carácter más bien tímido y al que le molestaba que sus compañeros le llamaran “El Mielecita” (Little Honey), apodo que se le quedaría de por vida entre sus paisanos. “Algún día” -repitió para sus adentros el pequeño Rich, quien había nacido hacía diez años, en 1849- algún día”. Y apretó la mano de su progenitor.

Una parvada de gaviotas que pasó graznando en el horizonte interrumpió sus pensamientos y las tuvo que seguir con sus ojos azules a través del viento proveniente del Mar Céltico.

Cuando su padre murió, a sus diecisiete años, tuvo que dejar sus estudios y entró a trabajar, como otros jóvenes de su generación a las minas de estaño, principal fuente de abastecimiento para las civilizaciones del Mediterráneo en aquellos tiempos.

Fue una tarde de abril, lo recordaría durante toda su vida, que, manchado por las labores de la minería, escuchó decir su nombre de manera extraña. El hombre que la había pronunciado era un tipo bajito y moreno, como nunca había visto a alguien así. Honey media un metro y 82 centímetros.

Su madre, cuando supo que viajaría al extranjero, a un lugar llamado Pachuca, rompió en llanto, pero no tuvo alma para detenerlo y echar por la borda aquel anhelo infantil que le había confiado a su padre la primera vez que lo llevó a conocer el mar tomado de la mano.

- Haré fortuna, madre, te lo prometo.

Llegar a Real del Monte, perteneciente a Pachuca, Hidalgo, un pueblo ubicado a 53 millas de la ciudad de México, fue para el joven Richard un acontecimiento. Todo le era extraño, la gente, sus costumbres, su lengua. Lo único que lo unía a su pueblo era la minería.

“Qué chistoso pronuncian nuestro nombre”, comentó Richard en alguna ocasión a su hermano, quien lo había acompañado en la aventura. “Sí, Little Honey, pero imagina cómo pronunciamos nosotros el de ellos”. Y tronaron a carcajadas.

Con el tiempo, Richard Honey, aunque conoció muchas jovencitas mexicanas que se enamoraron de él, casó con Jane Phillips, otra inmigrante Cornish, con quien tuvo cuatro hijos y cinco hijas e hizo su residencia principal en la ciudad de México, donde Honey cofundó el Jockey Club y el Reforma Athletic Club. Antes, como se lo había prometido a su mamá, se había vuelto un hombre afortunado, poseedor de una mina de hierro en Ixmiquilpan y otras más en La Encarnación, cerca de Zimapán, Hidalgo.

Más tarde fue presidente de tres bancos, una empresa de hierro y acero, dos empresas mineras, una fábrica de pintura y fue director de dos ferrocarriles: el Ferrocarril Nacional Mexicano y el Ferrocarril de Pachuca-Tampico. También fue el primero en importar los caballos de carreras pura sangre en México y construyó un establo de más de sesenta caballos.

Se convirtió en compadre del general Porfirio Díaz, quien lo llamaba “Gran Bretaña” (un gran británico”).

Honey se ganó una gran reputación por el trato que daba a todos sus trabajadores de manera justa, incluso generosamente siempre les paga 25 centavos diarios, muy por encima del mínimo de 18 centavos requeridos por la ley en ese momento.

Un día estalló la Revolución Mexicana; y con ello la fortuna de Honey se vino abajo. En 1913, Richard Honey, el niño que prometió conocer el mundo de la mano de su padre la primera vez que lo llevó a conocer el mar, moría en la ciudad de México, casi en la pobreza.

Pero antes, su labor, cerca de un asentamiento ubicado a orillas de un ferrocarril, habitado por totonacos y otomíes y en aquel entonces perteciente al distrito de Huauchinango, en donde se estableció una estación de tren, construido con el hierro de sus minas, le dio inmortalidad, al llevar su apellido. Richard había llegado a vivir ahí para montar una fábrica de pinturas elaboradas con tierras colorantes y resinas de la región. Por su bondad al pagar sueldos por arriba de lo legal a la gente, esta le agarró cariño y decidió que el pueblo llevara su nombre. Pero Richard ya no pudo ser testigo de ello. Si hubiera vivido, habría recordado como aquella vez, cuando su padre lo llevó a conocer de la mano por primera vez el mar, le dijo que algún día iría a recorrer el mundo. No sólo lo hizo (viajó varias veces por todo el orbe) sino que su apellido, Honey, le dio nombre a un pueblo mexicano, en donde derramó su miel, al igual que su bondad, aprendida de su padre.

*

Este domingo, en medio de la neblina y el característico chipi-chipi de la Sierra, pude conocer a varios descendientes de Richard Honey, el niño que un día su padre llevó de la mano a conocer el mar por primera vez.

Ahí, en el pueblo que lleva el nombre del “Gran Británico”, gracias a la iniciativa del cronista local, Juan Grijalva, fue develado una escultura realizada por el escultor poblano, Tizoc Ramos, al cumplir 119 años de que el ferrocarril llegó a la estación de “La Trinidad”. En un momento se pensó en que el pueblo, formado alrededor de dicha estación ferroviaria llevara ese nombre, pero finalmente se decidieron por el precursor de dicho medio de transporte, con ruta México-Tuxpan-Tampico.

El nombre dado en 1919 como Chila-Honey, luego derivó solamente en el segundo nombre, como se le conoce comúnmente. La combinación de náhuatl e inglés, ha propiciado que muchos lleguen a pensar que se le dio ese nombre por la producción de miel, por la traducción de honey del inglés al español.

“Desde muy chiquita me habían dicho que hay un pueblo que se llama Honey, que lleva mi apellido”, me platico Indira Ramírez Honey, tataranieta de Richard, desde su emoción y sus bellos y expresivos ojos claros. Pero confesó que nunca había podido ir. Ella radica en la Ciudad de México. Gracias a las redes sociales pudo contactar a familiares suyos y a través del maestro Juan Grijalva, fue posible que acudiera a esta develación. La emoción le sale por los poros.

“Mi mamá me platicaba muchas cosas de él y pensé que exageraba”, me dice Indira. Hoy sabe que su madre se quedó corta.

Honey se encuentra en la Sierra Norte del Estado de Puebla, colinda con el Estado de Hidalgo y se ubica a 184 kilómetros de la capital del Estado y a 130 kilómetros de la ciudad de México.

Agradezco la invitación a Pedro Mauro Ramos Vázquezjefe de cronistas del Estado de Puebla, quien estuvo presidiendo el acto en representación de Sergio Vergara Berdejo, secretario de Cultura del Estado, así como al cronista de HuauchinangoJesús Rodríguez Dávalos, quien también me hizo la invitación pertinente. Ahí pudimos encontrar también a grandes amigos cronistas, como Francisco Javier Fernández Rivera, cronista de Aquixtla.

 Ufff. ¡Qué historias!

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Antonio Madrid

Comunicador y periodista. Reportero, corresponsal y columnista (La Pasarela) en diversos medios poblanos. Ha ejercido su labor reporteril en radio, televisión y prensa escrita en medios de Huauchinango y Xicotepec.