Quirino Ordaz Coppel

  • Atilio Peralta Merino
Tras su paso por la gubernatura de Sinaloa, la embajada de España será su nueva morada

En los comicios intermedios del mandato de Miguel de la Madrid, resonó por todo el país la consigna esgrimida por el Partido Acción Nacional: “vota por la nueva mayoría”, lema que, ciertamente, se ajustaba a la tendencia histórica imperante en el momento.

La nacionalización de la banca decretada por José López Portillo el 1 de septiembre de 1982 fracturó los equilibrios internos de la vida institucional del país, motivo por el que muchas inconformidades sociales se encauzaron por medio del PAN, coincidiendo ello con el fenómeno desplegado en el planeta entero durante los años ochenta a partir del ascenso al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y conocido por la prensa internacional bajo el nombre emblemático de la “Revolución Conservadora.”

Al escribirse la historia de esos momentos, una vez que los documentos secretos de varios países sean desclasificados en su totalidad, resultará del todo evidente que la “ola azul” iniciada entonces, habría seguido de manera por demás puntual los manuales diseñados por la Fundación Nacional para la Democracia de los Estados Unidos para operar cambios suaves en regímenes que estorbaban a los intereses de los Estados Unidos.

Tuve el gusto de conocer y tratar por esas fechas a Quirino Ordaz Coppel. Su padre acababa de imponerse en la alcaldía de Mazatlán frente a Humberto Rice, en tanto que el  grupo que le era opositor, siguiendo los lineamientos para implementar “golpes suaves” esbozados por Gene Sharp,  había aposentado un piquete en las cercanías del “Ángel de la Independencia”, en el que día y noche vociferaban con magnavoces : “fraude en Mazatlán, fraude en Culiacán.”

Por aquellos años, Quirino fungía como parte del equipo de asesores del gobernador Alfredo del Mazo y, en algunas ocasiones me pedía le ayudara a encontrar alguna información de índole histórica. En fechas recientes tuve el gusto de hacerle llegar algunas publicaciones a su oficina en Culiacán, asentada sobre el espacio en que originalmente se había erigido el santuario de “Malverde”, tal y como al efecto lo reseña uno de los libros que contiene muchas de las claves de la vida actual del país: Una vida en la vida de Sinaloa de don Manuel Lazcano Ochoa.

Visité Culiacán bajo el gobierno de Quirino Ordaz en dos ocasiones por demás significativas, y, en ambas, escuché la opinión favorable que sobre su gestión sostenían al efecto meseros, taxistas y limpiabotas. Podrá muy bien esgrimirse el hecho de que, precisamente, entre los integrantes de dichos oficios  suele ser  reclutados los confidentes de las autoridades estatales, aun cuando, después de treinta años de ejercer el articulismo, soy también consciente de que los oficiales  de dichas actividades son llamadas a ejercer tal rol, precisamente por su estrecho contacto con la opinión general que circula por las calles

El valle de Culiacán se ofrece a la vista desde el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en “La Lomita”, dibujándose cercanos los contornos de la sierra, cuyos intrincados caminos conducen al poblado de “Santiago de los Caballeros”, enclavado en la región de Badiraguato.

El poniente se tiñe de amarillo al atardecer en tanto que el claro azul cielo enmarca el verde de las palmas que proliferan por entre las arterias citadinas, acompañadas de tabachines y jacarandas sin que, de manera por demás sorprendente, los sauces hagan gala de presencia por lado alguno, dejando en entredicho la emblemática melodía de las bandas.

Pese al lamentable asesinato del periodista Javier Valdez la opinión general coincidía en que, tras sortear los vendavales que el referido suceso trajo consigo, la administración de Quirino Ordaz Coppel había reordenado la vida de la ciudad y del estado retornándolos a la tranquilidad pública y a la senda del progreso económico.

Desde el trágico martes de carnaval de 1944 en Mazatlán, Sinaloa no había vivido un episodio de la envergadura del denominado “culiacanazo” del 17 de octubre de 2019.

El gobierno a cargo de don Rodolfo T. Loaiza inició de manera por demás decidida el reparto agrario en la entidad, y Rubén Valdés “El Gitano”, el hombre que había hecho frente en no pocas ocasiones a los agraristas privó de la vida al coronel Loaiza  el lunes 20 de febrero de 1944.

Una vez que se había dado inicio al trágico Carnaval de Mazatlán, el gobernador se trasladó a la localidad desde Culiacán para presidir los festejos. La alegría desbordada de los lugareños lo había contagiado y decidió entonces trasladarse con su comitiva al “Patio Andaluz” del Hotel Belmar; ahí su reloj Elgin de oro se paró a las 2 de la mañana menos 10 de minutos del martes de carnaval.

En las inmediaciones de la Plaza Rosales, en donde pocos días después del “culiacanazo” me detuve a adquirir las obras del dramaturgo Oscar Liera, la encargada de la librería universitaria manifestó de manera directa su angustia y zozobra por los hechos ocurridos, en esta ocasión, el desenlace trágico, no obstante, habría sido conjurado.

Lazcano, al referirse a Quirino Ordaz Luna, abuelo del actual gobernante, en su condición de regidor entonces del ayuntamiento de Mazatlán apunta a un eventual parentesco con el presidente Gustavo Díaz Ordaz sin asentarlo de manera definitiva como hecho preciso y contundente, situación que no deja de llamar la atención dado el hecho de que el expresidente fue el primer embajador de España tras la tragedia de la “Guerra Civil”; tampoco que, dado el paso efímero de don Gustavo por dicha encomienda el maestro nuestro, don José Gómez Gordoa haya sido , para todo efecto práctico, el primer embajador de México en España, hoy, a no dudarse, Quirino desempeñará de manera valerosa y esforzada tal encomienda.

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Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava