La tragedia de la democracia

  • Oscar Gómez Cruz
Con la democracia directa quienes aspiran a un cargo por elección, lucran con la pobreza

Desde niños en la escuela (hoy en todo medio de comunicación o red social), escuchamos de la democracia. Se nos enseña que es un sistema de organización social y de gobierno, en el que la voluntad de la mayoría es la que prevalece en cualquier decisión, y por supuesto, al momento de elegir quién gobernará a un grupo social. 

Demos - pueblo, kratos - poder. El poder del pueblo, provee de acuerdo a la teoría llevada y traída, pisada y arrastrada, igualdad a todos los miembros de una sociedad al momento de tomar decisiones, y sobre todo, cuando se trata de definir en elecciones abiertas, qué fuerza política o persona conducirá el rumbo del gobierno, y con ello, el manejo del poder, del presupuesto y la política.

Se escucha muy bien, pero la democracia en sus orígenes tenía una conceptualización diferente. El voto se reservaba solo a la aristocracia, a los nobles y aquellos militares que, por sus proezas y conquistas, habían logrado acumular grandes riquezas y poder.

El voto se llevaba a cabo en el Senado, el cual solo estaba integrado por personas de las clases sociales ya citadas, con cargos hereditarios. Así se participaba en las grandes decisiones y negocios que el poder trae consigo.

La democracia directa, como la que tenemos en nuestro país, nada tiene que ver con lo comentado. 

México es una república, democrática, representativa, federal, en la que 32 estados firman un pacto federal y forman lo que se conoce como los Estados Unidos Mexicanos. 

Bien, todo eso suena muy bonito, pero la democracia directa en nuestro país, con los altos índices de pobreza y pobreza extrema; los altos índices de analfabetismo y deserción escolar; la deficiente calidad de muchos de los maestros, debido a una estructura politizada y corrompida en los dichosos sindicatos, que hemos conocido con diferentes siglas; así como la falta de oportunidades de empleo bien remunerado, entre muchas otras causas de fondo, han propiciado que quienes aspiran a un cargo por elección popular, lucren descaradamente con la pobreza. 

Utilizan a los pobres y sus necesidades, su esperanza y miedo, para que discursos populistas, vacíos de soluciones reales, pero llenos de ideales y de promesas de justicia social, ayuden a crear adeptos, simpatizantes y hasta fanáticos.

La democracia en un entorno de tanta pobreza se torna ofensiva, grotesca. 

Porque por otro lado, no ganan los mejores sino los más populares. Y esto último se logra por participar en diferentes entornos, que nada tienen que ver con el tener conocimiento o preparación para atender asuntos de Estado, gobierno, políticas públicas, administración pública, finanzas y presupuestos.

Una democracia debe estar representada por todas las manifestaciones, creencias, profesiones e ideologías. La diversidad enriquece el debate y el debate en teoría eleva la calidad de la política.

Por desgracia, eso no es algo que hayamos visto de manera sistemática en nuestro país.

Sin duda alguna, un futbolista, artista, luchador, músico, actor, o deportista, tiene mucho que aportar al país y su opinión es tan válida como la de cualquiera. Lo cierto es que, no necesariamente tiene preparación formal para atender lo que la tarea de Estado implica. La popularidad impulsa, pero el conocimiento no da.

Soy enfático en que toda persona tiene el derecho de votar y ser votado, pero eso de ninguna manera asegura que los mejores hombres y mujeres lleguen a dirigirnos; muy por el contrario, vemos que en México se busca a estos personajes, dada la mala, por no decir pésima imagen que tienen aquellos que se han dedicado de lleno a la política.

En virtud de que se busca atraer el voto popular, que no significa que sea informado, se invita a personas de la "farándula" o a deportistas conocidos, para capitalizar su fama, buena aceptación y popularidad, dado que los "negativos" de los de siempre están más altos que nunca.

Una de las enormes fallas de la democracia, es precisamente el hecho de que no llegan los y las mejores, si no los más populares. Mientras nuestras administraciones públicas no estén formadas con personas bien preparadas, con seguridad en sus empleos y recibiendo salarios acordes a su preparación, estaremos por siempre en manos de improvisados que, en muchas de las ocasiones, se suben a un ladrillito y se vuelven locos con el poder.

Pero bien dice el dicho, cada pueblo tiene el gobierno que se merece.

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Oscar Gómez Cruz

Maestro en Asuntos Internacionales de Negocios Universidad de Columbia. Maestro en Administración Pública INAP. Egresado de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. Es presidente de 2TRES15