Inmanipulables en la contienda rectoral de la BUAP

  • Julio Broca
Los jóvenes se enfrentan brillantemente a una sociedad donde la ética ha perdido su lugar central

Con profunda admiración a los jóvenes pensantes

 

Breve historia de un concepto sin historia

“Milenial”, su predecesor “Nini” y su sucesor, “centenial” son términos que no merecen más definición que la siguiente: mote que una generación que fracasó en su deber de heredar un mundo decente, se apresuró a poner a la generación que recibió ese mundo hecho basura. La urgencia por poner una identidad a las jóvenes generaciones de hoy, no ha sido más que una treta de las generaciones anteriores para evadir su responsabilidad. Ninguna de las jóvenes generaciones es responsable del agujero de la capa de ozono. Legando un mundo descompuesto, se apresuran a culpar a los jóvenes de no hacer nada para arreglarlo. Por lo que respecta a Puebla, existen ya evidencias suficientes para plantear que, el mito de que los jóvenes son apáticos, es falso. Que, además, son manipulables es doblemente falso.

Comprendiendo la rebelión contemporánea

La rebelión contemporánea recuerda mucho a Gandhi: desobediencia civil. Solo que esta es menos espectacular, aún menos confrontadora, más asertiva y de la mano de los medios digitales. Desobedecen a su manera, una manera que naturalmente sus maestros no entienden, salvo honrosas excepciones (en el caso que abordaremos, seis maestros son la honrosa excepción, ¡chapó!).  

Su rebelión al mismo tiempo es radicalmente distinta, el proceso de movilización se ha acelerado tanto que no se ve, no se percibe. Lo que los viejos ven es un joven sentado frente al celular, apático, absorto en su mundo. El viejo tiene que afrontar la realidad: su prodigioso sistema neuronal, infinitamente más poderoso y vasto que internet, no tienen nada interesante para el joven que le ignora y prefiere el celular. Ahí el detalle. El mundo en el que está absorto es de información. ¿Que es información desordenada, que es información devuelta por el big data para volverlos consumidores? Sin duda, y precisamente es ahí donde la capacidad humana de rebelarse se manifiesta contra las nuevas formas de alienación.

La diferencia entre la aparente indiferencia de las juventudes contemporáneas y cualquier otra, es que es una indiferencia cuajada de información o en su defecto, rechazo ante la falta de información. Se han vuelto expertos detectores de mentiras y manipulación, porque es el mundo en el que viven, el que mejor conocen, porque es el mundo que los juzga e invalida. Todos sus problemas desde el origen tienen que ver con esto. Los jóvenes de ahora han hecho de la información condición sine qua non de toda toma de decisión o postura. Su aparente indiferencia o inacción, debe leerse como la forma de acción que evidencia la incapacidad de informar de quien les convoca a la acción.

La juventud contemporánea responde a la manipulación con indiferencia o en su defecto, con una acción vacía de intencionalidad, cuando no con denuncias avasallantes en las redes sociales virtuales. Es quizá esto lo que exaspera a los viejos manipuladores, pues se enfrentan a un joven cerebro que ha procesado en apenas veinte años de vida quizá cien veces más información que su interlocutor. Y el interlocutor (adulto), para mayor patetismo, está seguro de saberlo todo.

Como toda rebelión que se desarrolla frente a un Hegemón, es decir, frente a un poder aplastante que tiene como objetivo la obediencia. Lo absolutamente novedoso es que anteriormente, alguien con poder demandaba obediencia de alguien sin poder. No es así actualmente. Ahora, gente sin poder, demanda obediencia a gente que tiene el poder de cambiar la sociedad.

Me explico. En algún momento, digamos, los últimos 30 años, coincidentes con el periodo neoliberal, las estructuras intermedias entre el poder y la supuesta “masa”, fueron ocupadas por sujetos cuya máximas competencias y capacidades eran cuatro: obediencia, falta de criterio, indiferencia y sueños húmedos de ser élite. Son los actuales dirigentes de las instituciones, al menos las de un país como el nuestro, carcomido por la corrupción a pesar de los grandes esfuerzos por erradicarla. Incluso se ha acuñado la broma popular “el que sabe, sabe y el que no, es jefe”. Son los burócratas y tecnócratas que trabajan para las élites: modernos caporales de las modernas haciendas burocráticas. Cada vez más chocan contra jóvenes imposibles de manipular. Ellos son la voluntad de la osadía, y la educación está entrampada en instituciones que buscan la estabilidad a cualquier costo. Rebelión y creatividad van de la mano. 

El sistema de votos sectoriales y un caso de estudio

Contra esta enorme cantidad de jóvenes informados, se han diseñado mecanismos para invalidarlos y restarles toda fuerza de decisión o disuadirlos de actuar restregando en su cara la impunidad del poder. No ha funcionado. Los jóvenes de hoy se enfrentan brillantemente, a una sociedad donde la ética ha dejado de tener un lugar central. 

Una de las herramientas más eficaces para invalidar y relegar al “no importa” a la juventud es el sistema de votos sectoriales que impera en las universidades públicas. Es el sistema de votos con el que ganó Donald Trump, al dividir en sectores convenientes para él, el mapa sociopolítico ciudadano. En las universidades pasa lo mismo. El siguiente caso es elocuente.

En cierta Unidad Académica de la BUAP, los votos de 349 estudiantes, fueron invalidados por 10 trabajadores administrativos. Los estudiantes representaban un sector y los trabajadores otro. Hay un tercer sector de académicos, 60 personas, de las cuales, solo 6 estuvieron de acuerdo con la voluntad estudiantil.

349 estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas y Digitales, con la compañía de seis profesores, fueron una mayoría apabullante e histórica, en favor de un cambio de raíz en la escuela. Pero 54 profesores obedientes -y parientes- y diez amedrentados trabajadores no académicos, bastaron para que la mayoría directa, no valiera nada. Maravillas del voto sectorial.

Hundida en la mediocridad de sus directivos, la simulación y el acoso sexual y laboral, con el beneplácito de la Abogada General de la BUAP, la escuela funciona bajo un régimen de terror que no logra paralizar a los estudiantes. En apariencia ARPA es un lugar armónico, y uno puede estar ahí pensando que todo está muy bien. Me consta. En griego hay una palabra para eso, atopía: un lugar que simula ser utópico y que en realidad es exactamente lo contrario. El valor de la palabra griega está en que enfatiza la simulación y que hace de la atopía una realidad aún más horrenda que la distopía. La rebelión de los estudiantes de ARPA consistió en documentar una larga lista de prácticas tramposas por parte de los profesores para manipularlos e inducirlos a votar por un candidato específico. Como podrán imaginar, la Comisión Electoral de la Escuela estuvo conformada a modo.

El sistema de voto sectorial es un sistema tramposo que garantiza la continuidad de una hegemonía sin importar que su comportamiento sin ética, haya vulnerado la dignidad de la mayoría de la comunidad estudiantil, una hegemonía que por cierto carga sobre sus espaldas generaciones de estudiantes sin titulación. Un fraude educativo sin precedentes.

Ahí está para la posteridad, para sus hijos y nietos, el profesor “manipulando” con lenguaje infantiloide, a los silenciosos estudiantes que expresaron su rechazo grabando la sesión y subiéndola a redes. Ahí está para la posteridad, el fracasado profesional que encontró una plaza de profesor universitario a precio de tener que obedecer órdenes abyectas, en las que da un espectáculo de sumisión a estudiantes --que no lo dice- pero les parecen profesores execrables. Un pedagogo sumiso no puede formar seres creativos, a lo sumo podrá formar excelentes técnicos pero nunca seres pensantes. Los seres pensantes abandonan sus clases o la escuela misma.

Caso omiso a las impugnaciones: bala perdida para las elecciones de rector

Tanto el Comité Electoral de la Escuela como las autoridades a quienes los denunciantes de las irregularidades enviaron sendas misivas, han hecho caso omiso de las mismas. Con el sistema de votos sectorial es posible simplemente ignorar a los estudiantes críticos, aunque sean mayoría, pues no cuentan sectorialmente. El problema es grave: el o la próxima contendiente por la rectoría tendrá que tratar con una sociedad académica y administrativa dócil, fácil de asustar y dirigir para votar por este o aquel, pero con una comunidad estudiantil que verá en tal candidato o candidata, un cómplice de la injusticia legal pero ilegítima, que ha puesto en la dirección de ARPA a un personaje que llega a esa dirección exactamente en las mismas condiciones que Felipe Calderón y Peña Nieto llegaron al poder, es decir, sin legitimidad.

El México que estamos viviendo intenta transformarse por cuarta vez. La poca legitimidad de la comunidad estudiantil, de los directores, los bajos índices de participación estudiantil (el caso de la Escuela de Comunicación) es un índice de deficiencia moral insoslayable. Mientras tenemos un presidente dispuesto a consultar popularmente si su mandato debe seguir o no, en las universidades públicas tenemos reyezuelos dispuestos a operar medievalmente para imponer su mandato. La pandemia ha sido un respiro para la corrupción, la cual no debe olvidar, encontró a una universidad en paro total y que fue imposible de manipular para los intereses políticos. Los jóvenes de hoy -en su gran mayoría- son inmanipulables, las votaciones de ARPA son una muestra elocuente.  

 

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Julio Broca

Artista gráfico y sociólogo, investiga fenómenos culturales de disrupción y rebelión. Diseñador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”-BUAP.