Colombia en las fauces del Leviatán

  • Marcela Cabezas
El espíritu de la movilización social colombiano en medio de la represión oficial es histórico

El 28 de abril de 2021 fue testigo de un estallido social sin precedentes en la historia política reciente en Colombia. Al llamado de las centrales obreras y sindicales se sucedió una respuesta social sin parangón debido a problemas sociales y económicos que el Estado de la política ha ignorado en años: la profunda depresión del campo colombiano, el conflicto armado y no voluntad del gobierno en implementar los acuerdos de paz, la alta brecha de desigualdad entre la clase poseedora y pobre del país, el desempleo, la inseguridad, el hambre, la pandemia, la desesperanza(…) Hoy el mundo social implosiona en un gran estallido de protesta callejera mientras el mundo político-institucional sordo ante el clamor popular atiza ánimos guerreristas legales e ilegales.

Decía García Márquez que la problemática colombiana es un símil de un holocausto bíblico, en el que convergen múltiples problemáticas históricas a nivel político, social y económico en tanto que, la línea entre legalidad e ilegalidad es tensa y traspasable -en unos casos más que en otros- (1). El poder de la clase política badea a diestra y siniestra por continuar timoneando la barca; el ‘pueblo’ ‘la masa’, por su parte, surte una batalla diaria para hacerse los mínimos para subsistir, en un país rico en recursos y en capital humano, no así, hoy inmerso en miseria y desconsuelo tras los actuares de los vitalicios administradores del poder que no hacen lo que tienen que hacer: gobernar.

A un mes de la protesta social que en Colombia enraízó el pasado 29 de noviembre de 2020 tras las malas movidas del presidente Duque: la inacción en la implementación de los acuerdos de paz, el homicidio selectivo de líderes y lideresas sociales, el desfinanciamiento de las universidades públicas, la reforma pensional y el abandono histórico del campo colombiano, fueron algunos de los acicates que prendieron la mecha del estallido social, mismo que sorprendió a la clase política que ante tal albor respondió, como bien lo sabe hacer,  con toda la fuerza represiva.

El auge de la Covid-19 a nivel mundial significó también el acuartelamiento de la manifestación social en el país, aunque últimamente no se hable mucho de eso, en territorio colombiano bien posible es morir a causa de coronavirus como de física hambre.

La continuidad del desacato del sentir social en el país por parte del gobierno en turno tras los hechos de noviembre que dieron como saldo el asesinato de Dylan Cruz el 23 de ese mes y el deceso de Javier Ordóñez a manos de policías,  la manifestación social tomó forma nuevamente el 28 de abril de este año y se sucede sin interrupción hoy con la presencia masiva de ciudadanos (as) en las calles; se generan tensiones y expectativas entre convocantes y autoridades       que continúan “sorprendidos” , unos en bien querencia e ilusionados; otros atemorizados y defensivos.

Así como las hormigas trabajadoras se organizan para un trabajo específico y asumen responsabilidades, el pueblo colombiano acumula una serie de demandas sociales y políticas anquilosadas que solo podrán consustanciarse en protesta social mancomunada y un espíritu de lucha que no se hostigue con los ataques oficiales, aunque estos se suceden sistemáticamente ante los ojos de la comunidad internacional y la población local indefensa bajo un proceso de negación continua oficial: no se puede tapar el sol con los dedos, lo que sucede hoy en territorio colombiano es terrorismo de Estado y no se vislumbra una salida consensuada real frente al sentir social y digno de la sociedad.

Los hechos se sucedieron así en el mes de mayo: se cayó la reforma tributaria, el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, renunció y el proyecto de reforma a la salud naufragó. Sin embargo, el 27 de mayo se hundió en el senado la moción de censura contra el ministro de Defensa, Diego Molano, acusado por la sistemática violación de Derechos Humanos por parte de la fuerza pública bajo sus órdenes; malísima señal frente a los ojos inermes de las múltiples víctimas que entre familiares de asesinados, desaparecidos y heridos lloran y claman justicia ¿cuál justicia? ¡Hoy las ramas del poder están cooptadas!

Apenas unos días, el 29 de mayo se oficializa la militarización del país - dado que ya estaba militarizado- mediante decreto 575 que obliga a las autoridades departamentales y regionales a entregar resultados positivos al gobierno central, ya que de lo contrario se verán sancionados. El todopoderoso presidencialismo reviste al país en estado de sitio sin el debido control constitucional, ¡qué zarpazo del gobierno y que afrenta a la democracia!

La campaña de “controlar el país” se muestra a doble filo: suavizar el rechazo internacional y legitimar la masacre civil perpetrada.  Hacia afuera, en cabeza de la vicepresidente -también hoy canciller- Martha Lucía Ramírez en una ronda diplomática apresurada por diversos países y las declaraciones de diversos ministros que niegan los asesinatos y violencia oficial ante medios nacionales e internacionales.

Hacia adentro, se atiza la defensa personal armada de la “gente de bien” en alianza con la fuerza pública y el desprestigio de la protesta social mediante la equiparación de vandalismo y terrorismo ¡cosa bien diferente! tapando así la masacre civil bajo la estrategia del enemigo interno.

No, la horrible noche no cesa y hoy el gobierno se muestra cada vez mas renuente a la eclosión social; si, frente al hambre se responde con balas no es apresurado pensar que una guerra civil – otra más de las tantas que ha vivido el país- se muestre inminente y eminente.

Así las cosas, el espíritu de la movilización social colombiano en medio de la represión oficial es histórico, es catárticoco, es desafiante y creativo, bien claro tiene que un nuevo orden y o ¿desorden? es posible en un país minado por el vasallaje del medioevo en miseria económica y social.

Bajo este paisaje tumultuoso de desventura y malquerencia entre la civitas y el poder constituido se avizoran vientos de cambio, de esperanza, de dignidad, en un mundo en el cual cada vez más se sepulta lo humano y sus sentires, se hace caso omiso a sus necesidades básicas de subsistencia y se sume en pobreza e ignorancia continua a los de abajo como bien lo alude la famosa obra de Mariano Azuela (2).

Notas

1. Gabriel García Márquez. (1996) Noticia de un secuestro

2. Mariano Azuela. (1915) Los de Abajo

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Marcela Cabezas

Magíster en Ciencias Políticas y politóloga colombiana. Catedrática y columnista en prensa independiente.