Emigración significa éxodo….

  • María Clara de Greiff
Uno no está acá porque quiere, la necesidad lo hace a uno moverse

Fairlee, Vermont.  El poema  Sobre la denominación de emigrantes del escritor Bertolt Brecht,  habla del verdadero significado de la migración; un éxodo, un destierro y dice:

Siempre me pareció falso el nombre que nos han dado:
emigrantes.
Pero emigración significa éxodo.
Y nosotros no hemos salido voluntariamente eligiendo otro país.
No inmigramos a otro país para en él establecernos, mejor si es para siempre.
Nosotros hemos huido.
Expulsados somos, desterrados.
Y no es hogar, es exilio el país que nos acoge.
Inquietos estamos, si podemos junto a las fronteras, esperando el día
de la vuelta, a cada recién llegado, febriles, preguntando, no
olvidando nada, a nada renunciando, no perdonando nada de lo que
ocurrió, no perdonando.
¡Ah, no nos engaña la quietud del Sund!
Llegan gritos hasta nuestros refugios.
Nosotros mismos casi somos como rumores de crímenes que pasaron la frontera.
Cada uno de los que vamos con los zapatos rotos entre la multitud la
ignominia mostramos que hoy mancha a nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros se quedará aquí.
La última palabra aún no ha sido dicha.

 

Este poema me resuena con las historias de los migrantes globales, los de todos los tiempos, los que han sido desplazados de sus tierras de origen sin piedad alguna. En esta ocasión “Manos que hablan” conversó con Don Marcos. Él es originario de Margaritas, Chiapas, a una hora y media de Tuxtla, que en sus propias palabras, describe su huida y sus muchos éxodos hasta lograr asentarse en una granja lechera en Vermont, en donde ha estado trabajando cuatro años: “la necesidad estaba dura y por eso me vine hace ya más de cinco años. Los hijos lo mueven a uno para moverse. Tengo ya cinco años y medio acá” dice.

Iniciamos nuestra conversación con la pregunta de siempre:

-¿Qué significan para usted sus manos?

--Son una parte muy importante. Ahorita significan lo esencial para mí, para trabajar, para sustentar a la familia. La familia es lo que más importa y gracias a mis manos mi familia está bien. No sé qué haría sin ellas.

A picture containing person, indoor

Description automatically generated

Don Marcos alimentando a un becerro. Foto de Marcela Ramírez. Vermont.

Don Marcos comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

--Cuando yo salí de allá de mi pueblo me vine con veinte personas y nos juntamos todos en Reynosa, Tamaulipas y en total éramos treinta y siete. Pasamos por el río y luego puro desierto, caminamos mucho. Más de siete días. Había dos guías y nos formamos en grupos. No todos llegamos. Hubo gente que se rindió. Sólo había una muchacha con nosotros.

“Hay momentos en los que uno se quiere arrepentir. Dejar a la familia y a los hijos no es fácil. Uno piensa por momentos en regresar, en darse la vuelta, pero no. El camino ya está trazado. El viaje en aquel tiempo me costó más de cuatro mil dólares. Al llegar a cruzar el alambrado nos esperaba otro contacto y nos subimos a la camioneta van. Nos metimos todos amontonados. Ni respirábamos yo creo de la angustia y del cansancio. Luego nos llevaron a una casa a donde nos dieron de comer, nos dieron agua, pero no salíamos. Luego nos movilizaron de nuevo y llegamos hasta California y ahí cada quien agarró su rumbo. Ahí en California yo estuve en la pizca de blueberry. Después mi cuñado se enteró que yo estaba hasta allá y fue por mí y me trajo a Boston, en Massachusetts. Ahí estuve en un rancho con vacas trabajando todos los días sólo con dos horas de descanso para el lunch. Era demasiado trabajo, uno se hartaba. Todos los días. Todos. Yo me aburrí. Ahí trabajé sin descanso seis meses. Entonces investigué de un trabajo en Nueva Hampshire que era un rancho de gallinas ponedoras de huevos y me vine para ese rancho. Tuvimos problemas porque un compañero tuvo un accidente en el carro y estaba manejando tomado. Entró migración a buscarlo a la casa donde estábamos viviendo y salimos de ahí a buscar a dónde irnos. En ese rancho estuve un año y cuatro meses. Nos sacó el miedo de que la migra volviera a entrar. Hasta que pude venirme a esta granja lechera en Vermont en la que ya llevo trabajando cuatro años. Aquí estoy más contento.”

Don Marcos en la estación de ordeña. Foto de Maricela Ramírez. Vermont

 

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

--No, nada ha cambiado, nosotros vivimos y trabajamos en la granja. No salimos de por sí. Aislados hemos estado desde que llegamos. Así que no siento la diferencia. Yo trabajo igual que siempre casi setenta y cuatro horas por semana. No hay tiempo de pensar en el virus. 

-¿Qué es lo que más extraña?

--Mi esposa, la familia y los hijos. No verlos crecer.

Para finalizar mi conversación con Don Marcos le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

--Ahorita lo estoy viviendo. Uno no está acá porque quiere. Uno está acá por la necesidad. Uno no se viene para acá porque quiere conocer o visitar. Uno quiere estar con la familia. No es que yo quiera una vida muy cómoda, pero si quiero poderle dar a mi familia lo necesario para que no sufra. Mi sueño es tener un negocito, algo que sea mío para que yo pueda seguir manteniendo a mi familia, ayudando a mis padres. Ese es el sueño que uno tiene. Me imagino que al menos para los que estamos acá en esta granja ese es el sueño común.

 

A Don Marcos y a sus manos que proveen el sustento dedico esta columna. A sus manos que generan provisión sin descanso.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

Opinion para Interiores: 

Anteriores

María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire