Llevo cuatro años de cuarentena del sistema gringo

  • María Clara de Greiff
De África sólo interesan sus recursos, ojalá dejen a los pueblos desarrollarse

Fairlee, Vermont. Cuando la violencia se normaliza, nos roba la capacidad de sorprendernos. Así pasa con las historias de las travesías de los que emigran. Se vuelven costumbre, se vuelven  paisaje, se vuelven otra historia más, llena de lugares comunes, de clichés. En el video https://www.youtube.com/watch?v=peThESWbsrM el camerunés Salí Nadan narra la crudeza de su travesía por el desierto del Sahara, y los dos años cruzando África para llegar a las costas europeas. Nadan, hace una reflexión de sus errancias hasta llegar a Melilla, España:

 “Intenté cruzar tres veces a Melilla. La primera vez que llegué a los pies de la valla, se me cayó el alma a los pies. Vengo de un país en el que todos - todos - los días salen maderas, petróleos y recursos en dirección a Europa, sin ningún tipo de control. Me di cuenta entonces de que las mercancías eran más importantes que yo. Más importantes que mis compañeros. Ahí es donde me di cuenta de la gran vergüenza erigida en Ceuta y en Melilla. Una doble valla de 6 metros, con pinchos y alambres, para impedir que vengan los pobres…Si los muertos fueron blancos y europeos, el mundo entero temblaría. Pero son africanos y de África sólo interesan sus recursos….Dejen a los pueblos desarrollarse sin el intervencionismo salvaje y paternalista de Occidente. Dejen de decir que hay que dar voz a África. África ya tiene voz. Déjenla en paz. Hay personas pagando miles de euros para meterse debajo de un coche y llegar a Ceuta y Melilla. Con ese dinero, cualquier europeo se paga el viaje de su vida a cualquier parte del mundo con el pasaporte que tienen.”

El testimonio de Nadan me remite a los entrevistados en esta columna, los trabajadores migrantes de las fincas lecheras del Upper Valley. “Manos que hablan” es ajena a la pretensión de “darles voz” a estos trabajadores esenciales, ellos tienen voz, este espacio es tan sólo un canal, un espacio para esparcir su eco.

En esta ocasión “Manos que hablan” conversó con Don Tomás. Él es oriundo de Hidalgo, donde hasta hace cinco años trabajaba en un banco. Don Tomás es egresado de la carrera de contaduría. Tras casi quince años de laborar en un banco fue despedido. Ante la desesperación de este suceso,  planeó su partida a los Estados Unidos.

Comenzamos nuestra conversación con la misma pregunta.

-¿Qué significan para usted sus manos?

- Son la manera de expresar mis sentimientos, son mi fundamento, dan soporte a mi trabajo y en estos momentos de la pandemia son las que me recuerdan que no puedo estar cerca de mi familia ni de mis amigos. Son la estabilidad económica. Para mí mis manos son estrechar las manos de mi hija. Mis manos significan el trabajo para construir su futuro, son la felicidad y el instrumento que me han ayudado a conseguir mis logros.

Don Tomás comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Estando en el banco y sabiendo que me iban a despedir, mi compañero me dijo de el trabajo en una finca lechera de Vermont y me puso en contacto con el familiar que estaba trabajando en la finca. Yo no tenía ni idea de lo que me esperaba. Así que volé a Nueva York y al tercer día de llegado llamé al amigo de mi compañero del trabajo y me dijo “sí, había un lugar en la finca, pero se acaba de ocupar.” Esa fue una de las noches más tristes de mi vida. Me ofrecieron un trabajo en Buffalo y la persona que me contactó me dijo “no tienes idea de lo que te estoy ofreciendo, lo que yo te ofrezco es inmundo, vas a dormir al lado de las vacas, a bañarte con ellas y sólo te va a separar un muro del catre donde vas a dormir, eso es lo que puedo ofrecerte.” Lloré como un niño. Me dijo que me iba a cobrar $1,200 dólares para llevarme de Nueva York a Buffalo. Volví a llamar al hermano de mi amigo y me dijo “no te preocupes, ya hablé con el patrón y me dijo que te vinieras para acá y que él te ayuda a ponerte en otra finca.” Me quedaban $120 dólares. Yo sólo comía galletas con jugo porque no sabía cómo pedir las cosas. Un día conocí a un hispano en Brooklin que vendía rebanadas de pizza y me dijo “¿tienes hambre verdad?”, le dije “sí” y me regaló una pizza. Luego tomé el autobús para acá y en el camino me dieron la noticia que alguien se había acabado de ir de la granja y que ya el trabajo era mío.

Don Tomás tenía el propósito de ahorrar para poder pagar la universidad de su hija y poder capacitarse para poner a su regreso en México una empresa pequeña de cerveza artesanal. Don Tomás nos habla de la importancia de aprender el idioma. Al respecto dice:

“Llegar a un lugar a donde no puedes ni pedir comida no es nada grato y durante todo este tiempo he ocupado mi mente y pude hacer la secundaria y la preparatoria en línea y hace unos meses recibí mi diploma y certificado por el Estado de Vermont. Eso ha cambiado no mi manera de pensar, pero sí mi manera de sentirme satisfecho conmigo mismo. Mi patrón se dio cuenta que estaba interesado en aprender y me ayudó a que me capacitaran para ocupar un puesto diferente aquí en la granja.”

-¿Qué es lo que más extraña usted?

- Tengo cuatro años de añoranza que se tornan en una nostalgia diaria, del tiempo perdido con la familia que no voy nunca a recuperar. Este tiempo me ha servido para valorar lo que es en verdad el tiempo de calidad con mi familia, entender que los conflictos no son para siempre.

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

-Yo no he sentido gran diferencia. Yo llevo cuatro años en cuarentena del sistema gringo, de por sí nosotros vivimos aislados. Tenemos el mismo estilo de vida, nosotros no dejamos de ir a ningún lado porque de por sí no lo hacíamos. Los americanos están sintiendo ahora con la cuarentena el miedo y el aislamiento que nosotros estamos sintiendo desde que llegamos a su país. Yo ya conozco la cuarentena desde hace cuatro años y ahora sé que son más de cuarenta días.

Don Tomás está cursando su primer semestre en una universidad en Massachusetts. Él trabaja un promedio de setenta horas a la semana en la granja lechera checando los sistemas de ordeña, monitorea que las maquinarias estén calibradas, limpias y cumplan las normas de calidad de la empresa que compra leche. En la granja donde trabaja hay 1,500 vacas y se ordeñan 200 vacas por hora. Actualmente Don Tomás colabora con un programa de la Universidad de Cornell que consiste en un plan de estudios para ser difundido en las granjas lecheras entre los trabajadores migrantes.

Don Tomás alimentando a un becerro. Foto de María Clara de Greiff. Vermont.

 

-Este proyecto tiene como propósito decir “soy un técnico certificado en mi área”, que no sólo seamos ordeñadores o becerreros, sino que seamos técnicos capacitados y certificados, para que el día de mañana si el trabajador quiere mudarse a otra finca pueda decir “no sólo sé trabajar sino que también lo estudié.”

 

Para terminar mi entrevista con Don Tomás le pregunté si creía en el sueño americano

-Sí, si creo en un sueño de poder estar mejor económicamente, aunque es un sueño que se acompaña de aflicción, sufrimiento y miedo para poder lograrlo. El miedo es encontrarme un agente de migración que frene mi sueño. El sufrimiento es no poder estar cerca de mi familia, de mi hija, de mis hermanos. El tiempo que he perdido de estar con ella es un tiempo que no podré recuperar jamás. Mi sueño no es quedarme acá, es hacer un buen trabajo, ahorrar un dinero, agradecer y poder regresarme.

 

A Don Tomás y a sus manos de progreso, de esperanza, de sed por educarse, por transformarse, dedico esta columna.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

 

 

 

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire