De La Tarea que nos Toca, Callar y Emigrar

  • María Clara de Greiff
La pobreza me sacó de México

Fairlee, Vermont. El libro El País de Uno de la politóloga y periodista Denise Dresser inicia con un prólogo extraordinario y que cimbra al lector; “La tarea que nos Toca.” Un prólogo de todos los tiempos, ajeno a ser anacrónico, habla de un México que oscila entre la “triste tristeza” y entre la disparidad de los que “compran en Saks Fidth Avenue e ignoran a quienes piden limosna en los camellones a unos metros de ahí”. 

Dresser exhibe a México como el país de “paliativos y de reformas minimalistas”, pareciera éste un México de siempre apegado a los vicios y prácticas del pasado que son las de hoy, las de un México donde la “transparencia avanza, pero la opacidad persiste.” “La Tarea que nos Toca” es una mirada implacable, que escudriña cada rincón, cada esperanza traicionada, cada fisura ahogada en sangre donde en palabras de Dresser “el país siempre pierde…Los mexicanos se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir de allí. Por ellos es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor emigrar.” Y sí, en efecto este México que expone Dresser, expulsa y vomita sin piedad alguna a sus ciudadanos que se cruzan al otro lado en busca de la gran y falaz promesa del sueño americano. Ese sueño que la única certeza que promete es la esperanza del retorno al lugar de origen, el lugar de las catástrofes, de males crónicos donde los patrones enfermos están enraizados. En esta ocasión, “Manos que Hablan”, entrevistó a Don Alejandro otro de tantos, al que México ahíto de disparidad y de pobreza ha expulsado en busca de conquistar el “sueño americano”:

 

“La pobreza en la que estábamos me sacó de México. Mi mamá, mis hermanos y yo no teníamos nada, ni casa, vivíamos pagando renta, y apenas nos daba para comer. Ese fue lo que me motivó para hacer todo el papeleo para venirme a trabajar acá.”

 

 Don Alejandro es originario de Martínez de la Torre, Veracruz. Él proviene de una familia de cinco hijos y llegó a los Estados Unidos hace cuatro años y medio. La mayoría de este tiempo ha estado en una granja lechera en Vermont. Don Alejandro es soltero y no tiene hijos, pero está prácticamente a cargo de sus padres y de sus dos hermanos más chicos que están estudiando.

 

A diferencia de otros que emigran, Don Alejandro se vino con papeles. Él estuvo tres meses en Monterrey tramitando sus permisos y al respecto comenta “no fue fácil, es mucho el papeleo y el tiempo para poder conseguir los permisos y mis primos me ayudaron con todos los datos que necesitaba, era mucha la información que pedían.”

 

Iniciamos nuestra conversación con la misma pregunta de siempre:

 

-¿Qué significan para usted sus manos?

-Mis manos son los más importante que yo tengo. Sin ellas no podría hacer yo nada. Son mi motivo y herramienta para salir adelante. Mis manos son mi fuente de trabajo y la fuente de trabajo para mi familia a la que ayudo en México. Mis manos son lo que yo mas cuido.

 

Don Alejandro en la parla de ordeña. Vermont. Foto de Marcela Ramírez

 

Don Alejandro comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje…

-Mi permiso de trabajo fue para estar tres meses en La Florida en la cosecha de sandía. El trabajo estaba bastante pesado y ganaba uno poco. Trabajábamos doce horas al día todos los días, todos, toditos, de lunes a domingo. El domingo sólo trabajábamos ocho horas. Sólo nos daban media hora para comer el lunch. 

“Fueron dos meses en los que nos movían de un lugar a otro en buses, no sabíamos en qué campo íbamos a estar y vivíamos en casa-trailers, amontonados. Los campos estaban llenos de mexicanos, sobre todo gente de Veracruz. La paga era mala, porque nos hacían firmar que nos iban a pagar la hora a $12.25, pero no era cierto, sólo venía escrito así en la hoja. Yo sacaba por ochenta horas a la semana $580 dólares y además nos quitaban impuestos. No me sentía bien ahí, los patrones eran injustos. A mí me tocaba el trabajo más pesado que era el de cargador. Así que un primo mío que estaba acá en Vermont me animó a que me viniera para acá y contraté un “raidero” y dejé el huerto de sandías a los dos meses. Recuerdo que fueron más de veinte horas. Vermont está muy retirado. Si le pensamos bien, los tres meses que pasé en Monterrey tramitando mis permisos más los dos que estuve en la pisca de Sandía fueron en total cinco meses, lo que tardé en llegar hasta Vermont.”

 

Actualmente, Don Alejandro trabaja un promedio de setenta y dos horas a la semana con sólo un día de descanso en una granja lechera. Sus actividades varían entre la ordeña, atender partos de las vacas y limpiar las parlas de ordeña. El día de descanso de Don Alejandro es el sábado, pero como el mismo dice “ni se descansa tanto ese día porque hay que lavar la ropa, ir a comprar la comida para la semana y atender todos los quehaceres de la casa.”

 

-¿Qué es lo que más extraña usted?

-Desde que llegué no he vuelto a México porque mis papeles ya expiraron y se me han ido cuatro años de puro trabajo. Lo que más extraño es mi familia y pasar el tiempo con mis hermanos. Yo no me he adaptado. El frío es muy fuerte. Nunca me voy a acostumbrar. El clima de Veracruz, no he podido adaptarme a cuatro años de frío.

 

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

-Nada ha cambiado, yo sigo igual de aislado que cuando llegué, de por sí vivimos en la granja y aquí trabajamos.  Más no hacemos, no salimos más que a comprar nuestra comida para cocinar y eso es lo que llevo haciendo desde hace cuatro años que llegué.

Manos que no descansan en las granjas lecheras del Upper Valley. Foto de Marcela Ramírez

 

Para finalizar mi conversación con Don Alejandro le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

-Mi sueño americano es poder construir mi casa en mi pueblo en México y dejar de pagar renta. Ese es mi sueño, seguir echándole ganas para poder ayudar a mis hermanos en sus estudios, tener un terrenito para sembrar limón para poder completar mi sueño y ahorrar para traerme a uno de mis hermanos para que se venga a trabajar acá.

 

A las manos valerosas de Don Alejandro dedico esta columna. A sus manos de empeño que optan por construir un sueño más digno de regreso a sus terruños.

 

mcdegreiff@yahoo.com.mx

 

 

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire