La sal de la vida

  • Xavier Gutiérrez
La variedad es altamente recomendable en todos los ámbitos y una sana práctica en periodismo

Se ha dicho reiteradamente, y es una gran verdad, que la variedad es la sal  la vida.

Metáfora tan sencilla y sin embargo,  si se entiende no se aplica.

Variar a lo reiterativo, a lo repetitivo es como un recreo. Es ofrecer un giro distinto, una cara diferente. Y eso es válido en todos los ámbitos de la vida. Las rutinas crean monotonía, aburrimiento y rechazo. Lo de siempre, mata.

Y esto es particularmente cierto en periodismo. En escribir para el público. Leí recientemente el dato de que la credibilidad en los medios mexicanos ha bajado en forma considerable. De suyo no estaba en niveles envidiables. Sí ocurre en cambio, que hay espacios, autores, firmas, que mantienen una constante en la preferencia del público.

Y si bien ciertos espacios periodísticos no gozan de niveles de altísima penetración, sí tienen una reputación apreciable y gozan de respeto, porque cuidan la veracidad, el estilo, la pulcritud del idioma, la dignidad del público.

Eso se llama calidad.

No es que haya buenas o malas plumas, sencillamente hay calidad o no la hay.

Y lo otro, importantísimo, que lo que se dice en público se sostiene o se firma, tenga el debido respaldo moral del autor. Es decir, predicar con el ejemplo.

Ya se ha dicho, quien no vive como piensa, termina pensando como vive.

No pasa la prueba del ácido predicar una cosa y caminar  por la vida de un modo que contrasta con lo que se dice.

El destinatario primario de la información pública, el lector, radioescucha o televidente, no es tonto, (tonto es quien cree que la gente es tonta), Es sensible, está informado, cruza información, juzga y dicta sentencia: lee o no lee, cree o no cree, sigue a alguien, o apaga el botón y tira a la basura al firmante.

Un caso: Hace poco retiraron de los micrófonos del noticiario de Excélsior a un respetado analista, don Ángel Verdugo. Él, todos los días -o los varios días de su colaboración en radio- invariablemente arremetía con durísimos calificativos hacia el presidente de la República a quien, despectivamente llamaba “López”. Eso era siempre, todas las veces.

Un día abruptamente desapareció del cuadrante. Ni la casa editorial ni el conductor del programa acusaron un caso de censura gubernamental, no. Fue una decisión interna. El propio analista no responsabilizó al gobierno.

Ante la ausencia de información obligada del noticiario, sólo queda conjeturar. La crítica permanente, vertical, cerrada, machacona, siempre lo mismo, muy probablemente rebasó el gusto o las exigencias de los dueños de Excélsior.

En realidad, ese espacio de don Ángel se veía como otro periódico aparte. Un espacio al margen de los propietarios. En los medios es común emprender una campaña en favor o en contra de alguien. Pero esa campaña la deciden, dirigen y determinan los dueños. Nadie más. Su derecho es inmutable.

Aquí se interpretaba tal espacio como una campaña eterna contra López Obrador. No se le concedía ni un centímetro de razón, todo era negro, maléfico. Era condenable y repudiable lo de ayer, lo de hoy y de una vez lo de mañana. No había concesión.

Nunca  jamás se abordaba otro tema. Era siempre, más de lo mismo. No es improbable que el mismo platillo al infinito termine por hartar hasta a los mismos seguidores.

Los pocos alimentos que no hartan y que siempre son bienvenidos son los frijoles y el arroz. Diga usted si no.

Esa sencilla observación en la cotidianidad de la mesa  se puede aplicar en múltiples casos.

El opinante suprimido, con un amplio criterio periodístico bien pudo, por la riqueza de su información, experiencia y juicios doctos, dirigir su atención a mil temas a lo largo del tiempo. Y sin embargo, no fue así. Se casó con lo mismo hasta que se reventó la cuerda.

Y nadie habló de censura después.

Los dueños de los medios -para bien o para mal-, en tanto no haya aquí una cláusula de conciencia o algo parecido, toman sus soberanas decisiones. Y en el caso de don Ángel, todo indica que chocó frontalmente con el gusto, intereses y estilo de hacer periodismo de los propietarios de la sartén.

Para quien lo desee, este caso deja varias lecciones. Una de ellas es lo dicho al principio: poner un poco de sal y condimentos al guisado que se prepara. El recetario es extenso. La vida diaria ofrece un muestrario rico de la condición humana con vetas magníficas para dirigir la vista.

Siempre lo mismo aburre. La gente se cansa, da vuelta a la hoja y oprime el botón. Y a otra cosa mariposa.

En las conferencias, en los seminarios, en la escuela, en las juntas, en múltiples trabajos, hay un espacio para el café, el recreo, la variedad, lo que rompa el tedio. Así en periodismo.

Hoy me fui por otro camino, cuando el plan era empezar con una anécdota del personaje cuya multimillonaria fortuna y conflictos por la herencia dio la nota escandalosa en todos los medios: don William Jenkins.

Se cuenta que cuando vivía aquí en Puebla, el acaudalado hombre tomaba un taxi de su residencia en las afueras de la ciudad para ir a sus oficinas en el Centro Histórico.

Una de sus hijas hacía lo mismo, a veces. Pedía su taxi y llegaba al centro  a sus asuntos.

Un día el señor Jenkins tomó su taxi. En el camino venía revisando sus documentos. Llegó a la puerta de su oficina y le pagó los diez pesos de la dejaba al taxista. Este hombre se quedó con la mano extendida con el billete y le dijo:

-  Señor Jenkins, su hija siempre me da cinco pesos más de propina…

Don Guillermo frunció el ceño, y con un dejo desdeñoso y medio sonriente le contestó:

-  Ah bueno, pero es que ella es hija de millonario…

xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.