El monumento receptor de la demanda social (1/4)

  • Elvia de la Barquera
La indiferencia del estado colocó a los monumentos como receptores del descontento

En la Ciudad de México, el mes pasado fue retirada la escultura de Cristóbal Colón perteneciente a un monumento ubicado en una glorieta de la Avenida de la Reforma, hecho que ha despertado múltiples opiniones, reacciones y especulaciones. En nuestro país se han dado muchos casos de destrucción de escultura pública por descontento social, lo cual no es justificación, pero sí un aliciente para analizar y escudriñar en nuestra historia.

La escultura pública, como elemento artístico y como aportación cultural que es, forma parte del patrimonio y conforma el bagaje de posibilidades de descripción activa de una sociedad. La escultura pública es parte sustancial del espacio público y complementa todo el conjunto de elementos que le rodean. Una peculiaridad es la escala, misma que varía de lugar, de momento, de intensión y de propuesta; pero una constante cuando se aplica la escala monumental es para monumentalizar el espacio de emplazamiento, significándole y señalizándole;[i] aunque es común la confusión de escala monumental con lo “grandote”, sobretodo cuando hay un vacío estético.

Por otra parte, sólo podremos percibir el espacio, sobretodo en la ciudad, en tanto los objetos que se inserten en él, sin soportes materiales el espacio carece de estructura perceptible, estos objetos desarrollan una relación entre sí: solidez, transparencia, densidad, contraposiciones, masa, vacíos. En cuanto al uso que se le dé, el espacio público es importante para la sociedad porque es donde se realizan los intercambios sociales, económicos; donde toman forma las manifestaciones políticas; donde se desahoga la sociedad casi en el anonimato, y donde se implantan las luchas de poder de una manera abierta y (más o menos) equitativa.

El hecho histórico, por su parte, está determinado por el momento, el tiempo. El tiempo se propone transversal, ya que va presionando hacia una continua modificación del espacio, lo que depende de intereses gubernamentales, del discurso en boga, pero también de las demandas y de la presión que la sociedad ejerza. Por ello,  analizar el fenómeno escultórico requiere de la interacción entre espacio y tiempo, ya que ambos elementos necesitan de su propio ordenamiento, estructuración y dimensionalidad. Por su parte el monumento en sí encierra un significado de poder, de gobierno, de control, pero también le pueden distinguir contenidos simbólicos que le enlace con la sociedad, con lo que se establece una relación identitaria.

Así, hay tres momentos fundamentales en la escultura pública en tanto el tema que nos ocupa: en primer lugar el hecho histórico que justifica la fabricación de tal monumento; en segundo lugar el hecho artístico, el contexto en que es elaborado, el artista y la aportación estética del momento, y en tercer lugar, el hecho político, el devenir de la sociedad y sus reclamos, el contexto en el que la escultura o monumento se convierte en objetivo de destrucción.

 

ANTECEDENTES PREHISPÁNICOS

Nuestra afamada cultura olmeca ha sido reconocida por sus colosales cabezas talladas en piedra que registran en sus formas una singular fisonomía de la elite gobernante, al parecer de los arqueólogos. Lo que es indiscutible es la calidad estética y de representación. Algunas de estas cabezas y altares fueron violentadas en su momento (650-400a.C.), pues se hallaron despostillados, rotos, lo que indica un evidente descontento social hacia sus gobernantes. El monumento, en este caso, plantea una realidad social y política del momento, y nos hablan desde su destrucción manifiesta.

Otro ejemplo lo tenemos al sur de la Gran Pirámide de Cholula, donde se ubica el Patio de los Altares. Recientes investigaciones han evidenciado que si bien se trató de un espacio público donde se concentraba el poder cívico y religioso, también fue un espacio donde se congregaba el pueblo, donde los altares labrados en piedra mármol de Tepeaca (sin concluir) fueron violentados, golpeados y fracturados en revuelta popular, ostentando la inconformidad social ante sus autoridades, lo que significó una merma de poder y un cambio de periodo histórico y político, como eco del colapso teotihuacano (600-700d.C.).[ii]

 

[i] Valverdú, Jaume R.: “L’Escala de l’Escultura en l’Espai Públic”, manuscrit Universitat de Barcelona, 2005.

[ii] Plunket, Patricia: “El Patio de los Altares en la Gran Pirámide de Cholula. La violenta destrucción de los iconos”, en Arqueología Mexicana: Cholula la ciudad sagrada, vol XX, núm 115, 2012, pp. 42-47.

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Elvia de la Barquera

Egresada de Antropología UDLAP, Bellas Artes Universidad de Barcelona y Doctorada en Espacio Público: Arte-Sociedad UB. Artista, investigadora, docente y Crítica de Arte con publicaciones varias