Cómo Trump seguirá gobernando

  • Arturo Romero Contreras
Trump seguirá gobernando mucho tiempo por medio de sus fieles representantes

El siglo XX estuvo marcado por la Guerra Fría, pelea entre comunismo y capitalismo. El centro de la discusión fue la propiedad privada y la relación entre sociedad, mercado y Estado. Tras la derrota de comunismo y la teatral caída del Muro de Berlín, la historia tomó una pausa. No es que el tiempo dejara de pasar. Fukuyama tenía toda la razón al señalar que, a partir de 1989, la democracia liberal se convertía en la ideología dominante y sin rival a nivel planetario. No dijo democracia liberal capitalista porque este último ya sobraba. Tenía sentido hablar de capitalismo de cara a una alternativa. Las crisis económicas de las últimas décadas volvieron a traer el nombre de Marx a las revistas mainstream y el nombre capitalismo volvió a ser discutido. Pero el horizonte ya no era la puesta en cuestión de éste como modo de estructuración de la sociedad. Piketty escribió su Capital para el siglo XXI, el cual ofrecía en el terreno de las cifras una confirmación sobre la acumulación mundial de capital. Fueron los tiempos de gritar contra el 1%. Pero sin ninguna alternativa.

El orden mundial fraguado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y coronado en 1989 tuvo su final en 2016, cuando Trump venció a Clinton en las urnas. Su triunfo significó solamente la confirmación de que el desprestigio de la derecha y de ideas nacionalistas y chovinistas en las naciones occidentales surgido de la Segunda Guerra Mundial había acabado. Acababa el orden mundial vigente hecho en torno del juego de la democracia representativa, la ciencia, la agenda liberal y el libre mercado (con el Estado dispuesto a salvarlo cuando fuese necesario). Pero la agenda de Trump no era su agenda, sino también la de la mitad de la población estadounidense. El enfrentamiento entre Biden y Trump es el índice de las fuerzas que constituirán el paisaje político internacional: ultraderecha contra liberalismo-conservador. La pelea entre capitalismo y comunismo será ahora pugna entre derecha nacionalista capitalista (anticientífica y usualmente hostil al cambio climático) y liberalismo democrático capitalista (que reivindica a la ciencia como elemento de progreso y sobre todo de cara al cambio climático). Esto significa una siguiente derrota del comunismo. Bernie Sanders fue visto como un “radical de izquierda”, mote que hubiera causado la risa de los comunistas en el siglo XIX y XX.

Trump ha dejado su huella. Ha reivindicado el derecho de lo que tenía lugar en el mundo liberal. En el terreno público es posible pronunciarse sin sentir vergüenza contra la ciencia: negar el cambio climático, el conocimiento sobre el coronavirus, el funcionamiento de las vacunas. Su “franqueza” políticamente incorrecta reivindicó el discurso sexista, racista y xenófobo en general. Finalmente, legitimó las llamadas milicias americanas, pequeñas pandillas armadas de derecha dispuestas a secuestrar políticos, amedrentar adversarios políticos y usar la violencia contra grupos sociales determinados como latinos y afroamericanos. Eso es lo que se votó en 2016, la renormalización de lo impronunciable.

En el terreno de las instituciones, Trump llevó la judicialización de la política un paso más lejos: hacia el terreno del litigio privado. No solamente operó en el gobierno con sus abogados privados, sino que siguió con la tarea republicana de partidizar las cortes. Es el presidente que más jueces ha colocado en la historia de E.E.U.U., desde el nivel local hasta la Suprema Corte: 220. Y en esta última tiene asegurada una mayoría absoluta sobre los demócratas. Eso significa la partidización de todo el Estado y un paso contra la separación de poderes. Demostró la impotencia (o alianza) del fisco contra los grandes millonarios. Su pelea contra los magnates tecnológicos que no pagaban impuestos, como Bezos, de Amazon o Zuckerberg, de Facebook no operaban de manera diferente a él. Empoderó no a una clase social golpeada, sino su resentimiento. Pues su interés no fue nunca de clase, sino fundamentalmente nacionalista: clases desfavorecidas, pero blancas y, entre ellas, hombres por sobre las mujeres.

Trump seguirá gobernando durante mucho tiempo por medio de los senadores y representantes que han demostrado ser fieles al líder y no al partido, no se diga ya a las instituciones donde operan. El partido republicano se convirtió en un grupo de mercenarios dispuestos a avalar las ideas más violentas y regresivas de Trump. Eso no cambiará. Más bien se extenderá también al partido demócrata, siempre más discreto, pero al servicio de grandes empresas privadas y dispuesto a dar espacio a su lobby. Trump es el vástago de los demócratas, la bestia salida de sus errores y omisiones. Biden fue visto como el candidato más neutral entre los demócratas, el único que podría vencer a Trump. Eso significa: el único que no ofrecía cambiar nada, excepto a Trump y que no ofrecía otra cosa que retorno al mundo que creó a Trump.

No tiene sentido decir que Trump y Biden son lo mismo. Decirlo significa no entender nada de la dinámica que a partir de ahora veremos. Un país no se define solamente por quién lo gobierna, sino por el conjunto de fuerzas que lo componen. El mercado, las cortes, la sociedad organizada, los medios de comunicación, el gobierno, las cámaras. Lo mismo debemos hacer cuando analicemos el papel de E.E.U.U. en materia internacional. Biden intentará hacer las paces de nuevo con la Unión Europea, con la ONU, con la OMS, intentará rescatar el tambaleante orden internacional. Pero una era nueva está ya signada. Porque al igual que Trump empoderó a ciertos grupos estadounidenses, ya también cambió el balance de fuerzas internacional. Rusia y China han sido los grandes favorecidos. La guerra comercial con E.E.U.U. ha favorecido al PC chino en cuanto muchas empresas, en búsqueda de independencia comercial, al sufrir los embates de Trump, han vuelto al Partido pidiendo su apoyo. En cuanto a Rusia, el beneficio es evidente. Putin ha expresado desde hace mucho tiempo su nostalgia por el balance perdido de la guerra fría y la violencia con que Occidente impuso su poder desde 1989. Putin siempre ha apostado por un equilibrio internacional de fuerzas, el cual se acerca gracias a ruptura de Trump con Europa, así como el Brexit. El debilitamiento del bloque occidental empodera directamente a Rusia.

El filósofo ruso Aleksandr Dugin ha hablado ya de la lucha contra las élites globalistas, es decir, contra el proyecto mundializador liberal en aras de una redefinición geopolítica. Bajo la máscara de un pluralismo cultural se esconde el afianzamiento de las identidades nacionales y, paralelamente, un ataque contra lo que queda de internacionalismo en el proyecto liberal. Al modo de Trump, de AfD, de VOX, suenan las campanas de la nación, de los pueblos en defensa de sus “legítimos” derechos. Pero al igual que en el análisis nacional, esta derecha es vástago directo del capitalismo liberal.

Mientras tanto, la gran ausente es la izquierda, quien dio los argumentos de crítica al orden mundial a la derecha, pero que no pudo proveer ni una nueva filosofía a escala global, ni una alternativa política viable. Enamorada del instante romántico de la revolución y alejada de todo análisis económico serio, la izquierda emprendió su revolución de las palabras, en preparación de un pensamiento venidero. Pero en el pensamiento no hay preparación, sino solamente experimento. Organizada en partidos o conquistando los ya existentes, la derecha ha logrado articularse ideológicamente, ofreciendo una agenda clara, lo que le ha permitido ganar presencia y poder en el mundo. Sin que tengan objetivos comunes, los partidos nacional-chovinistas son, pese a todo, resultado de una misma raíz.

Biden ha vuelto a la Casa Blanca. Salió como vicepresidente, regresó como presidente. Pero si el mundo que produjo a Trump no cambia su rumbo un ápice, veremos figuras de su misma calaña multiplicarse y, lo que es peor, tomar arraigo en la gente, que es la que vota, la se moviliza y la que, en última instancia, también dispara. Veamos que hace Biden pero, mientras tanto, la izquierda deberá, una vez, como siempre, tratar de reconstituirse. La Internacional Progresista acaba de fundarse recientemente con este fin, aunque tendrá la difícil tarea de luchar simultáneamente con dos frentes que hoy monopolizan el campo político.   

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.