Discapacidad invisible

  • Rafael Reyes Ruiz
Como yo, hay 5 millones de mexicanos y mexicanas más con discapacidad auditiva

Hace un par de años, empecé a notar que tenía dificultad para escuchar bien. Al principio no le di importancia, de hecho, ni siquiera reconocía la situación como un problema. Pasaban algunos detalles que me hacían notar lo que me negaba a reconocer. Poner el volumen de la televisión muy alto, pedir que me repitieran lo que decían, y el simplemente no entender de qué hablaban pues no había escuchado.

El colmo, fue un día en que estaba en una clase de filosofía con el maestro José Abraham, que en esa ocasión el promedio de edad de los asistentes debió de ser de 60 años. Y yo, con la mitad de esa edad, era el único que no escuchaba lo que decían. Abrumado conmigo mismo por la situación, dije: estoy sordo. Toda mi vida gocé de cabal salud, el enfrentarme a esa discapacidad auditiva no solo me afectaba la escucha, también el aspecto anímico, pues ahora sabía que tendría problemas para comunicarme.

Acudí a un especialista, después de una revisión, me dice mientras se llevaba la mano al mentón: “Tiene usted un problema auditivo”. Y yo de: “¿es en serio que me estás diciendo eso?”. Es obvio que tengo un problema auditivo, por eso vengo. Después de un momento de silencio, me ordenó muchos estudios y análisis, y claro, que volviera con él al tener los resultados de todo.

Me detectaron otosclerosis, que es la calcificación de los huesos del oído medio. Esta discapacidad auditiva, por contradictorio que parezca, no mengua la audición, sino que, hace imposible de entender lo que se escucha, pues esos huesos del oído medio, son los que decodifican el sonido que se percibe, y ahora los míos ya no tenían movilidad. El doctor fue breve pero muy duro: “Es crónico, degenerativo e irreversible”. Explicó que las personas con oídos sanos, escuchan al volumen de 40 decibeles, y que en mi caso, necesitaría de 60 decibeles o más para poder entender. Me dio dos opciones: operarme lo cual sería muy riesgoso, o usar un aparato auditivo que en ese momento lo vi como un golpe duro a mi ego y vanidad.

Al salir de la segunda consulta donde me habían explicado lo que tenía y las posibles soluciones, me sentí anonadado, un tanto ido. Recuerdo que me quedé parado afuera del hospital donde estaba el consultorio al cual había ido y que fungió como tribunal donde me dieron una sentencia condenatoria con pena perpetua. No sé cuánto tiempo estuve inmóvil, los rayos del sol me tundían el rostro pero no me importó, las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos, y quizá sí salieron, pero no me di cuenta. Ahora no sólo tenía dificultad para entender lo que decían, sino que ya era consciente del problema que padecía, y como cualquier problema, el verbalizarlo resultó doloroso y hasta traumático.

Fue un calvario. La gente hablaba y yo no entendía. A personas de confianza les decía y, aún cuando todos me apoyaban hablando más fuerte, encontré burlas, risas, y hasta regaños. Aprendí a leer los labios, despistadamente acercaba mi oído a quien hablaba, captaba una palabra y deducía las ideas, le preguntaba a alguien qué habían dicho, me alejaba de conversaciones grupales, y así podría seguir con la lista de estrategias que implementaba para sobrellevar mi discapacidad auditiva.

Puedo decir que sufría. Puedo decir que nadie se daba cuenta de mi sufrimiento. La mayoría de la gente no sabía que tenía esa discapacidad, y a la mayoría de esa mayoría yo no le decía nada, quizá por pena, quizá con ignorancia, quizá por todo, quizá por nada.

Fue insostenible. Me decidí a usar el aparato auditivo.

Ufff… la vida me cambió. Nuevamente hubo lágrimas en mi rostro, ahora de felicidad, la gente hablaba y ahora sí entendía.

Según el INEGI, en México existimos más de 5 millones de personas con algún tipo de discapacidad auditiva. No es una cifra pequeña, de hecho, no es una cifra y ya. Son personas, con rostro, con nombre, con sueños, con el sufrimiento que yo viví y que no le deseo a nadie.

Cuando uno ve llegar a alguien en silla de ruedas o con ceguera, se despierta la empatía y se hace lo posible por ayudar a esa persona. Cuando alguien con discapacidad auditiva llega a algún lugar, nadie sabe que tiene una discapacidad. Literalmente, es una discapacidad invisible.

El lunes de esta semana, acudí para atender un caso del cual me pidieron ayuda, se trataba del Señor José Juan de Dios, un adulto mayor de 84 años, solo y en condiciones de extrema pobreza. Le hace falta todo. Al platicar con él, noté que no escuchaba bien, obviamente empaticé de inmediato y le hablé más fuerte. Al preguntarle qué era lo que más necesitaba, esperé que me dijera que una cama, o una estufa, quizá un refrigerador, incluso pensé que respondería que dinero, pero él respondió de inmediato y sin titubear: “un aparato auditivo”. Yo sufrí la discapacidad auditiva poco tiempo, y vaya que sufrí. Qué será de él que lleva años con ella. Qué será de las personas que no pueden pagar un especialista, y mucho menos un aparato auditivo que es costoso.

Así como don José Juan de Dios y como yo, hay 5 millones de mexicanos y mexicanas más con discapacidad auditiva. Si bien se han implementado leyes que ayudan, no son suficientes. Necesitamos una legislación al respecto que de manera integral resuelva las problemáticas que día a día sufrimos quienes padecemos esta discapacidad. Necesitamos que el gobierno por medio del sector salud, brinde estudios y aparatos de forma gratuita a las personas con discapacidad auditiva en condiciones de pobreza. Y es aquí donde les decimos a legisladores y gobernantes: no se hagan sordos.

 

Rescoldos.

Estamos haciendo una campaña para apoyar al señor José Juan de Dios, si quieres unirte, contáctame, cuando la necesidad es tan grande, no hay ayuda pequeña. Y por favor, si notas que alguien cercano a ti tiene problemas para escuchar o entender lo que se dice, trata de ser empático, solidario y brindar ayuda en lo más posible. Quitémosle lo invisible a esta discapacidad.

 

Rafael Reyes Ruiz

@RafaActivista

rafaactivista@gmail.com

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Rafael Reyes Ruiz

Activista social dedicado a brindar ayuda integral a grupos de alta vulnerabilidad. Fundador de Fundación Madai, que apoya a niños con cáncer y sus familias. Miembro de grupos y colectivos de la sociedad civil. Escritor, articulista, conferencista. Desarrollador y promotor del emprendimiento social.