Roger Bartra y AMLO: la disputa por la victoria intelectual

  • Miguel Ángel Rodríguez
El origen del insondable abismo, cavado con uñas y dientes, entre el pueblo de México y la élite

La historia es una caja de sorpresas

Octavio Paz

Roger Bartra realizó la lectura estatutaria de la Academia Mexicana de la Lengua el pasado jueves 28 de enero. Pronunció ahí un juicio sumario sobre el gobierno de AMLO y una hipótesis sobre el futuro del sistema político que considero importante, por varias razones, exponer en este artículo: “López Obrador ha perdido, creo yo, la batalla en el terreno intelectual y eso lo irrita mucho. Por ello ataca constantemente a los intelectuales críticos”. Será un libro memorable, la profundidad y elegancia de la escritura de Bartra así lo anticipan, un autor a quien he leído con fruición y admiro desde mi juventud.

Y con el poeta Constantinos Cavafis me pregunto por la amenaza, por la invasión de los bárbaros que profetiza Bartra para el próximo escenario político de México.


“– ¿Qué esperamos congregados en el foro?

Es a los bárbaros que hoy llegan.”

 

No obstante, pienso que el juicio del estudioso del exocerebro, de la relación entre el sol negro de la melancolía y la cultura española durante el Siglo de Oro, está poseído por la hybris, por la sombra de la proverbial soberbia intelectual. Me sorprende la metáfora de la batalla, como si sonaran tambores de guerra en el país, como si los enemigos, los bárbaros que votaron por Andrés Manuel López Obrador, estuviesen por destruir las instituciones del Estado Civil para retornar al Estado de Naturaleza hobbesiano.

Observo en las palabras de Roger Bartra un sentimiento de triunfalismo que me permite comprender, de súbito, el origen del insondable abismo, cavado con uñas y dientes, entre el pueblo de México y la élite intelectual –cada vez más aristocrática.

El juicio también se deja leer, con un poco de imaginación, como una dualidad contradictoria que encarna en la mítica figura del centauro: mitad animal-humano y mitad bestia. Es El príncipe de Maquiavelo, solo que en esta imagen, en lugar de la unidad polémica del pensador florentino, renacentista, la inteligencia ilustrada de Bartra se desconectó del tronco del cuerpo de México. Desde luego, la parte de la bestia corresponde a la posdemocracia populista y autoritaria de AMLO mientras que las luces y salvaguarda de la civilización democrática a “…los intelectuales críticos”. ¿Un centauro cercenado…?

A juzgar por los altos niveles de popularidad del presidente, quizá sería razonable cuestionar el juicio de Bartra. En principio vale decir que si se arroga la victoria en el terreno intelectual es porque reconoce que en la esfera política la victoria corresponde a la eficiencia en la comunicación política de Andrés Manuel López Obrador con la ciudadanía.

No está de más recordar que la encuesta semanal de Morning Consult Political Intelligence, dedicada a la investigación de mercado en 13 países del mundo occidental, encontró que, mientras en naciones como Francia, Inglaterra, España, Japón, Corea y Brasil, los niveles de aprobación de los presidentes y primeros ministros fluctúan entre 29 y 40 por ciento, el presidente Andrés Manuel López Obrador mantiene una aprobación del 65 por ciento como tendencia constante, y, por semanas, la superó durante todo el año de la crisis global 2020 y lo que va del 2021.

¿Quién perdió la batalla intelectual…? ¿Cómo saber entonces si la victoria intelectual que argumenta el antropólogo es real, de qué manera evaluarla, bajo qué criterio de verdad…?

Conviene volver los ojos a Gabriel Zaid, quien por mucho tiempo ha estudiado la relación de los intelectuales con el poder político. El autor de una interesante teoría contra la corrupción escribe que el intelectual es “…el escritor, artista o científico que opina en cosas de interés público con autoridad moral entre las elites”; esto es, el pensador que tiene algo que decir a un auditorio que le cree, que confía en sus juicios. Las obras de los intelectuales, ensayos, poesía, música, ciencia, etcétera, suelen orientar, desde siempre, el sentido común, la opinión pública y la toma de decisiones políticas. 

Gabriel Zaid recuerda, para responder a la pregunta de qué es un intelectual, el caso paradigmático del novelista Émil Zola y su famosa carta Yo acuso dirigida al presidente de Francia Félix Faure (13-01-1898) para defender con su pluma, contra todo el sistema de justicia francés, al capitán Alfred Dreyfus, condenado a cadena perpetua por un erróneo y corrompido proceso judicial que terminó en un “abominable” consejo de guerra.

El dictamen de los militares quedó inmortalizado por la valentía de Zola, quien le escribe al presidente: “Pero ¡qué mancha de cieno sobre vuestro nombre –iba a decir sobre vuestro reino– puede imprimir este abominable proceso Dreyfus! Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a absolver a Esterházy, bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará que semejante crimen social se cometió al amparo de vuestra presidencia.”

Una carta que no solo cambió el curso del proceso judicial contra Dreyfus sino el curso de la vida de Émile Zola, quien terminó en el exilio. Para Gabriel Zaid la figura del intelectual aparece vinculada a la plaza pública. Como se sabe, Zola escribió además de novelas también columnas literarias y políticas, pero el caso Dreyfus lo convirtió en la imagen del pensador que comprende que no puede, que no debe guardar silencio frente a la injusticia y los crímenes de los poderes del Estado, que es necesario mantener a raya la violencia del monstruoso Leviatán. Nace el tribunal de conciencia pública en la figura del intelectual Émile Zola.

Los intelectuales, siguiendo la narrativa del poeta católico, contribuyen con sus obras a la creación de “…tribunales de la conciencia pública donde la sociedad civil ejerce su autonomía frente a las autoridades militares, políticas, eclesiásticas y académicas.”

Esas figuras vigorosas, aliadas de la sociedad civil, pienso en Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Ricardo Flores Magón, Diego Rivera, José Revueltas, Carlos Monsiváis, Efraín Huerta, Octavio Paz, Luis Villoro, Juan Villoro, Javier Sicilia y Elena Poniatowska –para citar algunos a vuelo de pájaro–, digo, ese temple moral está ausente de las principescas aspiraciones de la mayoría de los intelectuales de nuestro tiempo.

Envidiosos de la opulencia de la nobleza meteca, algunos de ellos, no hablo del discreto Roger Bartra, se dedicaron a construir una esfera de inmunidad en espacios exclusivos y seguros, gentrificados, para vivir en vecindad con los grandes señores de la política y el capital, con los que la inteligencia crítica e independiente prefiere tratar.

La sociedad civil mexicana, cualquier interpretación da igual, la hegeliana, la marxista, la gramsciana, la de Cohen y Arato, al gusto, no hay forma de documentar una relación sistemática, por lo menos durante los últimos treinta cinco años, entre los guerreros intelectuales que imagina Bartra y la fundación de tribunales de conciencia pública. La sociedad civil se convirtió en el objeto preferido de la inspiración poética, novelesca, sociológica, económica, politológica y estadística, nada más allá.

Con muy honrosas excepciones, a la mayoría de esos intelectuales les importó un bledo la situación de enajenación y miseria creciente, menos aún se puede pensar en un contrapoder, en un poder autónomo para juzgar y limitar, con su participación, los crímenes de Estado. Y a propósito de la victoria intelectual me interrogo: ¿qué ocurre cuando los circuitos neuronales de los miembros de la sociedad civil ya no registran como verdaderos los mensajes políticos del club de lectores del canon occidental que representa la intelligentsia…?

Dudo del juicio victorioso de Bartra, porque la eficiente comunicación política de los intelectuales del antiguo régimen, cuyo acabamiento inicia con la rebelión ciudadana del 2 de julio del 2018, quedó en suspenso, perdieron buena parte de su credibilidad en la opinión pública y, lo más relevante, se esfumó el poder para administrar la aclamación y la gloria de los gobernantes en turno. Giorgio Agamben piensa que la democracia de nuestros días se encuentra “íntimamente fundada sobre la gloria, es decir, sobre la eficacia de la aclamación, multiplicada y diseminada por los media más allá de todo lo imaginable.” Ese poderío intelectual también fue abolido por el nuevo gobierno. 

Así se entiende la casi unánime reacción de los intelectuales que Bartra denomina críticos e independientes, no es que el ardor patriótico por el cuidado de los otros, por el cuidado del todo, los consuma. No, no es nada de eso, es una disposición anímica exaltada por la pérdida o disminución de prebendas, sinecuras y privilegios.

El investigador emérito de la UNAM presentó dos fragmentos de un polémico ensayo político que trata de mostrar, como ya dije, que los procesos democráticos pueden incubar en sí mismos el germen de su propia destrucción: la posdemocracia populista. Es un estudio sobre las transiciones políticas recientes en varios países del mundo, entre otros, Estados Unidos, Turquía, Venezuela y México.

El propósito del próximo libro es la construcción de una suerte de tipo ideal de transición que muestre que el camino del diablo está sembrado de buenas intenciones. El texto presentado documenta un proceso histórico de liberalización, caracterizado por la racionalización de instrumentos jurídicos e institucionales modernos, en su opinión sustanciales para la consolidación de la democracia. La historia, siempre preñada por el azar, dispuso, sin embargo, que la voluntad popular se pusiera a imaginar. Para Roger Bartra ese sueño de justicia desembocó en nacionalistas derivas autoritarias. Más o menos esa es la hipótesis-profecía que pronuncia sobre el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Con todo el respeto que merece la obra y la figura de Roger Bartra, no veo que quiera ir al fondo de la cuestión, porque su hipótesis no se ocupa de cuestionar la raíz del fenómeno social. Nunca se interroga, por ejemplo, por las causas del resentimiento y la ira populares contra el antiguo régimen bipartidista y contra la clase política tradicional.

El planteamiento de Bartra se sostiene a costa de ignorar la violenta desigualdad económica de la sociedad mexicana de las últimas tres décadas y media, la violencia física y simbólica contra amplias capas poblacionales, la aporofobia del sistema judicial, el desprecio de la crema de la intelectualidad por los trabajadores, por los indígenas y afrodescendientes (basta pensar, entre otros, en las muy desafortunadas expresiones de Jorge G. Castañeda, Christopher Domínguez Michael y Lorenzo Córdova), los normalizados fraudes electorales y la corrupción olímpica entre la clase política y el poder económico transnacional, nada de esa tragedia considera en su ensayo como negación del ser de la democracia. No puede.

Y no lo puede hacer porque negaría, al mismo tiempo, la narrativa de un tránsito que va desde la democracia hacia la deriva autoritaria, para lo cual ejecuta una forzada periodización de la historia política del país, en la que necesita caracterizar al periodo neoliberal como un proceso de modernización institucional y ruptura con el antiguo régimen. Con esa frágil premisa política el movimiento popular de AMLO sería el impulso conservador que trata de conducirnos de vuelta al régimen de partido casi único. Así puede

invocar legítimamente el retorno del PRI y el PAN, “los partidos de oposición”, al ejercicio del poder político de México.

Es cierto, no lo dice con entusiasmo, más bien con cierto desgano pesimista, como si tuviera que beber una medicina muy amarga para sanar una enfermedad mortal del alma. Ni en mis más terribles pesadillas imaginé, como lo vi en la lectura estatutaria, una escena en la que Roger Bartra convocara a la salvación del PRI y el PAN para consumar una imposible y alucinante restauración democrática de México. ¡Cosas veredes Sancho…!

El nuevo poder soberano global unifica a los partidos políticos con ideologías y credos éticos contradictorios, y hasta enemigos, en la religión del pragma: el triunfo de la razón cínica domina el mercado de lo político. Ese fue el viaje bipartidista de los Estados Unidos en el mismo lapso que nosotros lo experimentamos desde Carlos Salinas de Gortari hasta Enrique Peña Nieto y la joya de su corona: el Pacto por México. Fue la apoteosis del capitalismo salvaje y la desinhibición de la élite política y empresarial, financiera, devino en pornografía, como lo exhiben los casos de Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, Rosario Robles, exsecretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Mario Marín Torres y Rafael Moreno Valle, exgobernadores de horca y cuchillo de Puebla, César Duarte, exgobernador de Chihuahua, Fidel Herrera Beltrán y Javier Duarte, exgobernadores de Veracruz, Arturo Montiel, exgobernador del estado de México, Alonso Ancira dueño de Altos Hornos de México, Eugenio Hernández y Tomás Yarrington, exgobernadores de Tamaulipas, Carlos Romero Deschamps, exlíder del sindicato de petroleros y un largo y malhabido etcétera. Y uno se pregunta en este escenario: ¿Acaso el Pacto por México no funcionó en los hechos como partido único…?

Para Bartra la abrumadora mayoría que votó por AMLO no parece reflejar el hartazgo, el resentimiento de la ciudadanía por los excesos de un sistema que ilustra muy bien la fenomenología de la ilegalidad de los poderes públicos –pensada por Luigi Ferrajoli. No, más bien descubre una sociedad civil, gelatinosa y conservadora que quiere regresar el reloj de la historia a los tiempos del PRI, del partido único. Y, acto seguido, nos convoca a reanimar el antiguo régimen, pues el PRI y el PAN guardan reservas democráticas para el futuro de México.  

¿De verdad…?

Lo que quiero decir es que la imaginación sociológica no puede, me resisto a pensarlo, no debe quedar presa en las corrompidas y desfundamentadas redes del tradicional poder político partidista. No me refiero al arte comprometido ni a la fascista voluntad de poder de la moral sobre las artes y las ciencias, pero entiendo que en la situación actual es necesario superar el inmovilismo, casi quietismo nihilista, de los intelectuales. Y sí, escuchar las expresiones políticas de la sociedad civil organizada, pienso que en esas reservas morales sí es posible confiar como fuentes de renovación de la política nacional. No es posible imaginar en un mejor y más eficiente contrapeso a las tentaciones autoritarias de cualquier signo político.

La crisis antropológica global, de la que el sistema político mexicano es una expresión nítida, nos obliga a descubrir formas más imaginativas de habitar el mundo, más hospitalarias, esferas inmunizantes, abrigadas por ontologías y lógicas polivalentes, incluyentes y plurales. Ideas que no se encuentran ni en los programas políticos partidistas y mucho menos en la praxis de las cúpulas políticas partidistas, atadas, subordinadas como están, a las políticas e intereses de la omnidestructora verdad de la técnica.

No desestimo, de ninguna manera, las advertencias sobre la deriva autoritaria del régimen lopezobradorista que hace Bartra, también lo he pensado, pues la historia, más que una ciencia rigurosa, como escribió Octavio Paz, es una caja de sorpresas. Siendo muy franco, sin embargo, dadas las circunstancias de polarización del país, las más graves amenazas a la democracia las encuentro en los poderes fácticos, el capital transnacional y la vieja clase política, ahí el autoritarismo es una tradición secular que se expresa en una ciega e incondicional voluntad de poder. Por eso los golpes de Estado en América Latina provienen de esos mezquinos intereses, son la expresión del triunfo global de la razón cínica.

Está muy claro que para el autor de El modo de producción asiático la irrupción de la ciudadanía en las urnas fue un giro inesperado y se podría decir que hasta indeseado. Creo que Roger Bartra perdió, con la victoria popular de AMLO y la derrota provisional del neoliberalismo, la estructura simbólica en la que se apoyaba su exocerebro artificial, porque la voluntad popular viró la brújula de la historia en contra de los vientos que a él le hubieran parecido más propicios para la democracia. La interpretación que nos ofrece, a reserva de las sutilezas que conoceremos cuando el libro se publique, me conduce a pensar en la fascinante historia de la melancolía, pues, llevada al extremo, su hipótesis política solo resulta comprensible como resultado de un sentimiento de pérdida, de pesimismo por la ruta extraviada.

Y le pregunto a Bartra: ¿y si los bárbaros fueran una cierta solución?

 

“Porque se hizo la noche y los bárbaros no llegaron.

Algunos han venido de las fronteras

y contado que los bárbaros no existen.

 

¿Y qué va a ser de nosotros sin bárbaros?

Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.”

Vale la pena tener presente, para finalizar, que es en vano tratar de ponerle cercos a la historia, como la sed de infinito de Fausto pretendió hacer con el mar. Es necesario comprender, con Gottfried Herder, que frecuentemente el destino de la humanidad es azaroso, pues está bajo el dominio ciego de la diosa Fortuna y que la esencia más íntima del ser histórico es el devenir: “aceptarlo es el comienzo de la sabiduría...”

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Miguel Ángel Rodríguez

Doctor en Ciencia Política y fundador de la Maestría en Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Investigador y filósofo político. Organizador del Foro Latinoamericano de Educación Intercultural, Migración y Vida Escolar, espacio de intercambio y revisión del fenómeno migratorio.