Se siente como un infierno para venir para acá

  • María Clara de Greiff
Desde La Unión Guatemala, hasta las granjas de Irasburg en Vermont

Para Carlos Rodríguez

In memoriam

Don Víctor es oriundo del Departamento de Zacapa en Guatemala, de un municipio que se llama “La Unión” que está a más de cien millas de distancia de Ciudad de Guatemala, la capital. Ubicado al nororiente de la República de Guatemala, Zacapa es limítrofe con La República de Honduras. El clima allí oscila entre los dieciséis y los treinta grados centígrados todo el año. El Departamento de Zacapa se localiza en las Montañas de las Granadillas, en la Sierra del Merendón, famosa por sus mantos acuíferos y sus nacimientos de agua y manantiales. Al municipio La Unión se le conoce como “El Oasis de Oriente” por sus zonas boscosas. 

La Unión está a casi seis mil kilómetros de distancia del Northeast Kingdom de Vermont, en Irasburg, condado de Orleans. Considerable distancia esta donde hay una granja lechera con una vaca muerta en la mitad de la nada. Don Víctor trabaja setenta y dos horas a la semana y recorrió seis mil kilómetros para conquistar un sueño, que en sus propias palabras “se sintieron como un infierno para venir para acá”. Ese infierno, casi surrealista, no fue un obstáculo para que Don Victor llegara a los inclementes fríos del norte.

 

Don Victor tiene cinco años de haber cruzado la frontera de México con Guatemala por Chiapas y, posteriormente, la otra frontera al norte. Primero llegó a Philadelphia a hacer trabajo de construcción durante siete meses, y después una “raidero” lo trasladó a Derby Vermont:

“Para mí no fue fácil dejar a mi familia, fue muy triste, pero me sacó la mucha pobreza que hay en Guatemala”.

En esta ocasión Manos que Hablan hizo un recorrido por las olvidadas granjas del norte y habló con Don Víctor.

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Granja lechera en Irasburg, Vermont. Foto de María Clara de Greiff

 

-¿Qué significan para usted sus manos?

-Mis manos son mi movimiento, son mi todo para el sustento de mi familia, por ellos estoy aquí.

 

Don Victor comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos

 

- Me tardé en llegar cuarenta días. Estuvo bien difícil, pero con fé uno siempre sale pa´ delante. Es que yo en mi caso tuve que cruzar dos fronteras. Yo vine en el 2016. Uno sufre mucho para venir para acá, yo pasé por el desierto y la verdad que lo sufrí. Uno viene con dos condiciones: uno puede llegar o te puedes quedar a medio camino muerto. Es difícil con tanto caminar andar cargando comida y agua, hay veces que son días enteros de aguantar hambre. Cuando las personas que uno mismo les da dinero para que lo pasen para este lado, ellos, los coyotes van comprando la comida cuando ellos quieren. Estamos siempre a la disposición de ellos. Se siente como un infierno para poder llegar hasta aquí.

“Uno aguanta mucha hambre, días enteros de penurias, hambre y sed. Tardé más de cuarenta días sobre todo por los retenes de los narcos. A uno lo encierran porque siempre ellos pelean su clave y su territorio, mientras ellos arreglan sus asuntos. Eso da mucho miedo”.

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Granja lechera en el Northeast Kingdom, Vermont. Foto de María Clara de Greiff

 

-¿Qué es lo que más extraña usted?

-La familia, el clima, mi comida. Nosotros somos cinco hermanos, yo soy el segundo, ellos todos se dedican al campo. Allá sembramos la planta de café, maíz y frijol y también guineo.

 

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

-Por la pandemia no es igual como antes. Salíamos sin cubre bocas, era más descomplicado. Ahora a uno le da más miedo, hay que tener también el desinfectante. Pero aquí como estamos tan cerca de la frontera, de por sí no salimos a ningún lado. De la traila a la granja. Se nos va la vida en trabajo. Yo tengo turnos de doce horas todos los días y sólo descanso el jueves.

 

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Ahí en la granja, en la mitad del olvido, dónde sólo hay aire, frío y encierro. Northeast Kingdom, Vermont.

 

Para finalizar mi conversación con Don Víctor le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

-Sí. El sueño es regresar y proponerse uno a hacer su casita, con un poco de gastos que lleve uno de dinero, pues para poder comer y ya ir pasando, ese es el sueño, llevar un dinerito y poder ayudar a la familia a vivir mejor con el sustento diario que uno lo lucha para poder regresar algún día. El sueño es lograr salir adelante para poder estar con la familia de nuevo.

Don Victor en su jornada de 12 horas de trabajo, Irasburg, Vermont. Foto de Gabe Onate
 

A Don Víctor y sus manos de fe y de trabajo dedico esta columna.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

 

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire