La vida afectiva en pandemia de las universitarias

  • Amaranta Cornejo Hernández
Cualquiera forma de enfrentar la pandemia en los niveles íntimo, privado y público

Vida en pandemia es aquello que atravesamos desde que en nuestras ciudades se declararon las cuarentenas como medidas para contener la propagación del virus SARS-CoV-2. Para algunas personas esto ha significado quedarnos en casa el mayor tiempo posible, desarrollando desde ahí nuestras actividades cotidianas, incluidos el trabajo y la convivencia; para otras ha significado la incertidumbre de no saber precisamente cuándo y bajo qué circunstancias volver al trabajo; y para muchísimas personas esto ha implicado el salir a como dé lugar para ganar el sustento diario, y hacerlo en medio de una crisis económica generalizada que repercute en sus ingresos. Cualquiera de estas formas de enfrentar y transitar la pandemia tiene sus retos y sus efectos en nuestra vida, en sus niveles íntimo, privado y público.

Los tres niveles apenas mencionados se trenzan en todo momento. En esta ocasión retomo al teletrabajo para entender cómo se da este entrelazamiento, y cómo lo hace en una situación tan extraordinaria como lo es la vida en pandemia. Para ello retomo algunos datos de la investigación que realizo en la Ibero Puebla junto con mi colega la Mtra. Lisseth Pérez Manríquez, en la cual indagamos qué está pasando con las mujeres que trabajamos en las universidades. Ambas somos mujeres que habitamos el mundo académico, y hemos reconocido un cambio en las condiciones y dinámicas del trabajo desde que nos retiramos a nuestras casas a continuar con el mismo. Así, convocamos a algunas colegas a participar en un cuestionario para sondear lo que desde nuestra experiencia y en el compartir con amigas veíamos como un escenario distinto. Los hallazgos nos impactaron en tanto confirmaban nuestros presupuestos: el 68% de las colegas reportaba dificultades en la construcción y sostenimiento de la conciliación laboral, lo cual sin duda alguna tenía que ver con que el 73% reportó un incremento en su carga laboral. La conciliación laboral sería el balance mínimo que nos permita a las mujeres simultáneamente sacar adelante el trabajo formalmente retribuido, atender las diversas labores domésticas y de cuidados en nuestros hogares, y tener tiempo para el autocuidado. De esta forma, la conciliación laboral es un cúmulo de condiciones culturales y sociales por las cuales hemos pugnado las feministas desde diversos ámbitos, y que reconocen cómo lo público (trabajo remunerado), lo privado (labores domésticas y de cuidados), y lo íntimo (autocuidado) son inseparables en lo cotidiano.

Bajo las condiciones mencionadas la conciliación laboral una vez más se ha precarizado y ha afectado la vida de quienes trabajamos en las universidades. No repetiré lo que diversos medios han documentado sobre la situación afectiva de mujeres académicas, sólo resaltaré que una situación recurrente es el burnout, que en palabras de las colegas que respondieron nuestro cuestionario se refleja en una dificultad para mantener la concentración, una sensación de soledad al no poder socializar con colegas y estudiantes dadas las medidas de distanciamiento físico, y un vaivén anímico que a veces nos hace sentir sin motivación ni energía para atender las diversas responsabilidades en nuestras vidas. Así, como nunca, esta vida en pandemia nos permite re-conocer que somos seres en permanente exposición a ser afectadas por la vida misma. De ahí que aquí hable de afectos más que de emociones o sentimientos, pues el transitar por un estado de ánimo me afecta y afecta a mi entorno todo. Así, la dimensión afectiva cobra relevancia en tanto nos permite entender la dimensión laboral completamente imbricada con lo privado e íntimo.

A este punto, quien lee se preguntará qué hemos hecho ante la situación descrita. Justo la investigación que realizamos apunta, entre otras cuestiones, a conocer las alternativas que estamos prefigurando algunas académicas mexicanas. Encontramos que aún con la conciliación laboral precarizada, hemos sostenido todas nuestras responsabilidades, y en gran medida lo hemos hecho porque contamos con una infraestructura afectiva. La noción de infraestructura suele estar asociada a obras físicas (edificios, carreteras, postes, entre otros) y a servicios que hacen posible la existencia y dan mantenimiento a tales obras. Aquí hackeo esta noción para visibilizar lo que hemos hecho y hacemos algunas académicas en la vida pandémica, y es así que la infraestructura afectiva es la materialidad que hace posible que reproduzcamos la vida en sus dimensiones íntima, privada y pública. Esta materialidad somos todxs quienes integramos y nutrimos los vínculos socio-afectivos, personas con fluidos y necesidades básicas como comer, descansar, respirar, amar, las cuales a su vez necesitan del trabajo doméstico y de cuidados de alguien, que podemos ser nosotras mismas, para sostener y hacer posible esa vida social.

Retomando las reflexiones de Edda Gaviola y de Raquel Gutiérrez, de la infraestructura afectiva retomo por ahora a las amigas, ya que la vida en pandemia realmente sería insostenible sin estos vínculos afectivos. Las amigas, las que no viven en nuestras casas, quienes pueden vivir incluso en otras ciudades, y aun así nos sostienen. Como clave analítica y cómo acción política considero importante reconocer la potencia de la amistad en el hacer infraestructura, lejos de la idealización, y más cerca de una politización que nos permita reconocernos a las amigas como un sostén desde donde ejercer cierta interdepedencia. Ésta es la forma de reconocer tanto las diferentes situaciones en las cuales estamos cada una, así como nuestra vulnerabilidad, y desde ahí construir espacios de apoyo recíproco, quizá como siempre, pero con la claridad de que hoy más que nunca necesitamos esa infraestructura construida y cuidada colectivamente.

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Amaranta Cornejo Hernández
Doctora en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, maestra en Desarrollo Rural por la UAM e investigadora SNI nivel I