La migración como única opción

  • María Clara de Greiff
“A mí la pobreza me sacó de mi pueblo”: Doña Gladis

Fairlee, Vermont. En el corazón del Northeast Kingdom de Vermont, en Irasburg, condado de Orleans muy al norte se encuentra una granja lechera, y otra también, ahí, insisto, olvidadas hasta del olvido, en la mitad de la nada, dónde sólo se escucha el viento helado que azota con capricho a los pobladores de la zona. Hace unos días, “Manos que Hablan” emprendió un recorrido con Keren Valenzuela, estudiante la Universidad de Dartmouth y co-fundadora del FUERZA-Farmworkers-Fund, una organización que surgió a inicios de la pandemia para apoyar a los trabajadores migrantes de las granjas lecheras del Upper Valley y con Ella Chapman de Thetford, quien por iniciativa propia y la incomodidad que le causa el  “white privilege”, imparte clases de inglés a los trabajadores de las granjas. Extraordinarias ciudadanas ambas, con un alto sentido de consciencia social y aprecio a la otredad. 

El motivo del recorrido por tan aisladas localidades, a sólo treinta kilómetros de la frontera canadiense fue para repartir cajas con ropa de invierno.

En la primera granja que visitamos hay ocho trabajadores en total de Tabasco, Veracruz, Chiapas y uno de Guatemala. Doña Gladis salió a nuestro encuentro. El inclemente frío nos embestía con furia, sobretodo porque el lugar de ubicación de esta granja es en una planicie.

Doña Gladis nos invitó a pasar a la “traila”, una casa rectangular con dos recámaras. Y todavía hay quienes creen que en este país la pobreza no se asoma, falta mirar estas “trailas” desangeladas, donde la estrechez grita. 

Granja lechera en el Northeast Kingdom, Vermont. Foto de Doña Gladis

 

Bajamos las cajas del carro y Doña Gladis compartió su historia.

“Yo soy de Las Margaritas Chiapas, que está más o menos cerca de la frontera con Guatemala. En mi familia somos ocho hermanos, tres hombres y cinco mujeres. Yo soy más pequeña. A mí la pobreza me sacó de mi pueblo, venirme hasta acá era la única opción para sacar adelante a mi familia”. 

Doña Gladis llegó a este pueblo de fantasmas, frío y vacas hace un año y seis meses. Ella nos dice:

 

-Cuando vivía en México me dedicaba a ser ama de casa y no tenía un trabajo fijo. Yo me dedicaba a la labor del campo, a la siembra de maíz, frijol, a sacar monte de la milpa. Teníamos gallinas. Así pasamos la vida ahí”.

 

 En la mitad de la nada. Granja lechera en Irasburg, Vermont. Foto de Doña Gladis

 

Comenzamos nuestra conversación con la pregunta de siempre,

 

-¿Qué significan para usted sus manos?

- Mis manos tienen mucho significado. Gracias a mis manos puedo lograr lo que quiero porque con mucho esfuerzo tengo que trabajar y que luchar, gracias a nuestras manos podemos lograr lo que queremos. ¿Cómo estaríamos sin nuestras manos? Aunque no sea mucha riqueza, pero si nos da para mantener a la familia. 

 

Las manos de Doña Gladis, dotadas de fuerza y de terneza. Irasburg, Vermont. Foto de María Clara de Greiff.

 

Doña Gladis comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Me tardé casi un mes en llegar desde Las Margaritas hasta acá. Veníamos catorce personas de las cuales cinco eran mujeres de Chiapas. Yo pasé por el desierto. La pasada no fue nada fácil, caminamos harto, más de doce horas corridas. Sólo había un coyote con nosotras. No había mucha comida ni agua. Una de mis compañeras se lastimó la mano. Llegamos a una casa todo un día y una noche y al otro día nos hicieron el levantón desde Texas hasta aquí, y fueron más de tres días en coche.

“El viaje me costó casi ocho mil dólares más los intereses que me cobraron. Y trabajé un año más de setenta y dos horas a la semana para poder pagar la deuda con los altos intereses. Apenas me estoy reponiendo para poder enviarle dinero a mis hijos. Ellos viven con mi hermana. Tengo un niño de trece años y una niña de ocho. Todo este sacrificio es por ellos. Nada más”.

 

Manos que no descansan. Doña Gladis. Irasburg, Vermont. Foto de María Clara de Greiff.

 

-¿Qué es lo que más extraña usted?

- Pues mi primer invierno fue muy difícil, cuando uno viene de un lugar donde tiene a la familia. Aquí trabajo once o doce horas diarias. Sólo es trabajo la vida aquí. Lo que más extraño es la familia, a mi papá y a la familia completa. Las convivencias familiares. Aquí la rutina es del trabajo a la casa, esta “traila” donde vivimos. No salimos por precaución, porque estamos muy cerca de la frontera y la policía siempre anda rondando. No nos podemos arriesgar. Estamos en este país sólo por un tiempo y no podemos arriesgarnos. El clima allá en mi pueblo templado.

 

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

- Aquí no hemos tenido impacto. Sólo trabajamos aquí en la granja, no salimos a ningún lado. No hay a dónde ir. Nos cuidamos mucho. Yo no convivo con nadie.

 

Para finalizar mi conversación con Doña Gladis le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

 

-Si mi sueño está allá en México, en un techo propio mío, un terrenito. Mi sueño está allá. Mi sueño es no depender de nadie y lograr todo con mis manos. Estoy aquí por mis hijos. No es fácil pero hay que seguir luchando. 

 

A las manos de Doña Gladis que se sobreponen al invierno y a la distancia, manos que hablan de la fuerza que sostiene al mundo, dedico esta columna.

 

mcdegreiff@yahoo.com.mx

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire