Clasismo ortográfico

  • Rafael Reyes Ruiz
Cuando el acceso a la educación sea universal podremos exigir buena ortografía a todos

En México, según el INEGI, el 82 % de las personas entre 25 y 64 años, no tiene una licenciatura. Según el mismo Instituto, los habitantes tenemos 9.1 grados de escolaridad en promedio, es decir, la mayoría no terminó el bachillerato. Estos datos no los digo yo, los dice el INEGI en su encuesta intercensal 2015 (la más reciente que habla sobre el tema).

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice en su definición de clasismo lo siguiente: “Actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo”. Tomando esta acepción, podemos saber que el clasismo puede darse en todos las índoles. Y si bien, últimamente se ha escuchado un reproche sobre el clasismo que abunda en cuestión social y económico, no solo es en ese aspecto, podría ser en cualquier área que determine un tipo de clase, incluido claro está, el académico.

Platico de mi amigo Ignacio; él pertenece a una comunidad indígena que está dentro del municipio de Puebla. Ignacio nació en un contexto de extrema pobreza, desde muy niño tuvo que trabajar, tanto en el campo como en la albañilería, por ello apenas terminó la primaria; situación que también vivieron sus padres y los padres de ellos. Ya ni mencionar que el buen Ignacio está en esa estadística del INEGI que enumera a quienes no tienen licenciatura, más allá de eso, en su casa nunca hubo libros, ¿cómo podría haberlos? En la comunidad que nació, creció y ha vivido, no hay una biblioteca pública. ¿Alguien podría exigirle a este hombre que tenga buena ortografía?

La ortografía es un sistema complejo, que requiere conocimiento, estudio y práctica. A quienes no tuvieron la oportunidad de tener acceso a ese conocimiento, estudio y práctica —como mi amigo Ignacio— nadie puede exigirles buena ortografía. Y si una persona pertenece a la clase que sí tuvo ese acceso y se las exige, o bien, simplemente los ve de forma peyorativa por no tenerla, eso es clasismo; ser de una clase, en este caso académica, superior y ver de forma discriminatoria a los inferiores en conocimiento.

En este sentido, si una persona que tuvo acceso a estudios, digamos universitarios, corrige en un error ortográfico a otra persona que igual tiene su mismo grado universitario, es decir, son de la misma “clase académica”, no es clasismo, pues el clasismo no se da entre iguales. Podría ser falta de respeto o burla, pero no clasismo. Exigir a la personas que dirigen la Secretaría de Educación Pública buena ortografía no es clasismo, es algo básico por el puesto que ocupa, los estudios que ostenta y la labor que debe realizar.

Como lingüista y escritor, claro que estoy a favor de la buena ortografía, pues sin duda ella abona a la claridad de la lengua escrita, pero es un hecho innegable que el nivel académico, en su mayoría, está directamente relacionado al nivel socioeconómico que se tiene, dejando así, a las personas de alta vulnerabilidad con escasas posibilidades de tener un buen nivel académico.

Quienes insisten en hacer mella de la mala ortografía de otra persona sin ver el contexto y las circunstancias que la originan, suelen ser quienes se creen intelectualmente superiores, sintiéndose en un status quo de la escritura que los asume con el derecho de soslayar a quienes ven como inferiores.

No hago una oda a la ignorancia o mediocridad, muy al contrario, exhorto a que, como sociedad, trabajemos por disminuir cada vez más la brecha que existe en educación, que generemos oportunidades para que todos y todas tengan acceso a estudiar si así lo quieren. Solamente cuando el acceso a la educación sea igualitario para todos y todas podremos exigir buena ortografía a quien sea sin caer en clasismo; trabajemos para que así sea.

 

Rescoldos.

Los que se creen intelectualmente superiores por “escribir bien”…

¿No han leído a Saramago?

 

Rafael Reyes Ruiz

@RafaActivista

rafaactivista@gmail.com

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Rafael Reyes Ruiz

Activista social dedicado a brindar ayuda integral a grupos de alta vulnerabilidad. Fundador de Fundación Madai, que apoya a niños con cáncer y sus familias. Miembro de grupos y colectivos de la sociedad civil. Escritor, articulista, conferencista. Desarrollador y promotor del emprendimiento social.