El sueño americano existe, hay que aprovechar

  • María Clara de Greiff
El sueño americano y como dice la canción: México lindo y querido… Vivo aquí por necesidad

Fairlee, Vermont. La joven poeta norteamericana Amanda Gorman, invitada a la investidura de Joe Biden el pasado 20 de enero, leyó el poema “The Hill We Climb” -La Colina que Subimos- y con éste, abrió entre otros, un espacio sagrado de esperanza para que la poesía reconquistara el lugar que ha merecido. En otro de sus poemas, Armodura, escribiría:

 

Si la poesía es hacer de la mirada un mundo,

ser poeta es hacer belleza de la herida

 

Ojalá. En una traducción no oficial de “The Hill We Climb” que encontré de la escritora nicaragüense Gioconda Bella, hay fragmentos valiosísimos y si bien este no es un poema a la migración, ilustra magistralmente la resiliencia:

 

El día llega cuando nos preguntamos

¿Dónde encontraremos la luz en medio de esta sombra interminable?

La pérdida que acarreamos. El mar que vadeamos.

Escapamos de la entraña de la fiera.

 

 Y es que los que emigran, los que se van, los que se aventuran a dejar su terruño, su hogar, sus seres amados, de alguna forma “escapan de la entraña de la fiera”, esa entraña que es la pobreza, la inseguridad, el hambre que actúa como una feroz patada que los expulsa de su lugar de origen.

En esta ocasión “Manos que Hablan” conversó con Don Miguel, “el paisa”, originario de Tlalixtlipa, Puebla, un hombre que se ufana de su cultura y de su lugar de procedencia, de la riqueza de su tierra, -estoy orgulloso de Puebla, de su cerámica, de su mole, de sus dulces-, dice. Y es que precisamente “el paisa” es un mercado ambulante, que trae una feria de sinestesias, de colores, de sabores y añoranzas a las granjas del Upper Valley. Pero más que la diversidad de sus productos, trae también a las mesas de las granjas lecheras el sabor de la cultura, la nostalgia, el sentido de comunidad, la sed de no olvidar de dónde se procede, trae el recuerdo.

Cada quince días, “el paisa” hace recorridos por casi las granjas lecheras repletas de comunidades de migrantes y reparte, pan, nopales, queso Oaxaca, queso Cotija, tomatillos, masa para tortilla, chicharrón prensado, cecina, carne enchilada, tostadas, cueritos. “Me gusta conocer gente” dice, mientras abre la cajuela de su camioneta, maltratada por el lodo, la sal y la nieve de las carreteras de terracería de Vermont.

 

Casa de los trabajadores de una granja lechera en Vermont. Foto Marcela Ramírez

 

Iniciamos nuestra conversación con “el paisa” con la pregunta de siempre.

-¿Qué significan para usted sus manos?

-Para mí son el sustento, el trabajo, la forma de sobrevivir, de dar cuidado, de proveer. Las manos son la salud.

-Don Miguel comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Yo pasé el Río Bravo en 1983, tenía sólo dieciseis años. Me costó cuatrocientos dólares. Recuerdo que me agarraron la primera vez y pasé hasta a la segunda. Yo me había propuesto venirme a trabajar por dos años y regresar. Mis padres no tenían recursos para pagar mis estudios.  Nos dedicábamos de lleno al campo, los meses de junio y julio a la siembra y en septiembre el campo nos daba toda su cosecha.  Pero éramos una familia numerosa. Yo tengo ocho hermanos. No les alcanzaba a mis padres. Me vine con mi tío. Pasé hambre en el trayecto. Son recuerdos muy duros. “Llegué con un grupo muy grande de gente, no recuerdo cuántos éramos. Estuve primero en Houston trabajando en el Astrodome, y luego me vine a Nueva York a trabajar en un restaurante, muchas horas. En aquel entonces ganaba como doscientos setenta dólares por semana, que era mucho, pero no rendían para vivir aquí y mandar a México. Luego me fui a Massachusetts y después a Hanover donde trabajé en un restaurante chino casi diez años. En el año 2000, gracias a Dios saqué mi ciudadanía y eso me cambió la vida para sentirme más seguro y poder viajar a México ver a mi familia. Posteriormente, me instalé de un todo en el Upper Valley. Es un lugar tan lindo. Desde que vivo aquí me di cuenta de la dificultad que es encontrar los productos de la comida mexicana, algo como un simple tomatillo y por eso me dedico a distribuir los productos mexicanos. Me surto en Nueva York, de ahí exportan todos los productos de buena calidad.”

-¿Qué es lo que más extraña?

-Mi cultura, mis padres. Por lo menos allá hay amigos y habrá quien nos lleve flores cuando nos muramos. Extraño mis orígenes.

 

Vermont. La camioneta de Don Miguel y su mercado ambulante. Foto de Marcela Ramírez

 

-¿Cómo cambió su rutina con el coronavirus?

-Cambió en el aspecto en que tengo que hacer todo con mucha precaución, poner más atención en manejar bien los productos, en tener siempre el tapabocas, cambiarme los guantes. Uno sabe el riesgo, pero es complicado porque para sobrevivir hay que salir y ganarse la vida, y nos arriesgamos, pero cuando tenemos familia no hay opción más que tomar el riesgo para seguir viviendo.

 

Vermont. Productos que ofrece “El paisa” en sus recorridos por las granjas. Foto Marcela Ramírez.

 

Para finalizar mi conversación con Don Miguel le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

-El sueño americano para mí es como dice la canción “México lindo y querido si muero lejos de ti, que digan que estoy dooooormidoooo y que me traigan aquí, que digan que estoy dooormidooo y que me traigan aquí, México lindo y querido si muero leeeeejoooos de tiiii.” El sueño americano existe para el que lo pueda aprovechar. Es un sueño con oportunidades. Yo fui criado en una familia donde nos enseñaron que donde se quiera y se tenga determinación se puede crecer. Desafortunadamente por nuestros gobiernos, nos vemos en la necesidad de irnos. Uno no quiere emigrar, pero el gobierno crea esa necesidad.

“Estados Unidos no fuera grande sin nosotros, somos una fuerza de trabajo que no descansamos para que la familia mejore. Nosotros que estamos acá sabemos lo que cuesta la vida acá. Hay gente que dice pues “es que ganan en dólares” pero aquí no alcanza el dinero para vivir. Esa es la verdad porque la vida cuesta también en dólares. Yo estoy orgulloso de tener mis dos banderas, yo quiero a mi país, pero vivo aquí por necesidad. No por decisión propia.”

Al Don Miguel “el paisa”, a sus manos generosas, que traen el calor de los recuerdos y la añoranza a las mesas de las granjas lecheras del Upper Valley, a su mercado sobre ruedas que transita estas tierras del norte de climas inhóspitos, dedico esta columna.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

 

 

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire