Decidí emigrar porque no tenía el apoyo de nadie…

  • María Clara de Greiff
A los 15 años de edad Yalit ya era madre decidió emigrar a los Estados Unidos

Fairlee, Vermont.-  La poeta colombiana Consuelo Hérnandez tiene un poema dedicado a las mujeres inmigrantes que dice:

 

Mujer que caminas noche y día

 con tu llave inmemorial

 das nacimiento a la palabra veraz

 atraviesas el río

 y nadie te reconoce

 te mojas, sudas, pierdes tus zapatos.

 

Otra jornada abrumada de cansancio

 no puedes verbalizar tus injurias

pero eres sabia aunque te encuentren infraganti.

 

 

Te interrogan

¿Quién eres? ¿De dónde vienes?

¿Qué buscas en esta tierra que ya tiene dueños

y fronteras y murallas y hermanos que saben de la muerte lenta?

 

Al espacio de tu linaje vuelves

 (como sombra que releo)

 en tu luminosa faz el fuego no termina

 escapas, caes, te levantas, te sacudes,

hablas en tu lengua de tortilla

 muerdes tus palabras de café

y no te dejas derrotar por la nostalgia…

 

Tu canto se ahoga, se alejan las salidas

eres inmigrante

tu identidad se ha reducido para siempre.

 

No entiendes de visas

ni de planetas fragmentados

aprendes a decir “good morning”

pero a nadie le interesa “how you are”

ni que estés habitada por un hijo sepultado en el desierto

por el sueño de un empleo

de un refugio para dormir en paz.

 

Yo también soy la ruptura de la costura

aquí adentro no se disipa la niebla…

y me sucede que miro en tu espejo

y me veo

 

Este poema habla también del desarraigo, de las zozobras del migrante, de los cansancios, del despedirse del origen y de la identidad. De esa travesía que es más bien un viacrucis. En esta ocasión, “manos que hablan” conversó con Yalit. Ella es oriunda del Municipio Atlixtac en Guerrero localizado al sur del estado, a seis horas de Acapulco. Como tantas, Yalit se fue a los Estados Unidos huyendo de la pobreza. Llegó a los 19 años de edad y dejó a su hijo, con su abuela y su bisabuela, que en aquel entonces tenía 4 años. Empezamos la charla con la misma pregunta,

-¿Qué significan para usted sus manos?

-Nunca había escuchado esta pregunta, pero para mí son casi que todo. Gracias a mis manos trabajo. Mis manos son para abrazar a mi hijo, a mis abuelas, a toda la familia. No me veo sin manos. Mis manos son parte del sostén de las mujeres que me criaron. Mi madre se fue cuando yo tenía tres años y mi abuela y mi bisabuela vieron por mí. Y con mis manos veo yo por ellas ahora.

Yalit creció escuchando historias de gente del pueblo que se había “ido al otro lado.” A los 15 años de edad Yalit ya era madre. Ella necesitaba provisión para su hijo y tomó la determinación de emigrar a Los Estados Unidos y dejar a su pequeño con la abuela y la bisabuela.

Yalit comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Yo me decidí venir porque no tenía apoyo de nadie. Siempre escuché a personas grandes cuando crecí que decían que aquí en Los Estados Unidos se ganaba bien y que trabajando aquí uno podía construirse una casa para ti y tu familia. Yo conocía una comadre que había estado en Nueva York y le pedí ayuda. En aquél entonces a mi me cobraron $5,000 dólares más los $3,000 pesos que junté para los autobuses desde Guerrero hasta la frontera.

“Yo salí a finales de enero del 2013 y llegé a Carolina del Norte una semana después. Pasamos por Nogales. De mi pueblo salimos cinco personas incluyendo a mi comadre y a mi primo que era el único hombre. Nos hospedamos en un hotelito en la frontera dos noches. Luego nos fueron a dejar a la orilla del Río Bravo. Ahí estuvimos toda la noche en la orilla y cruzamos en cámaras de llanta muy tempranito antes de las 5:00 de la mañana. Caminamos harto. Toda la noche. Y empezamos a caminar hacia una tienda y pues ya no llegamos porque nos correteó la migración. En total éramos como 36 en el primer brinco y sólo pasaron 8. Es que brincamos dos retenes. No sé por dónde se dispersaron. La camioneta de migración no logró agarrar a todos, pero agarraron a mi comadre y a la chica que veía con nosotros. Recuerdo que dimos dos brincos de retenes. Yo quería llegar hasta Carolina del Norte a donde se encontraba mi mamá trabajando. Ella fue la que me prestó el dinero. Todo esto lo logré por medio de una señora que era la que nos daba indicaciones, ella era la pollera. Ella nos esperaba en Texas y nos dio el ride hasta Carolina del Norte.”

Yalit continuó narrando todos los tropiezos que tuvo hasta poder llegar hasta Nueva Hampshire en donde actualmente vive y trabaja en una granja lechera y en la empacadora. Yalit envasa galones de leche, pone las tapaderas, y coloca las botellas en las rejas. Trabaja aproximadamente 70 horas a la semana, hay veces que más. También tiene dos turnos de ordeña todos los domingos y sólo descansa los sábados.

 

Yalit alimentando a un becerro. Nueva Hampshire. Foto de María Clara de Greiff

 

-Llegué a trabajar con mi mamá a Carolina del Norte pero no me querían dar trabajo porque me veían muy pequeña. Yo estaba desesperada. Había escuchado de otros paisanos que trabajaban en las granjas en Vermont y en Nueva Hampshire que ahí sí había trabajo. Así que llegué a Bradford y por medio de Face Book un amigo me ayudó a cambiarme a Nueva York. Ahí aprendí a ordeñar y tenía horarios de doce horas. No me gustó porque no había horarios de comida. Estaba muy triste y los hombres con los que vivía eran muy pesados. Entonces otro amigo me ayudó a regresarme a Nueva Hampshire al rancho donde ahora trabajo. Aquí llevo casi siete años y medio. Y estoy muy contenta. Vivo en una casa en la que soy la única mujer, pero todos tenemos nuestros propios cuartos y todos trabajamos mucho. Todo el tiempo.

  -¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

- A mi no me ha afectado en nada. No, porque casi no salimos, no tenemos carro y vivimos en la granja y de la casa caminamos a la empacadora y a la granja. Pero cuando íbamos a enviar nuestro dinero pues todo el mundo estaba con cubre bocas. Y se veía todo muy vacío. Me preocupaban mis abuelitas en México.

-¿Qué es lo que más extraña usted?

-Extraño a mi hijo, mucho. Lo extraño todo el tiempo. Pero me siento una buena mamá porque estoy haciendo todo para hacerme cargo de su educación, con todo el sacrificio de no verlo. Extraño a mis abuelas, pero agradezco que puedo ayudarlas. Con mi hijo hablo todos los días.

Para finalizar mi conversación con Yalit le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

-Sí, si creo en el sueño americano porque gracias a esto he podido ayudar a mi familia, a mi hijo a mis abuelas. Me gusta mi trabajo, trabajo mucho y estoy muy agradecida por este trabajo porque gracias a eso apoyo a toda mi familia y a mi hijo. Me gustan los paisajes aquí en Vermont y en Nueva Hampshire. Me gusta lo ordenada que es la granja en sus sistemas de trabajo. Me gusta que no hay basura en las carreteras, que la gente por lo general es limpia y cuida este paisaje. La gente con la que yo he tratado ha sido muy respetuosa. Yo sé que hay racismo, pero también en México hay mucho racismo. Si tuviera la oportunidad de hacer otras cosas las haría. Como aprender a conducir, aprender el idioma. Pero es que no hay tiempo más que para trabajar. Mi sueño es regresar a México y estar con mi hijo y mi familia y poner mi negocito allá para poder seguir trabajando y viviendo. El tiempo que he estado aquí lo he sabido aprovechar. Me voy feliz el día que lo haga porque he logrado ayudar a mi hijo y a mi familia que es lo más importante.

A Yalit le dedico esta columna, a sus sacrificios de madre, a sus manos generosas, de esperanza, incansables y agradecidas. Manos que vencen el miedo y trazan el sueño del retorno a su país de origen. Manos de trabajo que derrotan la nostalgia.

 

Opinion para Interiores: 

Anteriores

María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire