Mi vida está allá

  • María Clara de Greiff
De las paradojas y la escasez de comida en los dos lados del muro

Fairlee, Vermont. Don Ismael llegó a Vermont, hace casi dos años. Él es oriundo del Municipio de Las Margaritas Chiapas, localizado a veinticinco kilómetros de Comitán y en la frontera con Guatemala. En esta historia que se repite, los motivos del autoexilio de la tierra que lo vio nacer, son los de siempre, los de muchos; el hambre y la pobreza.

Don Ismael es hijo de una familia numerosa de cinco hijos, tres hombres y dos mujeres. Cuando decidio irse “pal otro lado”, su esposa estaba en embarazo de su tercera hija.

En esta ocasión, “Manos que Hablan, conversó con él”. Empezamos nuestra entrevista con la pregunta de siempre.

-¿Qué significan para usted sus manos?

-Mis manos son todo, son lo que mi familia necesita de mí para vivir. Mis manos son con lo que vinimos acá trabajar. Son nuestro modo de sobrevivir.

Don Ismael comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Me tardé un mes y medio en llegar hasta acá. Yo me pasé por la frontera con Ciudad Juárez. No crucé a la primera. Éramos un grupo de diez hombres y cuatro mujeres. El viaje me costó ocho mil dólares. Todo el camino tuve mucho, mucho miedo y hambre. Uno no sabe a lo que le tira, por más historias que le cuenten a uno. Recuerdo que caminamos más de nueve horas hasta llegar a la primera barda que era muy alta y la trepamos con una escalera cuando era ya muy noche. Luego caminamos otras casi diez horas hasta Santa Teresita, El Paso Texas y ahí pasó el raidero por nosotros y llegamos a Dallas y de ahí pues yo me vine para Nueva York.


Don Ismael en las parlas de ordeña. Vermont. Foto de Gabriel Onate.

 

 

Eventualmente, don Ismael llegó por azares del destino a trabajar a una granja en el condado de Franklin al norte de Vermont, en la frontera con Canadá. Este es uno de los condados con mayor cantidad de granjas lecheras y también de migrantes. El condado de Franklin, a diferencia del condado de Addison en el centro de Vermont, a partir del 2016 y bajo la presidencia de Trump, ha estado fuertemente custodiado por  ICE por sus siglas en inglés -U.S Immigration and Customs Enforcement- o la policía migratoria y de aduanas fronteriza. Los migrantes que trabajan en las granjas lecheras del norte, lidian con los fríos lacerantes del largo invierno, la ansiedad, el miedo y la escasez de alimentos. Al respecto Don Ismael nos cuenta:

 

“En esta granja había cinco mil vacas y ochenta máquinas de ordeña. Nosotros vivíamos en un segundo piso, aglomerados, éramos quince trabajadores migrantes viviendo ahí. No teníamos acceso a ir por la comida ni nada, porque por esa zona no hay nada cerca y nadie tenía carro ni podíamos transportarnos. Trabajábamos hay veces más de setenta y dos horas a la semana. La situación era estresante. El trabajo era muy pesado. La vida era del cuarto al trabajo. El trabajo era muy pesado y el patrón pagaba muy poco. Estábamos muy marginados, no salíamos de la granja para nada, no había tiendas cerca para conseguir comida y rondaba la migra. El patrón nos llevaba la comida regularmente y a veces cuando ordenábamos hamburguesas, como para cambiarle un poco al menú, pagábamos por que nos las llevaran a la granja $190 dólares por tres hamburguesas. Las condiciones de trabajo ahí eran muy malas. El patrón pagaba muy poco.”

 

Una gran paradoja esta. Pues casi un 70% de la producción de la industria lechera de las granjas de Vermont se sostiene de manos de migrantes. En otras palabras, esta incesante mano de obra pone en nuestras mesas y en las de sus familias en México y Centroamérica el sustento de cada día, y ellos, se exponen a la escasez de alimentos también en este lado del muro.

Al año y cuatro meses, Don Ismael pudo encontrar trabajo en otra granja en el Upper Valley y en sus propias palabras “en esta granja con la bendición de Dios me siento tranquilo.”

Don Ismael en su jornada de trabajo en las parlas de ordeña. Vermont. Foto de Gabriel Onate

 

“Manos que Hablan” continuó con la entrevista…..

-¿Qué es lo que más extraña usted?

-A mi papá, a mi mamá a mi esposa y a mis hijos, a mi hijita a la que no conozco.

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

-De por sí no salimos, estamos aislados. Yo no siento el cambio.

Para finalizar mi conversación con Don Ismael le pregunté si creía en el sueño americano a lo que  respondió:

-Pues lo que yo entiendo que el sueño americano es trabajar mucho y ahorrar para mandarle todo a la familia, y planear en unos años definitivamente regresarme allá con ellos. Esa es mi ilusión. En mi tierra está mi vida. Así tenga mucho o más bien poco, mi vida está allá.

 

A Don Ismael y a sus manos que no desisten, que no cesan de proveer, que no se rinden, deico esta columna.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

 

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire