Abrazar la incertidumbre: nueva relación con el mundo

  • Manuel Antonio Silva de la Rosa
Necesitamos tener una nueva relación hacia la tierra, hacia el mundo y hacía nosotros mismos

Necesitamos tener una nueva relación con el mundo, salir de la forma de control en que nos relacionamos con el mundo y con los demás. Existe una tendencia en nuestra sociedad; convertir todo en certezas cuando estamos lidiando con nuestro entorno. Es el deseo de querer controlar todo. Sin embargo, hay que ser conscientes que es imposible controlar al mundo. Necesitamos abrazar la incertidumbre, como algo vital y esencial para forjar otras maneras de relacionarnos con el mundo.  

Es la modernidad quien dio el primer paso a esta necesidad de tener todo bajo control. Esta sociedad impulsó un horizonte de cómo concebir la buena vida en términos de cálculo y progreso, construyendo un marco de referencia. Si bien todo esto comenzó en la cultura de occidente, ahora, se ha convertido en una especie de forma de vida global. Y, de esta manera, lo que es bueno es una vida que permanentemente aumenta el horizonte de lo que nosotros los humanos podemos tener a nuestra disposición, de lo que podemos alcanzar y la capacidad de acceder a lo que sea. La vida buena, en pocas palabras es la capacidad de incrementar el control del horizonte que vemos. Obtener el control sobre el funcionamiento de nuestro cuerpo, tener el control del funcionamiento de la materia, etc. 

Hay una especie de impulso en nuestra sociedad de incrementar el horizonte de lo que podemos tener a nuestra disposición, alcanzar, poseer y acceder. La tecnología permanente expande el horizonte de lo que podemos tener a nuestra disposición, alcanzar o acceder. Esto es muy notorio, sin embargo, no es solo el deseo cultural de incrementar el horizonte de la controlabilidad, disponibilidad y accesibilidad, sino que es un requisito estructural. Esto quiere decir que la sociedad sólo puede mantener la estructura y el orden institucional a través de un crecimiento permanente.

Tenemos que alcanzar el crecimiento económico y acelerar la producción. Así, nos vemos obligados a innovar permanentemente para abaratar la cantidad de trabajos. De esta manera, este impulso de aumentar el domino y el control del mundo, no es solamente un deseo cultural, sino que es una característica estructural de nuestra construcción de subjetividades. Lo que hemos establecido en nuestro sistema mundial y el tipo de subjetividad es una postura de agresión al mundo con base en el control de la naturaleza, de los demás, de las cosas y de nosotros mismos, sometimiento y acaparando.

Permanentemente, tenemos que incrementar nuestra influencia sobre la naturaleza con industrias extractivas. El deseo de control está conectado con la postura de agresión que vamos teniendo con nuestro entorno. Sin embargo, al intentar incrementar el control sobre el mundo, de hecho, lo vamos perdiendo. Entre el aumento de nuestros poderes de dominio y de control, el aumento de lo que tenemos de horizonte, de lo que tenemos disponible, de lo que hay de alcanzable y accesible, nos va orillando a una vida con mayor miedo de perder lo único que decimos tener: el control de nuestra vida. Pero en el fondo, simulamos tener una vida. Confundimos el vivir con el tratar de gestionar nuestra vida a partir del control de las cosas, aunque se trate de una vida hipotecada. Cuando la vida se reduce a coleccionar, agenciar e intencionar experiencias, la experiencia misma queda entre paréntesis. Lo que ocurre es que en este mundo simulado es imposible vivir. No vivimos, tenemos una vida que debe ser rentabilizada.

El COVID-19 nos mostró la pérdida de control. Este virus no podemos verlo, oírlo o tocarlo.  Desde esta forma de relacionarnos con el mundo que normalmente está orientado a un modo agresivo hacia el control, orientado hacer que las cosas estuvieran disponibles, ¿qué podemos hacer ante esto? Necesitamos tener una nueva relación hacia la tierra, hacia el mundo y hacía nosotros mismos. Una relación que no apunte al modo agresivo del control y el dominio. Necesitamos abrazar la incertidumbre y encontrar esa resonancia con el mundo. Cuando existe ese espacio y tiempo de resonancia, no hay cabida para el control, para el poseer y para las prisas. Es en este sentido que precisamos construir sujetos receptivos que seamos capaces de escuchar el mundo. Que seamos sensibles para poder cambiar de dirección. Resonar con el mundo es una forma de escuchar y responder, entrando a un modo interactivo, es algo abierto respecto al resultado. La resonancia es lo opuesto al dominio y al control.

Acoger esta nueva manera de relacionarnos con el mundo, es de alguna manera, desarrollar una ética de cuidado, lo que significa preservar las cosas que son valiosas, ser receptores y estar atentas y atentos de aquello que nos habla y nos interpela, pero también reaccionar e implicarnos en el mundo. Necesitamos tener presente que lo que buscamos no es un mayor control sobre la tierra, sino un modo de consonancia con el mundo.

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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Manuel Antonio Silva de la Rosa

Licenciado y Maestro en Filosofía y Ciencias Sociales; e Ingeniero en Electrónica. Se desempeña como Coordinador del Programa Universitario Ignaciano en la Ibero Puebla y es profesor de cursos vinculados con Filosofía. Entre sus líneas de investigación se encuentran la Filosofía contemporánea, y de la Educación.