Mis manos son la despensa para mi familia

  • María Clara de Greiff
Me fui para ayudar a que mi familia comiera un poco mejor

Fairlee, Vermont. A más de cinco mil kilómetros de distancia de Bradford, Vermont, está localizada la población de Yoscama, ahí casi invisible en la sierra oaxaqueña, con menos de cincuenta pobladores, condenados al olvido. La distancia, el clima y la escasez de recursos son una historia de las tantas que hay, donde el humilde pueblo, azotado por la pobreza y la falta de oportunidades se ase a la siembra del frijol y el maíz como acto de supervivencia. 

En esta ocasión “Manos que Hablan” conversó con Margarita que tiene menos de un año de haber llegado a estas tierras sajonas, donde impera la inhospitalidad del clima, la pandemia y la nostalgia eterna por el lugar de origen.

Margarita es de San Antonio del Monte Verde Teposcolula, Oaxaca. Una comunidad localizada en el corazón de la sierra. En sus propias palabras “pertenezco a la Colonia Reforma conocida también en nuestra lengua mixteca como “Yoscama”. Mi pueblo tiene menos de cincuenta habitantes. Mi colonia queda cerca del municipio, como a treinta minutos a pie. Es una de las colonias mas pequeñas del municipio con muy pocos recursos. Todos en el pueblo somos campesinos, trabajamos en la parcela para que aunque sean las tortillas y frijolitos no nos falten”. 

Margarita nos cuenta que su comunidad carece de recursos:

- En mi colonia no hay tienda, ni escuela, ni hospitales, ni clínicas para atendernos la salud. No hay a donde ir de compras, ni nada. Para poder ir a la escuela tenemos que caminar más de treinta minutos y llegar al municipio. No por calles, ni nada, es monte, terracería.

Margarita nos comenta que su familia es grande: “en mi familia somos ocho integrantes. Tengo a mis padres, cinco hermanas una de diecisiete años y las otras tres son menores de diez años. Tengo un hermanito de ocho años. Mis padres al igual que todos son campesinos y se dedican a la siembra de maíz, frijol y verduras. Todo esto es para la familia, no da la siembra para más, ya que igual los demás siembran lo mismo y es difícil vender los productos. Yo soy la mayor de mis hermanas”. 

Margarita tiene veinte años y decidió venirse a Vermont y emigrar para “poder ayudar con las despensas de la casa, y que mi familia pueda comer un poquito mejor”.

Margarita llegó hace once meses, en la plenitud de la crudeza del invierno y del brote de la pandemia. Comenzamos nuestra conversación con la pregunta de siempre:

-¿Qué significan para usted sus manos?

Mis manos son mi fuerza, ya que dependo de ellas para llevar mi sustento y el de mi familia. Por así decirlo mis manos son ahora la despensa para mi familia en Oaxaca.

Margarita en uno de sus turnos. Vermont. Foto de Marcela Ramírez

Doña Margarita comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Pues la verdad para venir para acá no me fue muy difícil ya que me vine con visa de trabajo que tramité en Monterrey.  Hice dos intentos al venirme. La primera pues no fue fácil porque en los formularios hubo muchas preguntas y no las supe contestar. Por eso no pasé la entrevista y me negaron la visa. Ya la segunda me fue mas fácil ya que por el Covid la entrevista fue escrita y se me hizo más fácil y una persona me ayudó a responder las preguntas bien.

“Mi viaje fue muy largo ya que de mi pueblo tuve que viajar a una ciudad que es a tres horas para tomar un autobús que salía a México. El boleto me salió $400, muy caro. Nunca había salido yo fuera de Oaxaca, estaba muy triste. De México tomé otro que me llevó a Monterrey y me salió en más de $1000. Una vez estando en Monterrey ahí me quedé en un hotel más de una semana ya que hubo complicaciones con los tramites de ahí. Para lograr estos trámites tuve que esperar más de ocho meses”.

-La segunda vez en Monterrey cuando ya tenía aprobada mi visa pues tomamos un largo viaje en carro con otras siete mujeres. El viaje duró mucho tiempo en carretera hasta Indiana, más de 30 horas. Sólo hacíamos paradas para ir al baño en las gasolineras y para comprar cualquier cosita de comer y así aguantar la ruta hasta llegar. 

“Trabajé tres meses ahí y después decidí alcanzar a mi esposo que estaba aquí en una granja lechera en Vermont. Él me mandó traer con una raidero y sí me daba miedo porque yo no conocía a nadie, lo que me tranquilizaba es que mi esposo sabía mi ubicación y entonces él estaba pendiente de por dónde yo venía. El viaje fue muy largo también, más de trece horas”.

-¿Qué es lo que más extraña usted?

-Pues a mi mamá y a mi papá y a mis hermanitos. También extraño el clima mucho. La razón por la cual decidí viajar para acá es para poder ayudar a mi familia un poco y así también hacer algo allá en México.  Pero ha sido muy difícil adaptarme a este frío, sobretodo en las mañanas que se siente tan recio y le duelen a uno los huesos. Allá en mi pueblo nunca sentí tanto frío.

Margarita trabaja medio tiempo en la granja y cubre a los compañeros que se enferman tomando sus turnos, pero para ayudarse hace también comida y la vende entre los compañeros de su casa y de otras casas, al respecto nos dice:

“Con la venta de comida ayudo a mi esposo con los gastos de aquí de la renta de la casa y los servicios. Con lo que nos queda extra lo enviamos enterito a mi familia y también a sus padres en Oaxaca. Vendo comida y cena todos los días. Se siente bonito que podemos comer juntos y que les gusta la comida de Oaxaca, es como estar en México. Hago las tortillas a mano y eso es lo que más les gusta. El “paisa” me consigue la harina para hacer los antojitos”.

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

El Covid si ha afectado a mi familia en mi pueblo en Oaxaca, porque ahora, aunque quisieran salir a trabajar no hay trabajo. Los recursos para el pueblo han disminuido mucho, hay muy pocos alimentos. En las clínicas que hay cerca no hay medicamentos para ser atendidos en caso de que llegaran a contagiarse de Covid. Los hospitalizados en las ciudades tienen más recursos. Pero gracias a Dios en mi familia no han tenido contagio de Covid, aunque sí de alguna otra enfermedad, pero igual ahí acostumbramos curarnos con hierbas medicinales y tés. Con eso nos vamos aliviando. Aquí en Vermont, pues yo ni sé. Nosotros de por sí no salimos a ningún lado. De la casa vamos a la granja y ya. Y nadie de nuestros compañeros se ha enfermado.

Manos que hablan del sentido de comunidad. Margarita cocinando en casa. Vermont. Foto de Marcela Ramírez.

Para finalizar mi conversación con Doña Margarita le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

-Mi mayor sueño al decir venirme para acá es primero lograr hacer una casa junto con mi esposo y un negocio pequeño en mi pueblo además ayudar a la familia en lo que pueda. Mi sueño es regresar pronto para Oaxaca para poder formar mi nueva familia junto a mi esposo.

A las manos de Margarita que con el arte de la cocina alivian la añoranza de sus paisanos en tierras muy ajenas, dedico esta columna.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire